Germán Acosta Estévez
Han pasado
ya cuarenta años como el que no quiere la cosa. Recuerdo,de aquella noche, el
estruendo de un enjambre gigante y enloquecido que provocaba el agua al caer,
los bramidos del viento y los sarmientos de la parra del patio azotando las
tejas, hasta que el cansancio venció al nerviosismo a eso de las tres de la
madrugada. Ya por la mañana, pude descubrir montones de barro sobre las calles,
el sonido de “las tres Marías” que bajaban en catarata desde lo alto de la
umbría y las muchas y tremendas barranqueras que vestían los campos. En el mentidero de la puerta del
casino todo eran lamentos de los labradores. No había luz, ni
teléfono…Realmente empezamos a tomar conciencia de la magnitud del siniestro a
través de la radio, pero sobre todo, cuando don Francisco, aquel singular cura ,
realmente compungido, nos pedía el domingo en la iglesia que rogásemos por el
alma de los muertos y desaparecidos en La Rábita.
Las grandes
tormentas y aguaceros en nuestra zona no son una novedad, pues algunos
temporales como los de 1891,1892, 1895 ó 1990 causaron una gran devastación,
pero nada comparable a la ocurrida a comienzos de los setenta.
Desde el
punto de vista técnico, las lluvias torrenciales caídas en el Sureste
peninsular los días 18 y 19 de octubre de 1973 estuvieron determinadas, entre
otros, por los siguientes factores: Formalización en los niveles altos de la
atmósfera de una gota fría, elevada temperatura superficial del agua en el
Mediterráneo Occidental, formalización de un temporal por vientos de Levante,
ciclogénesis en el Mar de Alborán, fuerte inestabilidad vertical de las masa de
aire mediterráneo en otoño y la configuración y altura del relieve de las
sierras costeras de las Cordilleras Béticas que actuaron como acelerador del
disparo vertical y cuyas consecuencias fueron las lluvias torrenciales que
sobrepasaron la media de 100mm,alcanzándose la
máxima precipitación de la Alpujarra en Murtas con 350mm o la máxima absoluta en Zurgena con 600mm;la crecida de barrancos, ríos o ramblas donde el caudal
máximo en punta de avenida llegó a ser de 1100 metros cúbicos por segundo en la
Rambla de Albuñol,1200 en el Guadalfeo y 2000 en el Rio Adra; desaparición de
cultivos, daños en las poblaciones e infraestructuras y pérdida irreparable de
vidas humanas.
La tragedia en La prensa
Desde un
primer momento, los medios de comunicación pusieron en marcha un amplio
despliegue para cubrir la información de la tragedia que se dio en llamar en la
comarca como “la nube de la Rábita”. Así, el día 20, el diario Ideal daba
cuenta de la desolación existente en la Alpujarra Oriental granadina en donde
la agricultura había quedado arruinada, existiendo daños irreparables en
acequias, tierras y sembrados, así como también se lamentaban los desperfectos
en infraestucturas y viviendas, pero sobre todo, el número de fallecidos y
desaparecidos era ya bastante importante. Alguien declaró que esta era “la
puntilla definitiva para La Alpujarra”.
Al día
siguiente, el mismo diario ponía a
Murtas como el foco de la desastrosa tormenta, y afirmaba que haría falta mucho
tiempo y dinero para que todo volviera a la normalidad, pues una primera
estimación cifraba en ciento cincuenta mil las plantas de almendro perdidas.
En Órgiva se
pierden cortijos, tierras, enseres y animales, mientras toneladas de piedras y
lodo sepultan gran parte de la vega de la zona. Además se refiere que en los
campos de Ugíjar, Bérchules, Cádiar, Yegen, Válor, Mecina Bombarón y Torvizcón
los daños son importantes y hay graves desperfectos en la red viaria e
infraestructuras de las poblaciones.
En Mecina,
según La Vanguardia del día 21, se contabilizan cuatro casas desplomadas,
muchos desperfectos, calles anegadas y llenas de barro, un almacén caído,
acequias sepultadas, así como la pérdida total del regadío y graves afecciones
en el secano.
En Yátor
trata el panorama de auténtico esperpento, pues las aguas habían arrasado el
cementerio y, entre la tierra se veían los restos de los cadáveres inhumados.
Igualmente eran cuantiosos los daños en árboles y frutales. Algo parecido se
contaba desde Válor.
En
Torvizcón, Según la edición de Ideal del día 28, se trabajaba día y noche a
destajo para retirar el barro. Aquí, la ruptura del puente que da entrada a la
localidad había sido barrido de cuajo, lo mismo que otros cuatro más hasta
llegar a Cádiar, dejando incomunicados a la mayoría de pueblos alpujarreños,
aunque se abrió un paso provisional a finales de este mes. Tanto el regadío,
como la cosecha de de uvas y almendras se habían perdido y su alcalde temía por
una emigración masiva, si no llegaban pronto las ayudas.
También este
medio informa el 30 de octubre que en Cádiar se vivieron momentos de pánico
pues el Guadalfeo había destrozado toda su vega, el pueblo quedó dividido en
dos a causa de una grieta en la calle Villalba; se estuvo cuatro días
incomunicados y sin abastecimiento de agua y
las pérdidas rondan los 175 millones de pesetas: destrucción de 33 km de acequias, 37
caminos rurales, 2 puentes en la vega, 2000 marjales de vega, 200.000 pies de
álamo. Perdidas las cosechas de almendra y uva así como plantones de almendro,
olivo y viñas, además de corrimiento de tierras. Preventivamente se logra
vacunar a todos los vecinos contra el tifus para lo que los servicios
sanitarios tuvieron que desplazarse con mucha dificultad a los cortijos.
Tampoco son
nada halagüeñas las noticias del día 15 de noviembre que llegan desde los
pueblos de la ladera sur de la Contraviesa. Polopos, Sorvilán y Rubite sufren
también daños en sus núcleos urbanos, si bien la peor parte se la llevaron los
cultivos de invernadero en sus costas y la N-340 desde La Mamola hasta La
Rábita. Los daños en Polopos se estiman en unos 2 millones de pesetas en
plantaciones, 800.000 en cosechas desaparecidas, 25 millones en tierras,
infraestructuras, invernaderos y reparaciones; En Rubite, entre almendras y uvas
350.000 y 750.000 en tierras, infraestructuras y mejoras; En Sorvilán el
plantío supuso 1250.000 pesetas, 400.000 en cosechas y 16 millones en
invernaderos, cultivos de primor, tierras y mejoras.
Pero la
localidad más siniestrada, con diferencia, fue sin duda La Rábita. Pues el
taponamiento del puente de la N-340 que discurría justo por encima de la
población, propició que la lengua de lodo y agua anegase 1/3 del municipio,
afectando a 101 viviendas de las que 74 quedaron destruidas y se contabilizaron
más de 50 muertos. Los heridos, algunos con fuertes crisis nerviosas, serán
trasladados en helicóptero a Motril y atendidos en un hospital de urgencia
instalado en el Colegio Menor. Sin
Luz ni agua, los vecinos ilesos pasan la noche abrigados con mantas en los
cerros próximos al pueblo y retornan paulatinamente a sus hogares. Mientras,
junto a un chiringuito de la playa, se sucedía una tétrica fila de ataúdes en
espera de inquilino para ser trasladados por barco al puerto de Motril. El
dispositivo montado en la zona ordenó el traslado de los 187escolares del
municipio: Los niños al colegio Príncipe
Felipe de Motril y las niñas a los Ogíjares.
Los entonces
príncipes, Juan Carlos y Sofía, acompañados de varios ministros en su visita a
las zonas afectadas, recalaron en La Rábita a la 12`30 del día 20 procedentes
de Puerto Lumbreras, tomaran contacto con la realidad de la situación y les
dicen a los habitantes del pueblo que:”hemos venido a levantar la moral y a
ayudaros a reconstruir vuestro pueblo”. Quedaron en transmitir, no faltaría
más, la penosa situación del pueblo al Jefe del Estado.
Los testimonios
Quizás sean
estos los que nos alcancen a dar una visión más cercana y humana de los
acontecimientos relatados. Empezaremos
por la crónica transmitida por teléfono por el enviado especial del diario ABC:
“Las
localidades de Adra, El Pozuelo, Alquería y especialmente La Rábita han quedado
anegadas por las aguas. El desplazamiento por carretera del pueblo de Adra
hasta La Rábita es imposible. En el kilómetro 396, en un lugar conocido como en
Lance de la Virgen la carretera se ha hundido y cuadrillas de trabajadores
trabajan sin descanso para restablecer las comunicaciones, que, según fuentes
bien informadas, tardarán más de dos meses en arreglarse. Desde este punto nos
hemos trasladado al pueblo de la Rábita a pie, por la línea de la playa, en
donde igualmente se suceden las escenas de dolor que contemplamos desde Adra.
En una y otra dirección circulan personas que portan sobre sus hombros niños,
ancianos y enseres. En una casa baja, junto a un cañaveral, hemos sido testigos
presenciales de un trágico espectáculo: el rescate de un niño que aparentaba
tener unos doce años enterrado en una zanja; unos metros más allá otros dos
cuerpos envueltos reposaban sobre la arena que se mezcla con las cañas que
arrastró la tormenta. Al parecer, son sus padres- Igualmente nos tropezamos a
lo largo del camino con animales
ahogados. En El Pozuelo se repite el triste espectáculo. Se oyen gritos y
llantos de las mujeres a la puerta de las casas. Desde esta localidad ya se
hace visible La Rábita. Un inmenso lodazal cubre la zona. Cuadrillas de hombres
retiran escombros y emprenden un penoso peregrinar a través del fango para
ayudar al pueblo herido. Todo es desolación. Un puente de 50 metros de longitud,
que une los dos pueblos, ha quedado partido por su mitad. En varias calles el
lodo ha alcanzado alturas insospechadas, llegando a los primeros pisos de los
edificios, sellando con su devastador paso las puertas de las casas. Muchos
vecinos lloran. Algunos grupos transportan ataúdes; los más aún no se han dado
cuenta de la verdadera magnitud de la tragedia y caminan como sonámbulos. Los
helicópteros de la Guardia Civil vienen y van transportando víveres, medicinas
y enfermos. Un bar situado junto a la playa ha sido habilitado como enfermería.
En este punto se apilan los ataúdes, y las gentes hacen, cola para que les sea
suministradas vacunas preventivas contra el tifus y el tétano. Varios coches,
estacionados en la calle General Mola, han sido arrastrados por las aguas a
unos 10 metros, hasta el mismo borde del mar. A las dos de la tarde el pueblo
comienza a emigrar por vía marítima. Han llegado barcos de los puertos vecinos,
y las gentes, con las maletas a cuestas, esperan en la orilla su rescate. A lo
largo del litoral, grandes humaredas ennegrecen el cielo: están incinerando
cadáveres de animales para impedir cualquier epidemia. Más arriba, en La
Mochila, barrio de pescadores, las mujeres extienden sobre la tierra topas para
secarlas del fango. Hasta el momento han aparecido 19 cadáveres. En total hay
una cincuentena de desaparecidos, entre ellos dos guardias civiles y sus
respectivas familias…”-ABC, 21/10/1973.
Pero son,
tal vez, las anécdotas y los testimonios relatados por los propios
supervivientes en esas primeras horas después de la avalancha, las que dan una
verdadera dimensión humana a semejante tragedia: a Octavio Manuel López, convaleciente de una operación, lo salvaron su
padre y un amigo aun a riesgo de sus propias vidas; María Valverde Escudero, de
52 años y su familia fueron sacados por un vecino a toda prisa por las
ventanas. Muchos ven cómo desaparecen sus familiares ante la impotencia;
Josualdo Morell, viajante de comercio en ruta desde Cádiz a Murcia fue
sorprendido por un corrimiento de tierra en la carretera, sólo le dio tiempo a
saltar de su vehículo y meterse en el mar, y nadando unos pocos metros,
consiguió esquivar la avalancha de lodo, piedras y restos de árboles que se le
venían encima, permaneciendo en el agua más de hora y media hasta que pudo
salir sano y salvo. Un matrimonio noruego llegó a La Mamola el día 20
procedente de La Rábita en cuyo trayecto invirtió más de tres horas a causa del
fango.
Una anciana
con los ojos bañados en lágrimas declaraba:” Aquello no es para vivirlo, pero
hay que vivirlo para darse cuenta de lo que fue. Los niños llorando encima de
las azoteas, como si esperaran que una ola los sacara de su débil refugio y los
lanzara también al mar, como antes ocurrió con personas, casas y animales”.
“A mí me
salvó mi hijo-dice otra mujer- pero cuando salimos a la calle, una tromba de
agua nos lanzó a los dos al suelo. Ahora lo puedo contar. Aquello fue terrible.
Todas las casas de la vega fueron arrasadas por el agua. Muchas casas se
vinieron abajo. Los cascotes eran un nuevo peligro que se unía a los troncos de
los árboles que el agua arrastraba”.
Un anciano
de unos setenta años relata su tragedia:” Mi nuera y mi hijo están todavía
allí. Los nietos los han traído, pero mi mujer no ha venido conmigo. Se la
llevó el agua hacia el mar y todavía no han recuperado su cadáver”.
Pero si hay
un testimonio que me ha llegado al fondo, es este que transcribo sin corte alguno ni añadidura, recitado por su autor en
1976 para el programa raíces de
TVE entre los farallones de la Rambla de
Guarea:
Cuando la nube cayó,
Salió la Rambla de Aldayar
Unida a la de Ahijón
Entablando una batalla.
¡Cuántas casas se llevó,
Molinos, plantas y vallas!
Y
no quedó un murallón,
Y la vega de Albuñol
Fue arrasada hasta la playa.
Muchos barrancos en unión;
Salió la rambla de Guarea:
El puente lo arrancó:
¿Se pueden hacer una idea
De la desgracia que ocurrió?
Ya no puedo llorar,
Ni tampoco sonreir,
Porque Dios ha dao lugar
En mi alma a un sentir
Por mis amigos y muchos más.
Por mis amigos y muchos más.
Se refleja en la memoria:
Hombres, niños y mujeres
Que ya descansan en la gloria:
¡Lástima de esos seres
Que ha sido amarga su historia!
¡Qué lástima de criaturas
Que han perdido hasta el sustento!:
Industria y agricultura,
Por el agua y por el viento.
Este daño no se cura.
Nuestro Dios no es vengativo,
Pero sí es muy potente
Y ello será el motivo
De derribar tantos puentes,
Siendo firmes los estribos
Y ahogarse niños inocentes.
Yo digo que es peligroso
La rambla y los barrancos.
No hagáis casa ni pozos,
Para Dios todo es muy flaco:
Como es tan poderoso
En ellos siempre ha hecho blanco.
Lo mismo que la mentira,
En lo alto de un cerrillo,
Nuestro Dios, con su ira,
Si yo instalo un castillo,
Igualmente me lo tira.
Sé que Adra nos auxilia
Y Motril, pueblo de otro sector;
Aquí acabe la envidia:
Todos tengamos amor
Y La Rábita y Albuñol
Sea una sola familia.
No me puedo lamentar
Del diluvio que ha caío
En estos pueblos de mar;
En Adra desbordó el río,
Tampoco puedo apreciar
El daño que hayan tenío.
Cuando aplacó la avenía,
Bajaban los cortijeros
Registrando las bahías.
Llegaron helicópteros
Al terminar la avenía,
Y ya de unas terrazas
Pudieron rescatar
A unos familiares
Que no podían salir
Y estaban a punto de ahogar.
En un día de mercao,
Allá en Puerto Lumbreras;
Muchos pueblos destrozaos,
Quedando el campo arrasao,
Se llevo casas enteras,
Los feriantes y el ganao.
Nuestro Dios, con su poder,
Castigó a los humanos,
Y en la torre de Babel
Se ahogaron los cristianos
Y solo se salvó Noé.
En la guerra de Vietnam,
Que se acaben los disturbios,
Porque vamos a dar lugar
Que del fuego venga un diluvio
Peor que el universal
Que será grabado en la historia
Lo mismo que el de Babel,
Para eterna memoria
Y todos iremos a la gloria.
Cosa que está por el cielo.
Buenas tardes, caballeros.
Epifanio
Lupión, estandarte del trovo alpujarreño en el siglo XX, (nunca conocí iletrado
más culto) aquel singular personaje al que, en agosto, siempre se le veía
ataviado con su impoluta camisa blanca y su inconfundible chaleco de cuyos
minúsculos bolsillos sobresalían un reloj
y un yesquero, y el cayado tembloroso, cual pulsera en su muñeca: el
Festival de Música Tradicional de la Alpujarra era una Fiesta Mayor y sagrada
para él. De seguro que, donde quiera que esté, tendrá al personal embelesado y
contento al enhebrar sus versos repentinos, al son de violines, guitarras y
bandurrias, esperando no tener que volver a trovar por un día de cólera.