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miércoles, 31 de mayo de 2017

Texto base para la presentación a la prensa del III Certamen de Gastronomía Alpujarreña


Buenos días:

Quizás no hemos sido muy originales...
Hace ya tiempo que en España entera, de cocina, de gastronomía se habla mucho, pero en nuestra Asociación hemos considerado que debíamos hablar de la cocina Alpujarreña y lo estamos haciendo.

Recientemente, La Casa de la Alpujarra grabó, para el programa Canal Cocina de Canal Plus, la elaboración de una veintena de platos, que se repartieron en cuatro programas de relativo éxito, que se han repuesto en el mencionado canal, e incluso se han vendido a cadenas del extranjero. En todos ellos aparece la Alpujarra.

Hoy presentamos aquí el III Certamen Gastronómico de La Alpujarra (el 1º se celebró en Yegen, el 2º en Yátor), con el lema, “Sabores de la Alpujarra”. Perseguimos rescatar y mantener vivos nuestros sabores de siempre, buscando esa cocina tradicional; pero también esa nueva cocina, que es posible, innovando con los productos alpujarreños: la carne, el jamón, las almendras, la miel, los quesos, la frambuesa...

La Alpujarra es una tierra que quiere desarrollarse principalmente con el turismo. Para un turismo de calidad, hemos de tener en cuenta qué buscan los que nos visitan; en la Alpujarra nadie puede negar que vienen tras la tranquilidad, la naturaleza y la comida. Así pues, debemos ofrecer buenos rincones, buenos senderos, y buena comida, para que nuestra mejor publicidad sean los propios viajeros; dar ese paso que han dado ya otras regiones de España: pasar de hablar de comida, a hablar de gastronomía.

Ese es nuestro objetivo. Convencer a los empresarios -ya muchos lo saben-, que su mejor inversión es tratar bien al cliente. Y, hablando de cocina, esto lo debemos basar en nuestros productos, que son tan buenos como los de fuera, pero los tenemos a mano, más frescos. En este punto podríamos hablar de agricultura ecológica, tan de moda por toda Europa, y muy apoyada por los gobiernos locales.

Por supuesto que pretendemos, con las recetas de los platos del concurso, dentro de unos años hacer una publicación y dejar constancia de ese rico patrimonio gastronómico que poseemos, pero considero más relevante crear en los distintos pueblos, entre sus habitantes esa exigencia que nos hace ver que, si el sabor de un plato es lo más importante, también debemos cuidar otros aspectos como el aroma, la textura, el cuerpo o la presentación.

El día del Certamen ha de ser un día festivo en el pueblo en el que se desarrolla. Por ese motivo, este año conmemoremos el 100 Aniversario de la presencia de Lorca en La Alpujarra, homenajeando a este granadino universal con una lectura de poemas. Y como es tradición ya en cada certamen hemos preparado un programa interesante:
El grupo de teatro Jacaranda, nacido en el seno de la Asociación, representará una obra dramática breve, relacionada con la comida.
Una ruta turística guiada de Rubite.
Y, con la ayuda de la Mancomunidad de Municipios de la Costa, hemos incluido una ruta solidaria por los senderos de Rubite.

No queremos acabar sin agradecer los múltiples apoyos recibidos. Así, la Comisión de Gastronomía de esta Asociación desea dar las gracias a:

El Ayuntamiento de Rubite, a su Alcalde, que desde el primer momento ha estado a nuestra disposición, ayudándonos en todo lo que le hemos pedido).
A La Mancomunidad y a su Presidente, Sergio que siempre nos atendió de buen grado.
A todos los patrocinadores, cuyos logos se pueden ver en la cartelería:
Bodegas Cuatro Vientos
Jamones Juviles
Jamones Muñoz de Yegen
Jamones Vallejo de Trevélez
Miel de Granada de Lanjarón
Productos Venta del Chaleco de Murtas
Frutos Rojos de la Alpujarra
Aguas de Lanjarón
Academia Salvador
Unidad de estancia diurna Jacaranda de Granada
Sabor Granada
SAT Campos de Granada
Bar Ríos de Granada
Entorno Gráfico

Como digo, con la ayuda de todos, hemos podido preparar un día festivo, cultural, y seis lotes de productos alpujarreños, para los seis premios que hemos establecido. Estos premios se publicarán en las redes sociales mañana o pasado.

Hemos trabajado mucho, pero lo hemos hecho con gusto, y además hemos disfrutado haciéndolo, siempre por nuestra Alpujarra, que es, ante todo, nuestra pasión, nuestra razón de ser y el gran objetivo de nuestra Asociación.

Nuestra Alpujarra, ese es otro cambio que creo se está dando ahora, donde el sentimiento alpujarreño es comparable al local: a sentirnos de Cádiar, de Rubite o de otro cualquier pueblo. Eso se consigue cuando trabajamos juntos.


Muchas gracias.

Texto para la presentación de los pasos con motivo del III Certamen de Gastronomía



El año pasado comenzábamos con palabras de Cervantes: “Aquí te entrego dos fanegas de risa” utilizadas en la presentación del Quijote. Hoy las retomamos para invitaros a reír, a pasar un rato agradable.

En el marco de los actos programados para este día de convivencia alpujarreña vamos a representar a continuación dos pasos de Lope de Rueda, autor teatral del siglo XVI y uno de los primeros actores profesionales españoles.

El paso es una pieza breve de carácter cómico, precursora de lo que sería más adelante el entremés y el sainete, que se empezó a representar en el entreacto de obras más importantes con el fin de entretener al público y que no abandonase la sala hasta que no finalizara la representación.

El primero de ellos es La tierra de Jauja. Jauja es un topónimo de origen árabe que significa 'pasillo', y nosotros podemos añadir pasillo 'a la fantasía'. Existen variadas referencias tanto en literatura como en pintura a una tierra fantástica llamada Jauja donde ocurren hechos extraordinarios y prodigiosos que acercan a los protagonistas de la historia narrada, generalmente pobres, a un paraíso de bienestar terrenal donde se vive regaladamente sin hacer ningún esfuerzo. También los desheredados de la tierra tienen derecho a soñar y a creer que existe un lugar donde calmar el hambre y vivir sin trabajar.

A continuación representaremos Las aceitunas, cuya trama gira en torno al campo, un tema tan de nuestra tierra. De nuevo el sueño y la fantasía se colocan en primer plano, de tal manera que se confunden con la propia realidad. Con un fondo similar al cuento de la lechera, los protagonistas fantasean con enriquecerse fácilmente como si lo estuvieran viviendo en el momento presente y con ello generan un conflicto que sufre una inocente. Finalmente, la cordura entra por la puerta para poner fin a este enredo.

Nuestro deseo es que lo disfruten, pues lo hemos preparado con mucho cariño y pensando en todos ustedes, nuestro querido público.

Les rogamos que guarden silencio durante la representación y que apaguen sus teléfonos móviles. Muchas gracias.

Texto de Julia Rodríguez y Pepe Álvarez.

viernes, 26 de mayo de 2017

Bailando con lobos

Germán Acosta Estévéz

Después de la comida y al regresar a clase, en aquellas tardes de monotonía tras los cristales, la señorita Cristina solía propiciar que se echase una cabezadita en el aula o leer a su parvulario algunos cuentos tradicionales y de sobra conocidos. La gran mayoría de ellos seguían un mismo patrón de desarrollo, pues comenzaban con una ruptura del orden establecido, continuaban con una serie de peripecias del protagonista y los personajes coadyuvantes, para finalizar con la restauración de la situación inicial. Muchos de esos pequeños relatos tenían como centro de atención a un lobo, cuyas andanzas eran contadas por la maestra con un arte declamatorio rotundo que hacía que mis compañeros escuchasen con los ojos abiertos como platos; a mí, por el contrario, me entraba aún más somnolencia, quizás porque siempre sentí cierta simpatía por los antihéroes o personajes desastrosos de los cuentos, tal vez porque no entendía la crueldad de que la solución fuese el llenarle la panza al bichejo de piedras, para luego coserlo y lanzarlo al río para que se ahogase. Años más tarde, me enteraría de que el relato de aquellos cuentos infantiles perseguía una finalidad pedagógica, inculcando valores como la superación, el esfuerzo o la solidaridad.
Poco tiempo después, un naturalista, que nos interpelaba a través de la televisión única como amigos del planeta azul, se esforzaba en acercarnos al mundo y hábitat de estos cánidos, e intentaba desmitificar la mala prensa que pesaba sobre dicho animal desde el principio de los tiempos; ni te puedes imaginar-querido lector-cuál fue mi sorpresa cuando, años después, un tal Paco Ibáñez cantaba aquello de “había una vez un lobito bueno, al que maltrataban todos los corderos…”.
En fin, la presencia de lobos en tierras alpujarreñas está documentada desde muy antiguo e incluso el nombre ha pervivido a lo largo del tiempo en algunas manifestaciones de la toponimia local. Algunos clérigos estremecieron al escuchar sus aullidos en los contornos de la Sierra de Lújar allá por los siglos XVI y XVII, teniendo que guarecerse en las cuevas que servían de aprisco a los ganados para pasar la noche. A mediados del XIX, la administración provincial suministraba a los consistorios locales bolas de nuez vómica para acabar con estos perros salvajes; lo mismo que se hacía en la capital con aquellos chuchos que deambulaban sin rumbo por la ciudad, pero en este caso, el veneno se suministraba oculto en un trozo de la sangre del cerdo embutida, de ahí que los naturales acuñasen la tan castiza expresión de “que le den morcilla”.
Avanzado este mismo siglo, tenemos conocimiento de que, a comienzos de noviembre de 1892, una manada de lobos que merodeaba por las inmediaciones de Soportújar castigando a los rebaños de ovejas, entró en un corral y se ventiló a dos cerdos de un plumazo. El alcalde, de inmediato, organizó una batida, pero sin éxito. Cuatro años más tarde, por marzo, en el vecino pueblo de Cáñar los lobos saltan la tapia del corral de Rogelia Martínez y matan a 36 ovejas, mordiendo a otras 56. En su camino de regreso hacia la sierra, sorprendieron al maestro del pueblo que se había levantado de madrugada para dar el puesto de alba, al cual cercaron y salvó su vida al encaramarse a lo alto de un gran roble. Peor suerte corrió su perdiz para el reclamo.
Más curioso fue el caso que acaeció a Francisco Domínguez Correa y a su criado en el Cortijo de La Laguna, también en el término de Soportújar, pues habiéndose sentado al rincón para desentumecerse y dejando la puerta del habitáculo abierta para no sucumbir al humo, un lobo penetró tranquilamente en la estancia y se llevó a cuestas, tan campante, las viandas que guardaban en las alforjas. La prensa de la capital de España se hizo eco del suceso y, en tono de sorna, aprovecharon para atizar a los andaluces por su querencia a lo exagerado, aunque los hechos sucedieran tal cual.
Tal vez estos hechos eran conocidos por H. R. de la Peña, como conocía, a la perfección, la geografía de esta parte de La Alpujarra, a tenor de lo que se refleja en el cuento titulado Lobos en el camino, y que transcribimos íntegramente a continuación. Un cuento, sin duda, de filiación neorromántica tardía, también con lobos como actantes del mismo y con un final marcado por el fatum, como no podría ser de otra manera, que vio la luz el 16 de marzo de 1929:
Las gotas se aplastaban sobre las latas de los chamizos. Terca, contumaz, aparatosa, la tormenta pasaba por el pueblo alpujarreño como jabalí irritado por una jauría de perros. Las casuchas bajas, pegadas como lapas al terruño, parecían encogerse más aún aplastadas por la acuosa cortina. Una tregua corta, y otra vez el redoble temeroso de los goterones.
¿Caía el agua del cielo o subía de la tierra? La araña negra de una nube había cogido con sus hilos el puñado de casas, y de vez en cuando tiraba desde arriba la encendida cuchilla de una exhalación. 
Era una pelea ardorosa y magnífica. El lugarejo se aferraba a la tierra hincando en ella las raíces centenarias, y el vendaval, con su estrépito, quería raer y arrancar de cuajo el caserío. Las viejas comadres rezaban para desviar el peligro, y los chiquillos hundían  sus cabezas, medrosicos, en las faldas maternas.
Los riachuelos y riberas de pobre caudal y plácida canturria en los días veraniegos, iban ahora henchidos, soberbios y ruidosos. Habían perdido su modestia peculiar, ensoberbecidos por los ajenos aportes. Como algunas vidas... 
La lumbre de los relámpagos convertía en plata las torrenteras, ventisqueros y pegujales. Los arbolillos de los huertos, entecos y mondos, ofrecían al sacrificio las ramas más débiles, y los guijos lavados y pulidos de la calle brillaban en la oscuridad como arracadas en lóbulos de mocita.
Se abrió la portezuela de un chamizo. Ardía en el lar un puñado de cepas. El fuego hogareño, al alumbrar la calle, descubrió el raudal del agua, que apretó ahora con más encono en su furia; y en el vano de la puerta apareció la silueta apretada y maciza de un chicarrón. Era Joseíco, mozuelo ardido, de viril empaque, fuerte  como un macizo de La Alpujarra, y valiente  como una alimaña serraniega. Gañán y arriero, mozo de temple y tronío, igual guiaba una recua de machos cargados de zumo de las viñas alpujarreñas, que cogía la mancera, donde ayuntaba dos viejos percherones, para abrir hileras de surcos en los duros repechos de la Loma del  Aire. 
–¡Condenao,  entra!—gimió una vejezuela tirando de la chaquetilla al mozo. 
Joseíco no se inmutó. Miró con displicencia al cielo, y puso por todo comentario un encogimiento de hombros. 
–Hijo, ¿estás  loco? 
–Na, madre; esto no es na—repitió, convencido de su alegato—. Una nubecica que viene del  lao  de  Albuñol... 
Una llamarada alumbró el caserío. La vieja, asustada, se llevó la mano a los ojos. Y de espaldas a la calle rezó, atropellando las palabras, un padrenuestro. Luego puso su corpezuelo, encorvado, como feble muralla frente al joven, y exclamó enérgica: 
–¡Esta noche no vas al cortijo! 
Joseíco pasó suavemente la mano por las greñas encenizadas de su madre y la apartó como una brizna, riéndose de buena gana hasta enseñar sus fuertes quijadas:  
–¡Abuelica!
La buena mujer andaba de un lado para otro haciendo aspavientos y poniendo por testigos de la locura de su hijo a todos los santos. El joven, en tanto, se había echado sobre los hombros una anguarina, apretó entre sus dedos un candilejo de lata y requirió un grueso palo de fresno. Otra risotada para la vieja, y salió.
¿Qué importan las nubes y las amenazas del cielo cuando en el paisaje interno retoza la alegría? A Joseíco le caía el agua a hilo por el sombrero; se chapuzaba en el lodo, y las agujas del vendaval lo hacían cerrar los ojos; pero el zagalón iba tan campechano y jirocho como si atravesara la sierra en un día primaveral. Ya se veía en el Cortijo del Águila, junto a su novia, parlando esas divertidas menudencias de todos los amoríos. Angustias era rubia como hilo de mazorca, de ojos claros, brava cadera y fuertes pantorrillas cortadas por el rojo filo del zagalejo. El busto crecido hacía estallar la blanca cinta del corpiño. Era lagotera y zaína, y sabía entornar los ojuelos cuando el galán susurraba en su oído una terneza. Alguna que otra vez la maledicencia alpujarreña—que  en todas partes hay gentes enredadoras y con ganas de hurgar  en las ajenas vidas—tachó a Angustias de casquivana y amiga de pláticas a deshora con los mozos de camino o de gañanía. Verdad o no, es lo cierto que desde que aceptó la conversación  de Joseíco, no se la había visto hacer un melindre a ninguno de sus rondadores. 
¡Qué cara pondría Angustica cuando viera al mozo entrar rezumando agua como aljofifa! ¡Cómo sonreiría la moza al ver la hazaña de Joseíco en noche tan destemplada y tenebrosa! Porque el cortijo estaba a una legua del pueblo y había que atravesar pasos  peligrosos... 
Ya pisaba Joseíco la linde de la Loma del cuervo cuando notó frente a él un obstáculo. Apretó el fresno y se echó el sombrero hacia la coronilla. La brillante brasa de dos pupilas iban delante de él cortándole el camino. Un salto, y se perdían en el matorral, para volver otra vez a brillar, como luz aciaga, frente al mozo. Joseíco apretó la quijada, dispuesto a limpiar el paso de alimañas. Los lobos habían bajado, hambrientos, al camino. Ahora eran seis lucecitas las que saltaban frente al viajero. El muchacho se irguió petulante, y hasta se alegró de aquella  aventura, que sería para él motivo de orgullo. ¡Ni toda el agua del cielo, ni los peligros de la tierra, ni las ferocidades de las fieras le harían retroceder! ¡Aunque estuviera lleno de diablos el camino! ¡Por nada ni por nadie dejaría el mozuelo de ver a su Angustias! 
Las fieras iban acortando la distancia. Apretaban el cerco. Joseíco hizo girar el palo a manera de hélice. Ardía su pecho con ganas de pelea. El grueso fresno dio en la cabeza de una alimaña. Sonaron los huesos como rebanada de pan frito entre los dientes. El aire se cargó de rabia y de rugidos. Otro golpe que sonó igual que puñetazo en un odre. Joseíco, con sus borceguíes pegados a la tierra, rojo por la faena y ceñudo, adelantó el pecho, retando al bloque espeso de las sombras. A los pies del gañán ardía el farolillo como ofrenda al valor simbolizado en el bravo alpujarreño. Las fieras se hundieron en el matorral, y Joseíco avanzó ahora por el  camino, abierto por su esfuerzo y coraje, como un rey entre sus soldados. 
Al llegar a la cortijada, Joseíco, en vez de entrar escotero y jaque por el ancho zaguán,  quiso ver antes por el postiguillo del secadero a la moza. En las noches de invernada, Angustias  y su madre se metían en este cuartejo que daba al camino, y después del yantar nocherniego  se dedicaban a la tarea de limpiar las esportillas de  higos y almendras, gloria de La Alpujarra. El mozo fisgaba por la ranura de la ventanilla, y para asustarlas daba un porrazo. ¡Y aquella noche que su novia tal vez no lo esperara!.. 
Mató Joseíco la luz del  candilejo y pegó los ojos a la ventana. Casi cae a tierra. Lívido, tembloroso, con las manos crispadas, volvió a mirar. Rugió ahora el mozuelo como antes el  lobo. ¡Angustias estaba abrazada a Rosendo, un mozo de Fregenite! La impúdica mozuela  tenía su cabeza echada sobre el hombro del joven, que le pasaba su mano por la seda rubia del pelo. 
Levantó los puños, como mazas, para romper el postigo. Sus dedos se hicieron garabatos de hierro, y sus cejas, ásperas como alambres, cayeron sobre sus ojos, tapándolos. Ardía como retama. Pegaría fuego al cortijo para purificarlo. Era necesario que pagaran su culpa. Pensó planes diabólicos. Pero el golpe había sido tan fuerte, que Joseíco, como si estuviera cogido por la roja tenaza de una pesadilla, no pudo dar un paso. Cayó el palo de su mano, y sus  brazos laxos, flojos, quedaron tendidos a lo largo del cuerpo. Aquella naturaleza espontánea, fuerte y viril del chicarrón, que no tembló ante ningún peligro de hombres o de fieras, sufrió un zaratán, un ahogo tan violento, que estalló en sollozos, aumentando con los chorros de sus ojos el agua llovediza. 
Y como un cuerpo sin alma, igual que una sombra desvaída, el muchacho volvió a desandar el camino. Era ahora un pobre guiñapo humano. La desgracia había embotado sus sentidos, paralizado sus brazos y destrozado su conciencia. Se caía en las encrucijadas, ebrio, vacilante...Volvió a desandar la trocha. Le era igual este o el otro camino. De nuevo salieron los lobos al camino. Habían olfateado la presa. Y las seis pupilas, brillantes como  ascuas, terribles y amenazadoras, volvieron a cercarlo. 
Ahora el muchacho no se defendió. Los colmillos de las alimañas se hincaron en la carne joven y caliente, y Joseíco fue destrozado por las fieras.
Cayó sin defenderse. Los lobos no habían hecho más que rematar una dolorosa agonía. El gañán había perdido la ilusión, el ideal, que da coraje y brío y levanta a los hombres a las más sublimes empresas. Sin la llama poderosa de un ensueño, de un amor o de una quimera, ¿para qué vivir? Es mejor entregarse como una inútil piltrafa a los colmillos de los lobos. 
Quizás lo más reseñable sea el lenguaje descriptivo que le hacen a al lector imaginar esos ojos como el cordobán de Angustias, esos dos luceros o carbones encendíos, esos lobos traicioneros que, según la retórica de Rafael de León, salieron al camino de Joseíco en tan aciaga noche. Poca pedagogía y nula positividad en este cuento.
Ahora que uno va peinando canas y los recuerdos de la infancia parecen revelarse más nítidos que los presentes, puestos a escoger, me quedo con la historia llena de épica y poesía protagonizada por John. Dunbar y Calcetines en aquellas praderas fronterizas americanas del salvaje Oeste, un canto a la amistad, a la integración, al respeto por la cultura diferente, porque esta noche me pide el cuerpo seguir bailando con lobos.

miércoles, 24 de mayo de 2017

III Certamen Gastronómico. Premios.

Este año tenemos seis premios, dos más que el año pasado.


Los seis premios se llevarán:

  • Diploma
  • Un jamón alpujarreño
  • Un queso alpujarreño
  • Una botella de vino de La Alpujarra
  • 2 botes de miel de La Alpujarra
  • Una camiseta con el logo de La Casa de La alpujarra
  • Un delantal de calidad con el logo de La Casa de La Alpujarra



El premio local. A lo anterior se le añade:

  • Una segunda botella de vino de La Alpujarra
  • Vale de 20 euros para Bar Ríos de Granada.


El primer premio: Se señala solo la diferencia con el primer apartado.
  • Un estuche de vino de tres botellas de La Alpujarra
  • Vale de 30 euros del Bar Ríos de Granada.