Creo que llego
tarde. Este sencillo artículo quería haberlo compartido con vosotros el pasado
viernes día 27, pero ya se sabe que, a veces, uno no es dueño ni de su propio
tiempo. Algunos cuestionarán el oportunismo: no soy el primero ni el último que
escribirá sobre la visita real a nuestra tierra el día 31 de enero de 1917. Por
tanto, como pienso que las redes sociales pueden cumplir la doble función del docere et delectare, aun en detrimento
de engordar mi maltrecho curriculum,
me voy a permitir el capricho de legárselo, porque se lo merecen, a todos los
socios y amigos de la Asociación Cultural
La Casa de La Alpujarra. Y lo haré (a mi manera, claro está) dejando
constancia no sólo del viaje de Alfonso XIII y los días previos al mismo, sino también
de anteriores visitas giradas a Granada por el monarca, tan aireadas, por otro
lado, en aquella época, por la prensa local.
La escopeta nacional
Conocido es
desde tiempos inveterados el gusto de la mayoría de los componentes de la Casa
de Borbón por la práctica cinegética, normalmente caza menor, si bien alguno de
sus miembros más actuales se ha dado el pequeño capricho de ejercitar tal arte
allende nuestras fronteras a guisa de safari. Don Alfonso XIII, amante
empedernido de tan ancestral deporte, solía girar de vez en cuando visitas a
las Andalucías para matar el gusanillo y desentumecer sus dedos ejercitando el
gatillo: Doñana y Granada fueron destinos que el monarca apodado “el Africano” visitó
con cierta frecuencia.
De la mano del conde
Agrela y del duque de San Pedro del Galatino acudirá el soberano varios años a
los ojeos organizados ex profeso para
su persona en las extensas fincas que ambos poseían en Tajarja, Trasmulas y
Láchar, donde la patirroja era abundante, y las liebres y algunas anátidas
también tenían cierta presencia.
Solía hospedarse
D. Alfonso en el palacio que el duque poseía en el último de los tres lugares
citados con anterioridad. Y es que Don Julio Quesada-Cañaveral Piédrola Osorio
Spínola y Blake, conde de Benalúa y Las Villas, señor de Láchar y (desde el 5
de febrero de 1906) duque de San Pedro, había sido compañero de estudios de
Alfonso XII, e incluso acompañó a Francia a éste y a su madre, Isabel II, tras
su caída en 1868 luego de la Revolución
Gloriosa. Con este último título, otorgado por vez primera por Felipe IV en
1621 a Ambrosio de Spínola, D. Julio entraba a formar parte del selecto club de
los Grandes de España, buscando en
estas cacerías no sólo la protección real, sino las influencias (tan en boga en
aquellos tiempos) de tan notables personalidades para sus negocios e intereses:
entre las industrias de este noble personaje se encontraban una fábrica de
azúcar procedente de la molturación de remolacha, una fábrica de harina capaz
de procesar unas veinticuatro toneladas diarias de grano, y para dar salida a
dicha producción, puso en marcha un ferrocarril secundario que discurría entre
Láchar e Íllora; también fue uno de los grandes impulsores de la construcción
del Embalse de los Bermejales y un canal de riego que emanaría de éste, claro
está, en beneficio de sus propios predios.
Por esas fincas
transitarían también personalidades como el hijo de la reina Victoria de
Inglaterra, los duques de Alba y Medinaceli, el marqués de Viana o artistas de
la talla de Joaquín Sorolla o el célebre escritor Arthur Conan Doyle, creador
del famoso detective Sherlock Holmes y de su inseparable “partenaire”, el
doctor Watson, que debe tanto a nuestro Sancho del Quijote.
El rey llega por vez
primera a estos parajes de la vega granadina el día 5 de noviembre de 1906 en
torno a las 19´30 de la tarde en un vagón ensamblado en Bruselas, de color
blanco y bastante cómodo por su estabilidad. En su interior, reformado con
maderas de castaño y de roble procedentes del municipio alpujarreño de
Bérchules, unos sencillos asientos con capacidad para ocho personas y una
lámpara de marina en el techo por todo oropel. Como era de esperar, el pueblo
se echa a las calles, profusamente iluminadas y engalanadas para recibir a tan
distinguido huésped, celebrándose bailes populares por tal motivo, repartiendo
el rey algunos donativos entre los pueblos por los que había estado cazando; el
monarca se llevaba, amén de la satisfacción de haber abatido un gran número de
perdices en pocas jornadas, un mantón de Manila para la reina y, sobre todo, la
querencia o el “arregostaero” que, como las liebres, siempre le hacen volver a su
cubil. Sea como fuere, el año siguiente
no volvería Alfonso XIII por aquellos lares, pese a que estaba anunciada su
visita. Sin embargo, en 1908 el rey cursaría dos visitas a Láchar para
resarcirse de su falta del año anterior: en febrero, acompañado de varios
miembros destacados de la nobleza, hasta contabilizar hasta unos 80 invitados,
que tomaron por completo las estancias del castillo del duque de San Pedro, si
bien el rey tuvo que abandonar precipitadamente y de madrugada su estancia ante
la alarma causada por el regicidio de Carlos II de Portugal; retornaría el
monarca a estos pagos a finales de noviembre para practicar su afición favorita
y girar de paso visita a Granada y a la Fábrica
de Pólvoras del Fargue donde dejaría mil pesetas para socorro de los
pobres. Y aquí lo tendremos de nuevo para comienzos del año 1909, oyendo misa
en Santa María de la Alhambra y cazando en Láchar hasta el día de Reyes. Su
ausencia se hace notar en 1910 y, sobre todo en 1911, cuando son suspendidos
los ojeos previstos para finales de diciembre por el temor suscitado tras los
altercados de Melilla. Entramos en 1912, año en que don Alfonso gozó de lo
lindo del esparcimiento campestre y de las ráfagas de plomo sobre las
patirrojas: de las 3.909 perdices abatidas, 135 liebres y otras 24 de diversas
especies, el rey tumba 634 de las primeras, razón por la cual se hace con el
trofeo que el duque había instituido en su honor ese mismo año para premiar al
tirador más certero: cierto es que su Majestad tenía una acreditada puntería,
pero algo influiría el que siempre le guardasen el puesto de honor por aquello
del protocolo, pero no lo es menos que también era el mejor ubicado. En su
partida el día 14, llevó consigo un trecho un conejo adornado con lazos y moñas
que una mujer osó arrojar dentro del carruaje real, hecho que Don Alfonso se
tomó de buen grado. Tampoco se atrevió su Excelencia a “darse un garbeo” por
tierras granadinas el año de comienzo de la Primera Gran Guerra.
Es 1915 y, a
finales de enero, repite tan ilustre personaje la visita a nuestros confines.
Procedente de Doñana y vía Sevilla, llega el monarca a tierras de La Alhambra
y, con posterioridad, se suma al cortejo el entonces Presidente del Gobierno,
Eduardo Dato. Los primeros días los dedica D. Alfonso a visitar la ciudad de
los cármenes, mientras los últimos ocupa su tiempo en disparar a toda pluma que
se moviere en el horizonte, obteniendo notables resultados. El día 3 de febrero
por la tarde partía hacia Madrid tras haber despachado con algunas autoridades
e imponer algunas condecoraciones. 1916 no iba a ser una excepción: el rey
llega a Láchar en la mañana del 25 de enero y el día 28 se presentan también
allí el conde de Romanones y nuestro paisano Natalio Rivas. Además de rendir
visita a la capital, D. Alfonso ocupa el resto de sus días en los ojeos,
abatiendo más de 700 piezas él solo; Después de la cena, las noches las
pasarían tan ilustres visitantes comentando los lances de la jornada,
debatiendo sobre los problemas del campo y la modernización de la agricultura
en torno de una mesa y animadas partidas de bridge y de tresillo. El 29 de
dicho mes se produce el regreso a Madrid en automóvil.
Y así llegamos hasta 1917, año en que,
convencido por D. Natalio, aquel prohombre alpujarreño (que tantos hilos movía
con los jamones y que fuera capaz de prometer con todo el desparpajo o
naturalidad del mundo un puerto de mar a los vecinos de Pitres), ahora
convertido en Subsecretario de Instrucción Pública, Alfonso XIII busca un hueco
en su apretada agenda cinegética para girar una visita a las feraces tierras
alpujarreñas. Dadas las circunstancias climatológicas, para ver la situación de
las comunicaciones y los lugares por
donde habría de pasar el rey, el mismo duque de San Pedro y el arquitecto
Modesto Cendoya realizan un viaje previo de inspección y encuentran unos
cuarenta y cuatro centímetros de nieve en las proximidades del Haza del Lino;
entre tanto, ante la efervescencia del momento, comienza a montarse en Granada
un importante dispositivo de seguridad compuesto por fuerzas de la Guardia
Civil, policía del Cuerpo de Seguridad de la Corona, así como se vigilan y se
revisan palmo a palmo las líneas férreas.
Al mediodía del
27 de enero llegaba el monarca a la Estación de Íllora con cierto retraso, a
causa de un lingote de plomo que habían atravesado en la vía y que hizo temer
a la comitiva por un posible sabotaje o atentado. El tiempo tampoco pintaba
bien. Recibido por el duque de San Pedro, Natalio Rivas, el alcalde de Granada,
Presidente de Diputación y el Gobernador Militar, con los que departe
brevemente, llegan a la azucarera de Láchar hacia las 13 horas, dirigiéndose de
inmediato la delegación al palacete
ducal entre los vítores del público, para entrar en seguida en sus aposentos y
cambiar el atuendo de cara al sencillo almuerzo que les aguardaba, el cual se
componía de:
-Entremeses
variados
-Huevos
escalfados duquesa
-Pollos
salteados cultivadora
-Turnedós
con salsa bearnesa
-Patatas
al vapor
-Tartas
de manzana
-Pastelería
Pese al mal
tiempo reinante y para ir calentando motores de cara a los lances de los días
venideros, realizaron tan insignes personalidades cuatro ojeos en la jornada de
tarde, a sabiendas también de la merma en el número de perdices, debido a la
enfermedad que atacaba a las mismas ese año. A la vuelta y tras el pertinente
aseo, las autoridades se disponen a paladear una frugal cena que constaba de:
-Consomé
Palace
-
Fritura a la cordina
-Lubinas
cocidas en salsa crevette
-Solomillo
de veau Richelieu
-Capones
de Bayona en su jugo
-Ensalada
-Troncos
de apio a la colvert
-Biscuit
Vainille
-Pastelería
Después de
charlar amigablemente y jugar al bridge durante un rato, los invitados
marcharon a sus habitaciones a buscar un sueño reparador, para afrontar con
frescura la dura jornada que les esperaba al día siguiente.
Amaneció el día
28 frío y amenazando lluvia. Se oye misa y Sorolla realiza el boceto previo de
un cuadro que con posterioridad regalará a D. Alfonso. Sin tiempo que perder,
parten hacia Tajarja, donde tendrán lugar los ojeos: el conde Agrela, Manuel
Rodríguez Acosta, Cristino Marcos, el marqués de San Miguel, el duque de
Bivona, Joaquín Santos Suárez, Manuel Camino, el conde de Maceda, José Prado de
Palacio, Juan Abril y Ramírez de Arellano y el propio monarca, a quien se le
reserva el puesto de honor, como era costumbre. Con posterioridad se unen a la
cacería el duque de Gor y el conde de Gabia. Después de la batida mañanera y a
fin de reponer energías, se sirve un almuerzo campestre traído en capachas de
esparto, como tanto gustaba a su Majestad:
-Tortilla
a la parmentier
-Marmitas
surtidas
-Chuletas
de ternera a la fayot
-Patatas
salteadas
-Jamón
de Olida con huevos hilados
-Ensalada
Bohemia
-Babós
a la americana
La tarde
continuó con frío y sonido constante de disparos que dieron como resultado más
de 900 piezas abatidas, regresando al anochecer al palacio para degustar con
fruición una cena digna de tales comensales:
-Consomé
a la taza
-Crema
de guisantes a la madrileña
-Profiteroles
a la cazadora
-Salmón
a la genovesa
-Pulardas
a la mariscala
-Rosbif
a la inglesa
-Judías
verdes Friguy
-Mousse
mandarín
-Pastelería
y postres variados
Tras comentar
los lances más sonados del día, se fueron todos a la cama hacia las once de la
noche.
Natalio Rivas
llega a Órgiva el 29 de enero para hacerse cargo de los detalles de la visita
real a aquellas tierras de La Alpujarra, mientras los ingenieros Antonio Rico y
Julio Moreno supervisan de nuevo el firme de la carretera Tablate-Albuñol, no
en muy buen estado tras el temporal de nieve y granizo de los pasados días,
pero cuyo espesor ha disminuido sensiblemente. Mientras tanto, a pesar de la
lluvia y el frío, los cazadores acuden de nuevo a las llanuras de la vega para
ver cómo las perdices se dejan venir, como por hechizo diabólico, a los cañones
de sus escopetas. Terminan los ojeos matutinos y, empapados hasta el tuétano
(aunque sarna con gusto no pica), acuden tan dignos comensales al ágape
preparado para la ocasión, esperando templar el espíritu y las entrañas, y
reponer las calorías gastadas:
-Entremeses
surtidos
-Pequeñas
marmitas guarnecidas
-Huevos
revueltos con espárragos
-Pollos
a la valenciana
-Veau
bresada a la reina
-Ensalada
de legumbres
-Tartaleta
puentes nuevos
-Postres
Y sin tiempo
que perder, de nuevo a los puestos, ya que la tarde parecía dar una tregua. Comienza
de nuevo el tiroteo. Regresan los cazadores a palacio para tomar el té,
ausentándose el rey un tiempo para despachar la correspondencia oficial o
telefonear a la reina Victoria Eugenia, con lo cual se ha hecho hora para
ejercitar sus egregios molares y
despacharse con:
-Consomé
a la taza
-Puré
de cangrejo
-Filetes
de lenguado a la dieppoise
-Sillas
de ternera Briard
-Pavipollos
asados en su jugo
-Ensalada
-Alcachofas
a la colvert
-Walensky
a la vainilla
-Pastelería
Acabada la cena
se le insinuó al rey la posibilidad de posponer el viaje al Haza del lino, pero
este declinó tal sugerencia, aun a sabiendas de los informes negativos que
habían ido suministrando los ingenieros que inspeccionaron el terreno. Se dio
por zanjado el asunto y a las 23`30 se retiraron todos a sus habitaciones.
Con el
despertar del día 30, el tiempo volvió a ponerse bravo y amenazaba con aguar la
cacería. Pese a todo, nuestros personajes se desplazan a los terrenos del duque
en Tajarja y consiguen echar la mañana, rematándola con un menú de lo más
variado, como era habitual:
-Entremeses
-Pequeñas
marmitas surtidas
-Huevos
fritos a la americana
-Ragout
de cordero
-Fiambres
variados al apio
-Ensalada
-Madalenas
a la bordalesa
-Postres
Pero la tarde
se puso aviesa y se tuvieron que suspender los ojeos, por lo que dio tiempo de
tomar el té a las seis. Y entre col y col…, una lechuga: la cena se serviría a
las nueve y se compondría de:
-Consomé
a la taza
-Crema
a la reina
-Fritura
a la española
-Langosta
con salsa tártara
-Pollos
asados en su jugo
-Ensalada
-Guisantes
a la inglesa
-Helado
Praliné
-Pastelería
Mientras esto
tenía lugar en la casa del duque, el Gobernador Civil, Pedro Vitoria, recibe un
telegrama con las instrucciones que han de seguirse para el buen discurrir del
viaje del rey por tierras alpujarreñas, previsto para el día siguiente y se
hace instalar en Dúrcal una central telefónica para uso exclusivo de D.
Alfonso. Entre tanto, los alcaldes de La Alpujarra Alta van llegando a Órgiva
al amparo del ala protectora de D. Natalio.
Caminito del rey: de la vega al valle
Por fin llegó
el día señalado. El día 31 de enero, por primera vez, un representante de la
Monarquía hispánica se dignaba a visitar los antiguos dominios de Aben Humeya,
si bien es cierto que la emperatriz Eugenia de Montijo pasó en aquellas tierras
algunas temporadas. Un viaje casi relámpago, “por caminos de palomas”, que
diría en su momento Pedro Antonio de Alarcón, pero satisfactorio a tenor de las
declaraciones posteriores del propio monarca.
A las ocho de
la mañana se levantó D. Alfonso, para dirigirse al comedor una hora más tarde,
donde ya le aguardaban el resto de personalidades que le acompañarían por su
breve periplo alpujarreño. A las 9´45 partía la comitiva del castillo o palacio
del duque de San Pedro en tres vehículos enviados por la Dirección General de
Seguridad a Granada, escoltando al del monarca. El soberano es recibido entre
vítores y aplausos a su paso por una Santa Fe engalanada profusamente y con un
adoquinado nuevo en la calle Real que fue muy del agrado del rey. Allí, éste se
detiene un instante para saludar a Benito Alguacil, alcalde de tan simbólica
localidad. El cortejo real entra en Granada sobre las 10´30, donde se une el
Gobernador Civil, y atraviesa la Gran Vía, Reyes Católicos, Puerta Real y Acera
del Darro, todas estas calles abarrotadas de gente que aguantaba estoicamente la
lluvia, ante un más que notable dispositivo policial. Camino de Armilla y
Padul, el rey sigue cumplimentando a las respectivas autoridades locales que
salen a su encuentro arropadas por su vecinos. Poco después, el automóvil en el
que viajaban el Gobernador Civil y el Teniente Coronel de la Guardia Civil, el
señor Domenech sufre una avería a causa del barro y tienen que continuar el
camino en otro de la DGS.
El cortejo hace
su entrada en Dúrcal poco antes de las doce del mediodía, deteniéndose en la
puerta del antiguo palacio del marqués de Márgena, mansión en la que ya se
albergara Alfonso XII cuando visitó estos pueblos tras el devastador terremoto
ocurrido el día de Navidad de 1884. A pie de calle fueron recibidos tan
ilustres viajeros por D. Francisco Echevarría, antaño Diputado Provincial, y su
hijo Celestino quienes agasajan a los invitados con:
-Huevos
a la andaluza en salsa
-Filetes
de merluza a la asturiana
-Pois
a la inglesa
-Pollos
bresados a la francesa
-Pastelería
y postres
(Todo ello
regado con excelentes caldos: Burdeos, Châteaubriand Meroc, Riscal, así como
Champagne Poinnery, además de una amplia gama de licores).
Durante el
almuerzo se habló básicamente de cuestiones agrícolas, en especial de olivos,
naranjos y del algodón, manifestando D. Alfonso de lo conveniente que sería
para Granada recuperar la tradición y el antiguo esplendor de la cría del
gusano de seda.
Hacia las una y
media de la tarde se da por terminado el ágape y se reanuda la marcha que
discurre por Talará y Béznar, donde el rey sigue recibiendo muestras de afecto
entre limoneros y olivos; Atraviesan el puente de Tablate- enclave estratégico
para el sometimiento definitivo de los moriscos alpujarreños- mirando de
soslayo la recoleta ermita ante la que se persigna algún que otro acompañante y
pasan en seguida por una imponente trinchera, ampliada unas décadas más tarde por
sangre y cuerda de presos. Los automóviles giran hacia la izquierda para tomar
el camino revirado que conduce hacia Lanjarón donde les espera una salva de
disparos de su cañona, su castillo y su “rehundío” y, entre sus memorias, el
intento fallido que desde allí fragua el conde de Montijo para liberar a la
capital granadina del dominio napoleónico, allá a comienzos del siglo XIX. La
calle principal se encuentra salpicada con varios arcos del triunfo elaborados
con cañas y ramas de los que cuelgan pancartas con dedicatorias al rey; llueven
las flores desde el Hotel San Roque,
una señora entrega un memorial adornado también con flores. Encuentran cerrado
los transeúntes su balneario de aguas de reconocida fama, pero D. Natalio,
siempre atento a los detalles, haría llegar días después a la Corte algunas
botellas de tan preciado elixir; también aquí haría el monarca una serie de
pequeñas paradas. A la salida del pueblo, la marcha se ralentiza para que el
soberano pueda admirar la belleza de aquel valle desde el Visillo.
A las puertas del cielo
A poco de
abandonar Lanjarón, otra pequeña ermita; luego, una venta llamada del Carrizal
con mejores galas y sin sangre aún en su memoria; seguidamente, la aldea de Las
Barreras, aquella que por el Río Sucio susurraba aquella canción con aires de
jota:
Ya
viene la Pascua, niña.
Ya
viene por Alhendín,
Y
llegando a Las Barreras,
Ya
la tenemos aquí.
Apenas en un
suspiro y tras unas pocas curvas, la expedición contempla con admiración las
agujas de las torres grisáceas del templo de Órgiva que se desperezan al cielo
entre el caserío y, en el horizonte, la tierra que nada más contemplarla, hace
que se salten las costuras del alma. Órgiva, que con el fresco relente del Río
Chico, por septiembre, rocía los olivares de su vega con perfume de feria.
Desde el puente que atraviesa dicho cauce, un enorme gentío que aplaude al paso
del rey de las Españas: niños, mayores, mujeres, toscos labriegos y recios
mineros, mineros que con pico y marro arrancaban la galena a las entrañas de la
tierra, que mostraban su rabia cantando a su Maruxiña y que todas las
primaveras pagaban a su Cristo de la Expiración con pólvora, para que temblaran
los cielos a la hora de su salida.
La entrada del
pueblo está adornada de manera singular. Son las tres de la tarde y la comitiva
entra en la susodicha villa alpujarreña entre una multitud que se estima entre
siete y ocho mil personas, Se inicia el repique de campanas y se suceden los
disparos de cohetes y palmas reales, en tanto que las distintas bandas de
música, venidas de aquellos pueblos para tan señalada efemérides, interpretan
la Marcha Real. Allí, a pie de calle, los insignes visitantes
son recibidos por D. Natalio Rivas, Diputado a Cortes por aquel distrito y
Subsecretario de Instrucción Pública, como ya se adelantó más arriba. A su
lado, los alcaldes alpujarreños de aquella circunscripción y otros lugares
cercanos como Motril, Gualchos o Lújar, así como también familiares del que
fuera diputado, García Moreno. Precisamente, en la casa de esta familia, paran
un rato los visitantes donde son obsequiados con suculentos majares entre los
que no podían faltar- según nuestro socio y amigo Juan González Blasco- el
jamón de Trevélez, el vinillo del terreno y los dulces tradicionales. El rey
expresaría su gratitud al político albuñolense por el recibimiento que se le
había dispensado, quien le contestó, con estudiada modestia, que el mismo
obedecía a las simpatías que despertaba su Majestad. Poco después se retoma el
viaje regio arropado por una multitud que ocupa ambos lados de la calzada hasta
el Río Guadalfeo.
Un paseo por las nubes
Cruzado el gran
río de La Alpujarra, los coches comienzan a enfilar las primeras estribaciones
del Puerto de Camacho, con un firme en regular estado que, al llegar al Cortijo
de la Cañada se torna más dificultoso por la presencia de nieve. Poco más
adelante avistarán los brazos desnudos de álamos y sauces negros del Barranco del Ayón, por donde, años más
tarde, bajaría desde la sierra tanta sangre inocente. E inmediatamente el Cortijo de Camacho, gloria adquirida por
un acomodado linaje perteneciente a la Hermandad de la Mesta venido desde
Busquístar y Trevélez a finales del siglo XVIII; ¡Cuántos problemas e
impedimentos pusieron algunos de sus
moradores unos años atrás para que se construyese este tramo de carretera por
donde ahora circulaba el rey de España! Vendrá luego el Cortijo Don Arturo, justo antes de coronar el gran estrecho
conocido como Corte de Juanillón (en
realidad se trata de la desvirtuación popular de Juan y Yo, los dos sujetos que
abrieron a pico y pala aquel paso de montaña). Ante los ojos de tanta nobleza
aparecía ahora el recostado Fregenite y la escondida Olías, protegida por los
tres dientes que albergaron su castillejo, con leyendas de tesoros escondidos
en las cuevas que salpican la mole
imponente de la Sierra de Lújar.
Unos cientos de metros más
adelante, la gente se concentra en gran número en la Venta de las Tontas y
recibe con una estruendosa ovación a D. Alfonso, quien no tiene más remedio que
bajar del automóvil y saludar a vecinos y autoridades de las localidades de
Alcázar, Rubite, Bargís, Olías y Fregenite. De nuevo en ruta con la carretera
más maltratada y un mayor cantero de nieve; el aire recio y la niebla tan
asiduos en estos lugares, sobre todo tras la tempestad, apenas si dejan divisar
el núcleo de Rubite,apenas una luz de gas que, amante, besa los labios del mar de La Contraviesa. Aguardaba D. Natalio sorprender a D. Alfonso en este punto del camino,pues en los collados de la divisoria de este pueblo con la aldea de Bargís se erigía un pequeño mirador desde donde se contempla el esplendor del Mediterráneo y también de la vertiente sur de Sierra Nevada. No hubo manera: la niebla que se cernía tan sólo dejaba ver los cantuesos, aulagas, bolinas, retamas y lastones de los cercanos ribazos, agitados con virulencia por el viento.
Coronan poco
después el cerro de Portuguillos y ante ellos se abre un pequeño mar de
alcornoques que exhiben pudorosos su tronco desnudo; más allá, un castaño
centenario que vigila el camino, las
hazas en las que antaño se plantaba el lino y el Cortijo de las Casillas, donde el guerrillero antifranquista Paco
el “Polopero” sufriera dolorosa emboscada.
Y, por fin,
llega la comitiva a su destino donde se encuentra otra gran concentración de
público venida de pueblos como Torvizcón, Sorvilán, Alfornón, Albondón,
Albuñol, La Rábita, algunos municipios del Partido de Ugíjar, y Polopos (como
es natural), a cuyo término municipal pertenece el paraje del Haza del Lino. D.
Alfonso y sus acompañantes son recibidos por los alcaldes de los pueblos
mencionados anteriormente y por el diputado Antonio Moreno Pérez ante el
entusiasmo del vulgo.
Una hora
permanecieron allí, intentando infructuosamente
alcanzar los miradores que les permitiesen admirar la belleza de este
rincón alpujarreño: adiós a ver el mar, las costas africanas, el Cerrajón de
Murtas o las planicies costeras desde los altos de Alfornón. A pesar de todo,
el rey diría a D. Natalio con cortesía:” Felicito a usted efusivamente por
representar a la Región más pintoresca de España”, y confesó también el deseo
de volver con un tiempo más apropiado.
El retorno del rey
Visto lo visto,
se emprende camino de regreso a las cinco de la tarde. Veinticinco minutos
después llegaban a las inmediaciones de una finca próxima al Guadalfeo, donde
se había concentrado un nutrido grupo de lugareños y donde se servirá una
pequeña merienda traída desde el hotel Alhambra Palace de Granada.
Más gente
encontrarán el monarca y sus acompañantes en la vuelta hacia Granada donde
llega hacia las siete y cuarenta y cinco (con otros dos coches menos del
cortejo que habían quedado en el camino por avería), pero sin detenerse en la
capital. Llegará el rey a Trasmulas, a las posesiones del conde Agrela, donde
era su intención permanecer cazando hasta su marcha para la capital del Reino.
Esa misma noche mantiene una larga conferencia con Madrid, de donde le llegan
ciertas noticias alarmantes, posiblemente sobre ciertas conspiraciones para que
España abandonase su postura neutral en la II Guerra Mundial y, por otro lado,
la inquietud que se estaba instaurando en ciertos sectores del Gobierno a causa
de las Juntas de Defensa. Ante tal circunstancia, se redobla la vigilancia y se
ordena que el tren real esté presto para partir en cualquier momento. Esto no
impide que el soberano y sus adláteres pasen la mañana del día 1 de febrero
cazando. Por la tarde, salen de la estación de Láchar hacia la de Íllora, cuyo
último tramo tienen que hacer a pie, pues el tren no remontaba la cuesta debido
al exceso de equipaje y de pasajeros. Nunca más volvería por estas tierras.
En últimos días
de febrero, en los mentideros de Granada, corre el rumor de la construcción de
una residencia real en el Haza del Lino, noticia recogida por la prensa local y
que valora positivamente, como acicate del desarrollo turístico para el resto
de la provincia y, al mismo tiempo, para la creación de vías de comunicación
hacia La Alpujarra que permitiesen el conocimiento de esta comarca, ignorada o
desconocida por la mayoría de los propios granadinos. Palabras, sólo palabras.
Todo pasa y todo queda
¿Qué quedó de
aquella visita para aquellos municipios alpujarreños? -Poca cosa, la verdad.
Para Órgiva,
ese segundo gentilicio popular y, a veces, vulgarizado de “hueveros”, hecho
este nada inusual, el de poseer dos denominaciones de origen en los pueblos de
La Alpujarra. Parece ser, según refiere nuestro amigo Juan en la entrevista que
le hizo Rafael Vílchez el otro día, que su augusta Majestad se quedó
sorprendido con el adorno de huevos pintados de colores en la calle de entrada a la villa con
motivo de su visita, declarando con complicidad que cada cual presumía de lo
que tenía.
Para Rubite
quedó la agilización de trámites para la construcción de un camino vecinal que
uniese el municipio con el punto kilométrico 36 de la carretera
Tablate-Albuñol: el Ayuntamiento recibe una subvención de 60.205´66 pesetas,
con un anticipo de 21.153´34, sobre una inversión total de algo más de catorce
mil duros; También fue decisión de Sáez Carrillo, regidor perpetuo del lugar y
afecto a D. Natalio, bautizar ese año la entrada principal del pueblo con el
nombre de Avenida Alfonso XIII; el mirador desde donde el monarca no pudo
contemplar el mar, fue denominado por el vulgo como la Erilla del Rey.
Pasó el tiempo
y la residencia real quedó en agua de borrajas. Tampoco volvió el rey a estos
lares como declarara en su momento. Sabemos que el sistema hacía aguas por
todas partes, que los gobiernos duraban un suspiro, que la inseguridad
aumentaba o que el Rif era un hervidero, pero también que Romanones, enemigo acérrimo
del duque de San Pedro, hizo todo lo posible para que D. Alfonso no viniese más
de caza por tierras granadinas. A D. Natalio, tan sutil y hábil en el agasajo
con los jamones alpujarreños, tal vez se le escapó el ponerle los dientes
largos a su Majestad en el Haza del Lino, porque con el frío que hacía, no
hubieran venido mal unos vasillos de Vino Costa que maridarían perfectamente con
el siguiente menú, de seguro, capaz de
enamorar a los más finos paladares:
-Puchero
de hinojos
-Papas
a lo pobre
-Tortilla
de collejas
-Minchos
-Sardinas
en escabeche
-Gachas
-Jarugas
tiernas con cebolleta y morcilla
-Yemas,
turrón, soplillos, roscos, pestiños y buñuelos
Y si con esto
no fuese suficiente, pues no habrían de faltar unas migas de pan con sus
correspondientes tropezones o una sartén de choto al ajillo que, en buena
compaña y alrededor de una chimenea, ya
los hubiera agradecido el año pasado el Gobernador de la ínsula Barataria de Yátor.
Don Pe, menudo ritmo ha cogido usted desde Órgiva hasta el Haza del Lino. Me ha hecho usted que viaje por aquellos lares a una velocidad desenfrenada. Menos mal que estaba abierta la Venta de las Tontas para tomar un pequeño refrigerio. Y ya en el Haza Lino (tal como se dice por la zona), unos vinitos del cerro la chalupa con una buena tapa de lomo adobado. Un placer resulta leer y viajar con usted. Saludos cordiales!!!
ResponderEliminarMuy buen relato
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