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viernes, 11 de abril de 2014

LA ALPUJARRA, 1918: UN OTOÑO DE DOLOROSAS CAMPANAS.



Germán Acosta Estévez                                                                                                                                                                                                                                                                                           
En aquellas conversaciones de trasnoche y mesa de camilla con las que intentábamos recuperar la comunicación interrumpida por la Ley de Educación de 1970 de Villar Palasí, aquella  que propició la dispersión,  por distintos internados y/o Escuelas Hogar de la provincia, de cientos de niños de los pueblos más pequeños de La Alpujarra y en los que constituían una pequeña “Sociedad de Naciones de la Comarca”,( casi renunciando a los juegos propios de su edad y pensando más en mantener  una beca si no querían  verse abocados prematuramente a destripar  terrones a pala de azadón por las panderas y “laeros” de la Contraviesa), Dolores, mi madre, me relataba muchos de los sucesos e historias acaecidas en el pueblo en otros tiempos.
En uno de aquellos relatos, que le había sido transmitido a su vez por su madre, me contaba la dureza del “año de la epidemia”. Su abuelo José, que en aquel otoño trabajaba a jornada completa por tres pesetas destilando aguardiente en el alambique que existía entonces en el pueblo e inmediato al camino que viene de los cortijos, se lamentaba de que la penosa situación podía soportarse durante el día, pero las noches traían escenas espeluznantes, al ver pasar un día tras otro los cortejos fúnebres con toda su carga de patetismo y dolor. En la carpintería, “el tío Pepe”, sin apenas material, no daba abasto a ensamblar los rudimentarios ataúdes y la gente de los cortijos tenía que traer a los finados envueltos en rollos de cañizo. Incluso se llegó a desdoblar el camino de acceso al cementerio a fin de evitar, en la medida de lo posible, los contagios. También se clausuraron las escuelas, se suprimieron las fiestas patronales…Los números oficiales: más de 250 infectados  y 36 víctimas, la mayoría de ellas jóvenes; de otra parte, suspensión de las labores propias de la fecha y sensación de pánico, impotencia y derrota entre la gente.
El mal
La pandemia de gripe A (H1 N1) que tiene lugar entre la primavera de 1918 y la de 1919 va a tener unos efectos devastadores entre la población mundial. Para hacernos una idea, la I Guerra Mundial causó  alrededor de 21 millones de muertes, mientras que esta epidemia  alcanzó esa misma cifra en tan solo cuatro meses. Se estima que llegaron a estar contagiados unos 500 millones de personas en todo el mundo y que fallecieron entre 50 y 100 millones.
La bautizada como gripe española, vino como consecuencia de la mutación de una cepa letal de la gripe común, llamada así porque fue nuestro país el único en reconocer su existencia y hacerlo público, siendo por ello considerado el centro de la misma. Sin embargo, los primeros casos se dieron en un acuartelamiento de Fort Riley (Kansas), donde fallecieron unos 50 soldados y hubo cientos de enfermos, pero el resto de la compañía fue enviada a luchar a Europa. Precisamente fueron Francia y Gran Bretaña las naciones más afectadas y con mayor número de víctimas por gripe, pero negaron su existencia por miedo a la desmoralización que podía causar entre las tropas y la población, atribuyéndole oportunamente el calificativo de “española”.
Lo que comenzó como una severa gripe común, con síntomas como dolores de garganta, cefaleas, fiebre habitual, (sólo 1/5 parte presentó síntomas leves) se convirtió en un virus devastador que propiciaba el empeoramiento rápido de los enfermos, falleciendo estos en horas o en pocos días: sufrían escalofríos, fatiga extrema, a menudo con líquido en los pulmones y agravado con neumonía bacteriana. Algunos presentaban en la cara un tono azulado, tos con esputo de sangre al día siguiente de expresar la enfermedad; en otros casos se manifiestan erupciones cutáneas de color marrón o morado  y pies ennegrecidos.
La gripe en Granada
A mediados de septiembre, distintos telegramas e informes hablan del decrecimiento del virus en Valencia, pero también de su expansión en Ferrol, pueblos de la provincia de Cádiz y Murcia. El día 19 se detecta el primer caso en nuestra provincia, en concreto en Freila, y, tan solo tres días más tarde ya son 250 los afectados; en otro pueblo del Altiplano como Orce los epidemiados rondan los 500.
Por lo que respecta a La Alpujarra, el primer contagiado se localizó en La Rábita el día 9 de octubre. A partir de aquí el aumento es progresivo y casi generalizado hacia el día 23 de dicho mes (12.000 enfermos en la provincia el 27 de octubre).Determinar el número de afectados y fallecidos tanto a nivel comarcal como provincial resultaría bastante complejo debido a la profusión de comunicados, cartas o telegramas que, a veces, repiten  y/o entremezclan cifras; otros se suministran con retraso e imprecisión en las fechas, por lo que habría que indagar en los libros de defunciones del Registro Civil de los ayuntamientos  o Juzgados de Paz de cada localidad y contrastar en ellos los datos ( eso si no fueron pasto de las llamas en la Guerra Civil). Pero sí disponemos de información suficiente para hacernos una idea bastante aproximada de la evolución de la catástrofe.
A través de los partes remitidos al Gobierno Civil podemos resaltar los siguientes picos de invasiones producidas en los pueblos de la provincia de Granada: 500 en Pedro Martínez el día 15 de octubre, 700 el día 20; 300 en Alquife el 26, 800 el 28; 500 en Lanjarón el día 23 y 1.000 el 1 de Noviembre; 410 en Ízbor y Tablate el 23 de octubre; en Padul más de 400 el día 27;400 en Agrón el 2 de noviembre; 350 en Guájar  Fondón; más de 700 el 2 de noviembre en Motril y 1500 el día 5; en Alhama 240 el 2 de noviembre y 1300 el día 11;350 en Molvízar el 3 de noviembre y 1200 el día 10;en Montefrío 543 y 500 en Guájar Faragüit el 6 de noviembre.
En lo que se refiere a la Alpujarra, los datos no son menos escalofriantes y observamos cómo en Albuñol llega a haber más de 1.000 epidemiados, en Torvizcón se pasa de 475 el 27 de octubre a más de 1.000 para el 3 de noviembre; en Carataunas existen 250 casos el día 27 de octubre; en Cástaras son 650 los afectados el 28; Trevélez cuenta con 460 infectados el día 31 y 800 para el 2 de noviembre; y así podemos seguir citando a Pampaneira con 210, Válor 315, Soportújar 400, 250 en Rubite, 179 en Almegíjar, 500 en Albondón o los 540 de Polopos. (Desde el día 25 de noviembre hasta el 3 de diciembre hay un aumento considerable de invasiones en los pueblos de la cara sur de la Contraviesa, el  entorno de la Sierra de Lújar y los núcleos de población marítimos cercanos, mientras va remitiendo en las localidades más cercanas a Sierra Nevada).
Algo similar podemos deducir sobre el número de defunciones que se producen a diario. En Pedro Martínez se contabilizan 30 muertes por gripe entre el 12 y el 15 de octubre, el día 20 hay que contabilizar 50 más, por lo que tuvo que habilitarse y bendecir un secano como cementerio. En Cacín se registran 14 víctimas el día 24 de octubre; en Lanteira son 30 los difuntos hasta el 11 de Noviembre, 36 óbitos en Castril durante el mes de octubre, otros 9 en Marchal el 28 de ese mes.
De la comarca Alpujarreña, gracias a los distintos telegramas e informes sanitarios remitidos por los alcaldes, las crónicas de corresponsales de varios medios o cartas, conocemos que el día 21 de octubre se registran 14 fallecimientos en Albuñol, 17 el día 19 en Mecina Fondales, 9 el día 26 en Pórtugos, 10 el 2 de noviembre en Torvizcón, 17 en Picena también a comienzos de dicho mes; en Carataunas se registraron hasta el 10 de noviembre 23 defunciones. En la etapa de máxima actividad del virus llegan a producirse entre seis y diez defunciones diarias en algunos pueblos como Albuñol, Trevélez o Pampaneira. Así, en este último pueblo, en un comunicado que el párroco local, Gumersindo Garvi, envía al diario La Gaceta del Sur, entre otros aspectos referentes a la salud del pueblo, reconoce que el día 29 de octubre se celebraron cinco entierros de forma simultánea y que otra persona estaba velándose. Además, hemos podido contrastar que el mayor porcentaje de fallecidos se dio entre personas con edades comprendidas entre los 17 y 40 años en localidades como Albuñol, Trevélez o Rubite, constante que podría extrapolarse al resto de los municipios alpujarreños: factor este a tener en cuenta, pues condicionará en un futuro inmediato la natalidad comarcal, afectará a la productividad agrícola y la alta tasa de orfandad marcará la configuración de las familias y el prototipo de la pirámide de población. Ya terminada la invasión gripal, pueblos como Rubite contabilizaron en total 36 muertes, Sorvilán 24, Yegen 10, mientras que en Alfornón no hubo que lamentar ninguna víctima.
Bases del contagio
Para entender mejor esta rápida propagación de la enfermedad y sus efectos devastadores, hemos de tener en cuenta varios factores. En primer lugar, la movilidad de la población y el contacto con colectivos ya contagiados, que propician su extensión tras el retorno a sus lugares de origen. Sabemos  que el primer caso que se da en Albuñol es el de una madre de un soldado del Cuartel de Artillería de Granada que enfermó del mal, fue a verlo y a su vuelta estaba contagiada. En Trevélez, tal como relata Carlos Castellón, donde muchos de sus vecinos acudieron a la Feria de Cádiar, según era costumbre, trajeron desde allí la enfermedad: a los cuatro días, un buen número de los habitantes ya la había contraído con carácter grave, produciéndose algunos días entre 8 y 10 defunciones.
Otra de las causas, tal vez la más determinante para la expansión del virus, fue la cuestión de la higiene. El Dr. Fidel Fernández, quien había acudido a ayudar a los facultativos de Albuñol, entre la impotencia de estos por tantos casos declarados, la define como propia de los pueblos pequeños y pocos cultos, donde había escombros obstruyendo las calles, depósitos e inmundicias en ellas, inexistencia de alcantarillado, por lo que los esputos y excreciones de los enfermos se vertían  en el corral o en la propia calle, es decir, que se respiraba un ambiente de suciedad y falta higiene preocupantes. Las casas eran, por lo general, pequeñas, mal ventiladas, donde los enfermos duermen mezclados con los individuos sanos e incluso con los bebés. Califica las ropas de las camas y los pañales de inmundos, que se lavaban en condiciones nada recomendables.
El incremento de muertes se debió también a una deficiente y defectuosa nutición, dada la escasez de alimentos básicos, especialmente de huevos y leche, que acaban convirtiéndose en artículos de lujo: la leche condensada resulta vital en Trevélez para la supervivencia de tantos niños y lactantes que han quedado huérfanos. En Juviles, según apuntaba su corresponsal, no se encontraba “ni cara ni barata” y, como alternativa, se elaboraba una especie de horchata con almendras; para hallar huevos, había que recorrer todos los pueblos y cortijos del entorno y pagarlos al nada desdeñable precio de 50 ó 60 céntimos cada unidad. Así mismo da cuenta del caso de una madre que vive con cuatro hijos párvulos a su cargo por haber enviudado, utilizando el único huevo disponible para elaborar un ponche y así repartirlo entre todos los miembros  de la casa, como único alimento para ese día. También en Carataunas encontramos una situación similar, donde la escasez de leche y huevos, recetados por prescripción médica, hace que estos últimos adquieran un precio desorbitado e incluso existe dificultad  de encontrar limones, también recomendados, en la vega de Órgiva.
Todo ello propiciará el desarrollo de un mercado negro que intentaba acaparar este tipo de alimentos con los que luego se obtenían pingües beneficios al llevarlos a las ciudades de Almería y Granada. Por ello, en pueblos como Albuñol, las autoridades organizaron rondas itinerantes por los cortijos y anejos, vigilando caminos y requisando ambos productos, so pena de cárcel.
Medidas y actuaciones
Esta situación excepcional  provoca alarma, temor entre las personas y una depresión moral que se manifiesta en calles poco frecuentadas por transeúntes, locales sociales y públicos, como los casinos, tabernas o posadas, vacíos, tráfico y comercio paralizados y gentes atemorizadas y escondidas.
Ante tal panorama, las autoridades solicitan diariamente al Gobernador Civil el envío de todo tipo de recursos: desinfectantes, sueros, antitérmicos, antisépticos o personal sanitario, si bien estos llegan con retraso o en cantidades insuficientes, cuando lo hacen. Las ayudas económicas por parte de los organismos oficiales y distintos poderes públicos para comprar suministros empiezan siendo insignificantes, apenas unos cientos de pesetas los primeros días, aunque luego se irán incrementando las cantidades, pero sin ser suficientes para atajar con garantías el problema.
Una vez reconocida oficialmente  la enfermedad, se cursan órdenes y recomendaciones para controlar la epidemia y minimizar su impacto tales como: establecimiento de cordones sanitarios, desinfección de calles y domicilios, no celebración de actos públicos y festejos, proporcionar información continua y obligatoria del estado sanitario de cada localidad, exigencia de implicación de autoridades locales como de personal sanitario. En este sentido, el Gobierno Civil  obligó a aprobar a los ayuntamientos que el 10 ó el 15% del presupuesto municipal se destinase a la lucha contra la enfermedad. También se ordenó a los alcaldes que no permitieran la conducción de ataúdes abiertos al cementerio.
Así, en Albuñol se constituyeron dos brigadas sanitarias a finales de octubre que se encargarían de la desinfección regular del pueblo, de los hogares y de las ropas cuando se recibiesen los útiles y productos que se habían solicitado, ya que en ello radicaba gran parte de la solución al problema.
La no comunicación de la existencia de la gripe o dejar de transmitir diariamente el estado sanitario de los pueblos por parte de alcaldes o Juntas Municipales de Sanidad a la Junta Provincial o Gobierno Civil, implicaba la imposición de multas y sanciones, como sucedió en Gobernador o Pedro Martínez, si bien no tenemos constancia de actuaciones parecidas en los pueblos alpujarreños.                                                            
Sin embargo, la recomendación de no celebrar actos públicos multitudinarios o festejos no fue muy secundada en esta comarca  donde las ferias y fiestas patronales son numerosas por estas fechas. Ya dimos cuenta de que se llevó a cabo la feria de Cádiar. Lo mismo ocurrió con la de Ugíjar, a la que se señaló como causante de la propagación  de la gripe en dicho municipio, pese a la disconformidad y las críticas a su celebración por parte de los sectores no oficialistas de la población. En Carataunas el día 14 de octubre tuvo lugar la fiesta dedicada al Padre Eterno (talla del escultor José Navas Parejo) y que el cronista describe con una exaltación y despreocupación incomprensibles para lo que estaba sucediendo ya en pueblos próximos como Soportújar, del que acudieron personas a la romería, así como de Bayacas o Cáñar: hubo baile público en el campo y en los “terraos”, puestos de dulces, carreras a caballo, procesión…
En municipios como Busquístar y Rubite se clausuraron las escuelas por orden de las respectivas Juntas de Sanidad locales, ya que la enfermedad sigue progresando en ellos, aunque aún revestía carácter benigno.
Los acordonamientos sanitarios, que intentaban controlar el trasiego de individuos en las distintas localidades, a veces dieron lugar a excesos de celo, cuando no, a abusos. Por ejemplo, en Ugíjar se prohíbe la entrada a cualquier persona procedente de otros lugares, salvo a aquellas afines al cacique local, dificultando con ello la llegada de auxilios y alimentos que pudieran ser traídos por comerciantes de otros pueblos. Incluso se le negó la entrada en un primer momento al doctor y profesor de la Facultad de Medicina de Granada, Carlos Ocaña, y luego se le conminó a no visitar enfermos. Tampoco el personal religioso se libró de las restricciones impuestas desde la alcaldía, pues el sacerdote y las monjas que prestaban asistencia en el hospital habilitado en dependencias eclesiásticas, por el mero hecho de acudir a suministrar la confesión o la extremaunción, fueron recluidos a la fuerza en sus domicilios. Comunicada la arbitraria situación al Gobernador Eclesiástico de la Diócesis, este traslada despacho  al Gobernador Sánchez Calvo, quien amenaza con multas alcalde y le invita a deponer su actitud hacia el presbítero Santiago Linas para que este pueda ejercer libremente las tareas propias de su ministerio.
En lo que se refiere al personal sanitario, cabe decir que se encontró con una situación y con unas condiciones que acababan por desbordarlos, pues en muchos casos estaban encargados de atender a más de un pueblo, como es el caso del médico de Carataunas que atiende también a Cáñar, Bayacas y Soportújar. Diego Castilla tiene a su cargo la atención de Bubión, Capileira y Pampaneira. Hermenegildo Artacho, titular de Sorvilán y José Serrano Pérez, de Albondón, atienden también a Albuñol y La Rábita durante la convalecencia de sus médicos, desplazándose allí a caballo en los primeros días, al no existir todavía el mal en sus respectivos municipios. El de Torvizcón, con muchos pacientes infectados del virus, no puede atender a los cortijos pertenecientes al municipio, algunos de ellos en la Contraviesa, distantes hasta 15 kilómetros.
No fueron pocos los profesionales de la medicina que acabaron sucumbiendo también a la enfermedad como los de Albuñol, La Rábita, Polopos, Lujar o Bérchules, por lo que muchos alpujarreños quedaron temporalmente sin cobertura sanitaria  y aumentó el temor entre ellos mucho más aún. También se produjeron bajas en el colectivo médico. Es el caso de Sánchez Quero, médico de Ugíjar, que falleció a comienzos de estallar la gripe, de ahí lo incomprensible de las actuaciones del alcalde a las que nos hemos referido. El Gobernador instó entonces al médico de Cádiar a acudir a socorrer a aquella villa, pero el vecindario se negó en rotundo. El de Cherín llegó a presentar su renuncia, pero fue advertido de que si abandonaba su puesto, sería considerado como un delito de abandono de funciones públicas. En Albuñol, al estar enfermos los dos galenos que prestaban allí sus servicios y que ninguno de los requeridos se prestase a marchar a la primitiva capital del Estado del Cehel, pese a las dietas y emolumentos ventajosos ofrecidos, el servicio fue atendido, como se ha referido, por los facultativos de Albondón y Sorvilán, así como por el prestigioso y afamado Fidel Fernández y Enrique Velasco, colaborador de este en la Facultad de Medicina.
Además, hubo casos  en los que se intentó desprestigiar la profesionalidad de estos: el alcalde de Albondón llega a acusar a uno de sus doctores, José Serrano, de dejación  de funciones en el pueblo, para atender los designios del cacique de Albuñol (en concreto se refería el edil a José López Martín, jefe retirado del ejército), cuando lo cierto es que estuvo dos días atendiendo pacientes en Albuñol y La Rábita, volviendo a Albondón al tercer día. Retornó de nuevo a Albuñol  donde permanece por espacio de dos jornadas, pero regresó a su lugar de destino en cuanto se presentaron los primeros casos, llegando a pagar los gastos de hospedaje y otros inherentes al desplazamiento de su propio peculio, y declinó el compromiso de pagarlos que le había ofrecido el secretario del Ayuntamiento de Albuñol.
Algunos de estos sanitarios incluso llegaron a pagar alimentos, desinfectantes y medicinas: es el caso de José González Ortiz, médico de Cáñar y pueblos aledaños. Algo parecido hace Rodolfo D´Angelo durante su acción médica en Pitres: dio donativos en metálico y socorros a los más necesitados y, antes de partir, dejó cierta cantidad en efectivo para que el alcalde lo repartiera entre los mismos destinatarios.
En cuanto a las autoridades locales, la mayoría estuvo al tanto de pedir y recibir los socorros y suministros que llegaban desde Granada, así como el velar por la observancia y cumplimiento de las directrices impuestas; otros se implicaron de forma más directa a la hora de atender las calamidades de su comunidad: la corporación municipal de Lújar participa a diario en el entierro de cadáveres, a la vez que se quejan del abandono que se sufre por parte de las autoridades. La misma denuncia realiza desde Capileira Rafael Mendoza ante el Gobernador y el Diputado a Cortes por el Distrito de Órgiva, Natalio Rivas, sobre el olvido que sufre el Barranco de Poqueira.
La Solidaridad
En circunstancias tales, los gestos de solidaridad se convierten en uno de los aspectos destacables del momento. Ya hemos citado algunos comportamientos, en este sentido, llevados a cabo en Cáñar y Pitres. En Capileira, el alcalde, el párroco y el comandante de puesto de la Guardia Civil realizan una llamada a la clase más pudiente con tal de reunir fondos con que alimentar a los enfermos pobres. En Albondón, José Mesa Guerrero, el farmacéutico del lugar, que había ejercido las veces de médico en el pueblo cuando los dos titulares estuvieron enfermos, falleció dejando a su viuda con cuatro hijos menores y una situación económica delicada. Sus vecinos decidieron cursar una solicitud para que se le concediese a su mujer la misma pensión que a las de los médicos. En Trevélez los vecinos se hacen cargo de la alimentación y custodia de un bebé de seis meses, tras encontrar a su madre de 26 años fallecida y a su padre moribundo en una de las casa de los arrabales del pueblo.
Quizás valga mejor, como muestra de todo lo que hemos expuesto, la crónica que  Baldomero muñoz envía al diario El Defensor de Granada desde Torvizcón y que reproducimos a continuación de forma íntegra:
“La epidemia a que hemos convenido en llamar grippe y que en la historia de las grandes hecatombes de la humanidad ocupará un lugar preferente y su recuerdo pondrá crispaciones de horror, apareció en Torvizcón el día 18 del actual de un modo inopinado.
Ya se hablaba de su existencia en pueblos comarcanos, y siguiendo las reglas que dicta la prudencia, acordó la Junta de Sanidad aislar al pueblo y evitar todo contacto con aquellos ya infectados.
La explosión fue brutal. Setenta y nueve atacados en el mismo día. Setenta y nueve que visitó el médico, y al día siguiente el número llegó a noventa, después doscientos, más tarde quinientos y a estas horas pasan de mil; más de la mitad del vecindario.
Casas enteras con todos sus moradores enfermos; casas de familias pobres en donde no hay camas suficientes y se ve a los enfermos atacados por esta fiebre tan feraz, tirados en el suelo o sentados estoicamente en las puertas de sus casas suplicando la caridad de un vecino transeúnte que le compre lo necesario para cuidar a los suyos; (ilegible) en que se ensaña cruelmente y por la mañana priva de la vida a la madre, que es llevada al momento al depósito de cadáveres, y por la tarde muere ante los atónitos ojos de los demás hermanos enfermos, que no saben si mañana seguirán el mismo camino o tal vez se pregunten qué de sufrimientos les aguadan con la salud tan deseada, sin el cuidado cariñoso de la madre y sin ayuda de trabajo del hermano, en aquel hogar ya de antemano huérfano de padre.
Y el dinero no sirve, no tiene valor ninguno; la clase pudiente ha contribuido a una cuestación iniciada por el alcalde, pero no hay leche, ni hay huevos y aunque se quisieran pagar estos artículos a precio de oro, no se encuentran.
El Gobernador Civil envió hace tres días doce latas de leche condensada, que dan su rendimiento de setenta y dos cuartillos; ¡qué es eso para tanta necesidad!
Por otra parte, la difteria empieza a hacer víctimas y no hay suero, y el Instituto de Alfonso XIII en dos cartas seguidas se excusa de servirlo por no tener de ese preparado ni serle fácil confeccionarlo con la premura que se desea. Los enfermos de grippe se tratan con quinina y antitérmicos, de los que hasta la fecha no han faltado en la farmacia pero no mejoran; la situación empeora por momentos. Ayer fueron cinco las defunciones y no sabemos cuántas serán al amanecer del día de hoy.
El médico don Eduardo Santiago se multiplica para acudir a todas partes; pero no puede, al cabo de las fuerzas humanas, asistir a tanto enfermo.
Se ha pedido con insistencia el envío de un médico o siquiera un alumno de Medicina, y ni una cosa ni otra resulta por ninguna parte.
Se pretexta que no hay médicos. ¿Cómo es eso? Pues por boca de los mismos médicos se ha pedido al Gobierno que restrinja el estudio de la Medicina, porque “el número de facultativos es excesivo y la vida de la clase se hace imposible”. ¿En qué quedamos?
Resumen de esto: Que siquiera por caridad deben enviarse más recursos a este pueblo y hacer lo posible por mandar cuanto antes un médico, que los enfermos tengan consuelo de verse asistidos. De no ser así, diremos que este aire que nos envenena ha secado también el sentimiento de la caridad”. 
Encomendarse a todos los Santos
Evidentemente, ante una situación desesperada como esta, cuando los remedios convencionales o de la ciencia no surten efecto, el miedo y la fe orientan la búsqueda de soluciones hacia el terreno religioso o espiritual. Ejemplo de lo que decimos son las rogativas o procesiones  que se realizan invocando la mediación divina. Así sucede en Albuñol donde se pide por el cese de la epidemia; a ella acuden los vecinos  no infectados por la gripe haciendo sus peticiones a la Virgen, y con el miedo que les depara el futuro incierto  de su propia supervivencia, pues, al acudir a estos actos de multitudes, se estaban también exponiendo al contagio.
El caso, sin duda, más llamativo sucede en Sorvilán, pueblo con una larga experiencia en este tipo de actos: ya en 1885 habían sacado en procesión a la Virgen, San José y San Cayetano con motivo del gran terremoto que sucedió el día de Navidad de 1884 y sus frecuentes y fuertes réplicas en días posteriores.
En una Bula Pontificia (entonces custodiada en el Archivo Municipal, según el relato de El Noticiero Granadino) fechada en 1855 se refleja cómo Albuñol fue invadido de forma virulenta por el cólera. A petición de ciertas personas de Sorvilán, la imagen de su patrón fue llevada en procesión al lugar conocido como “Cerro del Madroño” desde donde se divisa la villa de Albuñol y, a tenor de algunos testimonios de personas que asistieron al evento y aún con vida en 1918, a partir de entonces no se dio ningún caso más, cesando rápidamente la enfermedad. Convencidos, pues, los sorvilaneros de la mediación de San Cayetano para liberarlos de las calamidades que les rodean, y como acto caritativo hacia el vecino pueblo de Albuñol,  haciendo uso de la antigua prebenda o beneficio papal, deciden sacarlo procesionalmente al mismo lugar que lo hicieron sus antepasados  en 1855 para que se repitiese el milagro. Sin embargo, esta vez “pintaron bastos”: la epidemia siguió haciendo estragos en Albuñol y, en Sorvilán, acabaron muriendo 24 vecinos.
De entre los pocos lugares exentos de la afección gripal, estuvo Alfornón. Como acción de gracias por haberse librado de la epidemia, se celebraron fiestas el 7 y 8 de diciembre en honor de la Inmaculada y San Roque. Hubo, entre otros actos, novenas, el típico y tópico reparto de pan a los pobres, salidas y rezos del Rosario, procesión de las imágenes de La Inmaculada, San Roque y San Roque”el chico” (según la tradición, la imagen de este último apareció en una gruta de este pueblo), y, para amenizar los actos y veladas, la actuación de la ya entonces prestigiosa Banda de Música de Cádiar. Parece que además se concentró una nutrida asistencia de personas procedentes de pueblos vecinos como Sorvilán, Polopos, Albondón y Torvizcón: toda una temeridad, dado que aún está bien presente la enfermedad en estos núcleos de población.
Todo tiene su fin
Poco a poco, la enfermedad va cediendo y se aleja definitivamente a mediados de diciembre (el último caso registrado se produce el 17 en Albuñol) y los habitantes alpujarreños van recobrando la normalidad de la vida cotidiana: calles transitadas, reapertura de comercios, labranza de tierras y recolección de algunos frutos  todavía aprovechables…
Pero, a finales de de febrero de 1919, se produce un rebrote que hizo saltar de nuevo las alarmas, si bien fue mucho menos virulento y más focalizado, aunque llegó a causar algunas muertes en Albuñol y La Rábita; todavía en marzo se dan algunas víctimas y aparecen también en varios pueblos de la comarca la viruela y el tifus. El no poder haber sembrado trigo ni otros cereales, acabará por provocar una crisis de subsistencias y, ante la falta de pan, los obreros pasan varios días sin poder salir a trabajar, con el consiguiente malestar y el temor a los disturbios.
Al ir leyendo todos los documentos e informes de los diferentes pueblos que han servido como  base del presente artículo, al mismo tiempo, se me venían a la memoria los versos de  aquel soneto de Quevedo “Miré los muros”, aquellas “Nanas de la cebolla” de Miguel Hernández, pero, sobre todo, de forma dispersa, los de “El viaje definitivo” de Juan Ramón:
“Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros
cantando.
 ………………………………………………………………..
Y  tocarán, como esta tarde están tocando,
las campanas del campanario.
Se morirán aquellos que me amaron
………………………………………………………………..”

Y no me era difícil imaginar aquellas campanas doblando incesantes sobre el cielo alpujarreño durante aquellos dos dolorosos meses de otoño.