Germán Acosta Estévez
Desde la Rambla de Barbacana
Hasta los oteros del Talantar,
Se oye un lamento de guitarra,
De pena morisca y cristiana,
Que quiere llevarse a la mar,
El gran río de La Alpujarra.
A Conchi y Carmen, nobleza "mayoya"
Foto:
Manuel Morales Puertas.
Poco podían imaginar Luis Zapata y María de Chaves los
cambios proyectados por su nieto Luis casi medio siglo después de que ellos, en
1512, para poner en valor su extenso patrimonio acumulado en el Reino de
Granada, vincularan sus bienes en la persona de su hijo primogénito Francisco y
fundasen el Estado o Señorío del Cehel. Tras la fuga masiva de los moriscos de
Albuñol (capital administrativa del Estado) el 17 de julio de 1561, Luis Zapata
de Chaves, tercer señor del Cehel, decide emprender una serie de profundas
reformas en el poblamiento de sus dominios con tal de frenar las huidas masivas
de moriscos en el futuro. Para ello se proponía concentrar el hábitat en
algunos lugares del Estado con tal de controlar mejor así a la población, despoblar
algunas de sus alquerías y repoblar aquellas tierras con la quimérica cifra de
4000 Vecinos. También pretendía don Luis cambiar el emplazamiento de Torvizcón,
pues no le gustaba el sitio donde se asentaba y trasladar su ubicación a “un
sitio sobre el río Cádiar”: dicha modificación llevaría implícita el cambio de nombre
del lugar.
Tras la
rebelión y el extrañamiento morisco, se pone en marcha la repoblación filipina
priorizando la de las denominadas Alpujarras,
Sierras y Marinas, una labor bastante compleja que contó con más trabas si
cabe en los Señoríos del Reino de Granada. Con una situación económica y
personal delicada: embargadas las rentas del mayorazgo, pendientes de pago
ciertas cantidades tras el asiento con la Corona de 64.000 ducados por la
compra de la jurisdicción del Señorío, preso por contravenir las reglas
referentes al comportamiento y decoro de la Orden de Santiago, muerte de su
segunda esposa, don Luis intenta retrasar lo más posible la repoblación de sus
predios, y ante el interés en ellos de la corona y el apremio de Felipe II, llega
a escribir al rey en1571 afirmando que ya tiene 510 repobladores dispuestos a
ocupar sus tierras. Cuando en 1588 ha mejorado algo su situación económica,
entonces se procede a la repoblación del Cehel, aunque sólo se ocupan en principio unas 167 suertes en varios
lugares de su dominio. A Torvizcón se le asignan 40 repobladores, si bien sabemos que en 1591 la población del
lugar era todavía de 13 vecinos, por lo que cabe hablar de un alto grado de
fracaso de la empresa repobladora en el Estado del Cehel. Cuando, a mediados de
mayo de ese año se redacta la escritura de población y se refunda la villa de
Torvizcón, en lugar de denominarse Villa
Leonor, como pretendía don Luis, en homenaje a sus dos esposas ya fallecidas y
que tenían ese nombre, pasará a denominarse Villanueva del Çehel, convirtiéndose en la capital del Estado y
alternándose el uso de ambos topónimos hasta 1676, aunque en algún que otro
desliz en la documentación prosopográfica se le vuelva a nombrar como
Villanueva del Cehel en 1678. Como puede imaginarse, tampoco hubo cambio de
lugar del asentamiento urbano: el caserío y su iglesia siguieron en el lugar originario.
IMPLANTACIÓN, MODIFICACIONES, CONTROL
Y DOTACIÓN DE PERSONAL.
Tras la
revuelta mudéjar en 1500, se abre un nuevo panorama en el Reino de Granada que
busca lograr la asimilación de los moriscos, donde la iglesia católica va a
jugar un papel fundamental. A pesar de la conversión en masa de los mudéjares
al cristianismo, los dirigentes del Reino consideraban que esta no sería real
de forma inmediata, pero que llegaría con una mayor presencia de la iglesia en
el territorio y mediante la labor evangelizadora. La desconfianza y el fracaso
no impidieron el desarrollo de un programa de implantación de parroquias,
aunque este se realizase de forma lenta al tener que acondicionar las antiguas
mezquitas, edificar nuevos templos y desplazar clérigos de otras diócesis para
su servicio. Es en este contexto donde debemos entender la erección parroquial
fundamentada en la bula del Papa
Alejandro VI, donde se recoge, amén de la fundación de numerosas parroquias por
todo el territorio granadino, que en la Alpujarra suponen 40, más la colegiata
de Ugíjar, la adscripción de la iglesia de Torvizcón a la de Almegíjar,
dotándola con un beneficiado y un sacristán, en los siguientes términos:”In ecclesia parrochiali Sancte Marie loci
de Almexixir con suis annexis del Torbiscon et Bordomarela locorum predicte
diocesis unum beneficium simplex servitorium et unam sacritiam”. Aunque las
fugas masivas de moriscos afectaron sobremanera a las tahas de los Ceheles
(Torvizcón perdió en la huida de noviembre de 1507 aproximadamente la mitad de
sus pobladores moriscos), al quedar muchas de sus alquerías despobladas,
provocando así sustanciales cambios en su estructura parroquial, cuyos beneficiados se
vieron obligados a ejercer su ministerio en otras iglesias e incluso alguno en
el coro de la catedral de Granada; sin
embargo, en Almegíjar y Torvizcón sabemos que se mantiene la presencia del
beneficiado y sacristán en 1527. Hacia 1530 son ya siete las iglesias
construidas en La Alpujarra, tres en la parte granadina: en Tímar, Pitres y
Torvizcón, mientras se hallaban en construcción entre otras las de Almegíjar,
Ugíjar o Murtas.
Al ser
Granada una iglesia de Patronato Real, la provisión de beneficios depende
directamente del rey al elegirlos de entre una terna propuesta, para luego el
arzobispo darlo a colación. Carlos V intentó que dichos beneficios se cubriesen
preferentemente con sacerdotes naturales del lugar, luego con los del
arzobispado y en última instancia con los de otros reinos. También decidió este
monarca en 1526 que los fondos sobrantes de fábrica y beneficiados fueran a
parar a la Corona y fuesen administrados por los prelados (4ª beneficial), lo
que sin duda repercutió negativamente en los beneficiados de Granada, en
especial en los de este señorío de la Alpujarra.
La fuerte
presión fiscal, el incumplimiento de lo contenido en las capitulaciones en
relación a las costumbres moriscas o supresión de las mismas después de las
medidas de la Capilla Real o el endurecimiento de sus condiciones de vida tras
el Sínodo de Guadix, van a propiciar un deseo irreprimible de huida del
territorio Granadino. En concreto, de Torvizcón se documentan en el Archivo de
la Alhambra en torno a una docena de huidas allende entre 1546 y 1563, lo que
conllevaba automáticamente el secuestro de sus bienes por parte de la Corona de
Castilla, siendo especialmente críticos los años1560 y 1563. Este
despoblamiento incidirá negativamente tanto en las rentas señoriales como en
las ya bastante maltrechas de los beneficiados alpujarreños. Con la rebelión de
1568, el odio morisco se traducirá en la quema de templos y el martirio hacia el
personal eclesiástico.
Tras el censo
que se hizo en abril de 1587en la Diócesis de Granada y que recogía el número de
pilas y población de los lugares respectivos, el arzobispo Antonio Jorge y
Galbán firma un decreto de erección de curatos y dotación de los mismos un mes
más tarde. Por virtud de dicho decreto, se erigió en propio, perpetuo, colativo
y sujeto a oposición el curato de Torvizcón y lo dotó el arzobispo agregándole
el producto de las memorias, ingresos y demás donaciones del beneficio que se
suprimía en dicha iglesia, y reservando el pontifical de este beneficio y la
suerte de población que le pertenecía por dotación del curato de Almegíjar y
Notáez. Hacia 1621, tal y como reza en el Informe de Gualcarán Albanell sobre
las vicarías y parroquias de la diócesis, Torvizcón se convierte en sede de la
parroquia, en tanto que Almegíjar pasa ahora a ser anejo de esta. Según el
Libro de Respuestas Generales del Catastro de Ensenada en abril de 1751 “…en este pueblo ay quatro clérigos
presvíteros, y uno ordenado y un sacristán” para servir a los 255 vecinos
(1074 habitantes), mientras que en el Vecindario de 1755 también son cinco los eclesiásticos seculares que se computan para una población
de 271 vecinos. Este aumento del personal eclesiástico en la villa se debe ante
todo al crecimiento considerable de la población desde comienzos del XVII, pues
en el censo de Campoflorido de 1718, aunque de fiabilidad reservada, se
contabilizan en este lugar 150 vecinos.
A partir de
1837, con la supresión de los diezmos, el curato de Torvizcón fue considerado parroquia
de segundo ascenso y de tercera clase en los presupuestos para los gastos de
culto. En 1845 Madoz habla de la parroquia Nuestra Señora del Rosario también
como curato de segundo ascenso servida por un párroco y un teniente de cura; tras
el concordato de 1851 la diócesis de
Granada queda estructurada en
arciprestazgos, incluyéndose la iglesia de Torvizcón en el arciprestazgo
de Albuñol junto a otras trece parroquias.
Según la Guía
Eclesiástica del Arzobispado de Granada de 1885, Torvizcón sigue manteniendo la
categoría de segundo ascenso dentro del arciprestazgo de Albuñol. Cuenta con
2516 habitantes y su iglesia tiene como dotación de culto 605 pesetas en tanto
que el párroco tiene asignadas 875 pesetas anuales, por las 550 del coadjutor.
Dentro de los cargos de esta iglesia se cita a un cura ecónomo, Joaquín María
Robles, un coadjutor cuya plaza estaba vacante, lo mismo que la de sacristán,
un teniente sacristán a cargo de José Martín Llorente, el organista Justo Marín
y el notario Serafín Sáez López. La creciente despoblación del pueblo a finales
del XIX y comienzos del XX debido a la filoxera
y consiguiente emigración, supusieron una reducción paulatina del
personal eclesiástico en este lugar.
En el arreglo
parroquial de 1906 se mantuvo la
parroquia con categoría de ascenso bajo la advocación de San Antonio Abad, pero
separando de su dominio los cortijos de la Contraviesa que serán agregados ahora
a la parroquia de Polopos y a la coadjutoría de Alfornón. Por la nueva reforma
de 1949 se crea el arciprestazgo de Río de Cádiar (desmembrado de los de Válor
y Albuñol) del que pasará a formar parte la parroquia de Torvizcón junto con
otras nueve parroquias más, entre las que se cuentan las de Cádiar, Nieles,
Notáez,Lobras,Cástaras, Bérchules, Almegíjar, Narila o Juviles. Las
modificaciones posteriores de 1970,1984 y 1987 afectan más a la variación de
determinadas zonas que a las propias parroquias, si bien el despoblamiento y la
coyuntura económica han propiciado que se reduzca el número de sacerdotes en
estos pueblos alpujarreños y que una sola persona tenga que atender a varias
parroquias.
Era deber de
los obispos el conocer a sus fieles y su
situación, más aún tras el Concilio de
Trento en el que se decidió que las visitas a las respectivas diócesis
fuesen cada dos años al menos y en primera persona, si bien las circunstancias
distintas de cada época y cada prelado harán de este propósito más bien un
deseo que una realidad. La visita “ad
Limina” de 1685 realizada por el arzobispo Alonso Bernardo de los Ríos y
Guzmán refleja sucintamente el estado de la diócesis a través de una relación o
informe en donde se puede leer: “La
decima quarta vicaría es de Pitres. Tiene seis beneficios y curas en doze
lugares: Pitres, Bubión de Poqueira, Capileyra, Torbiscón y Amecinar, Pórtugos,
y Busquístar, Trevélez, Alcázar, Fregenite y Olías y Mecina Fondales”. A esta
vicaría seguirá perteneciendo la parroquia de Torvizcón durante todo el Siglo
XVIII y la primera mitad del XIX.
Tras la
complicada situación vivida por la iglesia durante el Sexenio Revolucionario,
todo parece volver al estatus anterior con la Restauración y el prelado
Bienvenido Monzón decide reanudar su visita pastoral, interrumpida en 1872. A
finales de agosto se dispone a visitar los arciprestazgos de Ugíjar, Albuñol y
Motril, visita en la que se ve sorprendidos por recios vendavales en Cojáyar,
Jorairátar o Gualchos. A Torvizcón llega el 20 de noviembre de 1882 donde
realiza 2420 confirmaciones y dispensa 2121 comuniones.
Veinticuatro
años deberán transcurrir hasta que se produzca una nueva visita “ad Limina” a este lugar. José Meseguer
y Costa es recibido en la rambla el 16 de noviembre de 1906 por las autoridades
locales y por el pueblo llano a la entrada del mismo, al tiempo que el párroco
local, Antonio Fernández Guerrero, le esperaba en la llamada placeta de San
Justo junto a un altar que se había levantado ex profeso. Desde allí partió la comitiva hacia el templo
atravesando varios arcos realizados con ramas y flores en la confluencia de las
calles. Según la crónica de esta visita, tras pronunciar un sermón de media
hora desde el púlpito, se retiró a descansar a casa del médico Justo López
Bonilla.
El día 17 lo
dedicó a dar confirmaciones y visitar la escuela, donde le sorprendió el niño
Manuel Hurtado, del que hablaremos más adelante; siguió confirmando a primera
hora de la tarde para terminar la jornada con la visita a la ermita de San
Antonio Abad. Al día siguiente continuaba su andadura.
AVATARES Y REFORMAS
A lo largo de
estos casi cinco siglos de existencia, el templo de Torvizcón se ha visto
afectado por distintos avatares que han obligado a realizar en él distintas
reformas y modificaciones.
El virulento
terremoto de 1522 que afectó sobremanera a localidades alpujarreñas cercanas
como Cádiar o Ugíjar, acabó propiciando la construcción de nuevos templos en La
Alpujarra en sustitución de las mezquitas derruidas por el mismo. Uno de ellos
fue el de Torvizcón y sabemos que hacia 1530, el cantero Rodrigo de Gibaja
andaba reparando el tejado de la iglesia, bastante afectado tras los seismos de
1526 y 1529. También se puede constatar en el interior del edificio la
colocación de azulejos y alizares en el zócalo de la capilla bautismal como
igualmente sucede en las parroquias cercanas de Cástaras o Mecina, que pueden
ser fechados en 1560 aproximadamente.
Según un
informe del arzobispo Guerrero de 1565 se necesita la intervención en la
sacristía y en la torre, así como la creación de un puente levadizo con un
gasto estimado para ello de 2500 ducados. Ya en 1569, el Viernes Santo, al
alzarse los moriscos, prendieron fuego a la iglesia y varios años después los trabajos
de rehabilitación avanzaban con lentitud debido a la escasez de medios
económicos por parte del arzobispado pese haber destinado a ello la llamada
cuarta de beneficiados. Así, cuando
Alonso López de Carvajal, visitador de la Alpujarra por mandato del Arzobispo
Juan Méndez de Salvatierra, llega a Torvizcón en noviembre de 1579, relata que sólo
existen dos vecinos y que la iglesia estaba aún quemada y no se celebraba misa
en ella. Las visitas realizadas en 1591
y 1594 sirven para constatar un leve aumento de población en la villa (13
vecinos en la primera) y que se han realizado ciertas obras aunque se requiere
de más dinero para terminar la reconstrucción según se desprende de un informe
encargado por la Real Chancillería de Granada a petición del monarca:”La yglesia de Torvizcón que está hecha y
acabada que no le falta syno un(…)delante de la puerta de la iglesia que
costara acabarse çinquenta mill maravedís…”. En 1597 tenían lugar nuevas
reparaciones del albañil Luis de Barrionuevo y el carpintero Alonso López
Zamudio y en 1640 trabajaba rehaciendo la armadura de la nave central Juan de
Valdidares.
El aumento de
población que experimenta el lugar entre los siglos XVII y XVIII requiere de
una solución arquitectónica que dé cabida a ese mayor número de fieles. La decisión
tomada fue realizar una ampliación de la capilla mayor derribando el testero
del altar, así como también el levantar una tribuna a los pies y que hemos
podido constatar su existencia ya en 1787. A mediados del siglo XVIII, el maestro
de obras de la diócesis de Granada, Fernández Bravo, proyecta en Torvizcón
la creación de una nave lateral con bóveda de aristas, rompiendo el muro
del lado del evangelio. Así mismo insiste en la necesidad de elevar la torre
para que los fieles escuchen con más nitidez el toque de las campanas para la
misa, labor que se concluye a finales de este siglo superponiendo otro cuerpo
de campanas igual que en las iglesias de Alcázar y Cástaras.
Lamentablemente,
y al contrario de lo que sucede con la iglesia de pueblos vecinos como
Fregenite Olías o Rubite, no conocemos en qué medida afectaron los terremotos
de enero y agosto de 1804 (Dalías y
Motril) a la iglesia parroquial de Torvizcón. Por el contrario, sí que
disponemos de suficientes datos sobre las calamidades que afectaron al templo
en el último lustro del siglo XIX.
Así, el
temporal de lluvia, nieve y fuertes
vientos que afectan a la provincia de Granada a comienzos de 1895 se ceban en
Torvizcón arrasando los olivares y otras arboledas, provocando el pánico y la ruina entre muchos vecinos. El día 16 de
enero, día previsto para el comienzo de las fiestas de San Antón, la rambla,
que venía muy crecida, carga por la parte de Levante contra el barrio del
Cerrillo hasta tal punto de desplomarse un cerro que termina aplastando gran
número de casas, dejando otras inhabitables y cegando la acequia que surtía de
agua potable al municipio. En la noche del día 17, el caudal de la rambla
empieza a combatir el barrio de la Iglesia hasta formar una gran barranquera y
provocar el desprendimiento del terreno aledaño, por lo que 50 casas acaban
desplomándose. Los testimonios locales de la época hablaban de desconcierto de
la población por no saber dónde refugiarse, ya que seguía el hundimiento de
viviendas y se comparan las imágenes con
aquellas que se vieron en los pueblos sacudidos por el gran terremoto de 1884.
De la iglesia se nos transmite la siguiente declaración: “Una de las naves de la iglesia parroquial se ha desplomado y la otra
amenaza ruina, por lo que los fieles han dejado de concurrir a los cultos…”.Dos
meses más tarde se nos relata que el pueblo aparece surcado por numerosos
manantiales de agua cristalina que encharcan las calles, al tiempo que siguen
los desprendimientos en el terreno, haciendo resentirse aún más al caserío: en
la calle de la Iglesia se contabilizan 86 casas arruinadas y amenazando con
desplomarse. La situación del templo es tan deplorable que el párroco decide
predicar los sermones de cuaresma en la cárcel municipal.
El día 30 de
octubre de1895 un nuevo temporal va a
dejar su impronta sobre la iglesia de Torvizcón, ya que se hunde uno de los
lienzos del tejado del presbiterio y el edificio acaba inundado,
reblandeciéndose los muros del mismo. Por fortuna, según el párroco, tampoco se vieron las imágenes afectadas ni el valioso
cuadro de “La Coronación de la Virgen” que
culminaba el altar mayor, pues los parejuelos se quedaron
sujetos a la parte superior del retablo dada su proximidad con las vigas de la
techumbre. Ante la evidencia de derrumbe, se prohíbe el acceso al edificio y se
le pide al arzobispado que tome medidas antes de la llegada del invierno, no
sólo por el peligro que entraña la situación del inmueble, sino porque los
fieles se hallan privados de cumplir con los preceptos religiosos. Con el fin
de proteger las imágenes y el retablo de los recalos, el día 3 de diciembre, el
cura del lugar manda a Antonio Martín
cubrir con maderas sueltas y unas esteras el agujero del tejado, pero el
techo cede y el obrero cae y fallece en el acto.
La reparación
del edificio va a llevar un tiempo desmedido, en gran parte por la inacabable
burocracia y la lentitud administrativa. En este sentido podemos notar la
impotencia del párroco y del vecindario que acuden a la prensa para intentar
que el asunto no caiga en el olvido de los despachos, como en esta carta al
director del diario La publicidad a
comienzos de febrero de 1896: “no olvide
el deterioro de la Iglesia de Torvizcón y se lo recuerde al Ministro de Gracia
y Justicia y al Conde de Tejada…”.En noviembre de 1897 encontramos todavía
el templo cerrado. El informe del arquitecto diocesano ha pasado ya al
arquitecto provincial, quien a su vez lo remite al Gobernador civil a finales
de este mes, cifrándose el presupuesto
de contrata en 7331’22 pesetas que se emplearán en la demolición y nueva
construcción de la nave lateral y otras reparaciones de menor calado en el
resto del templo. En enero de 1899 las ayudas gubernamentales aún no habían
llegado.
No se acaban
aquí las contrariedades del templo de Torvizcón en el siglo XIX. El 27 de mayo
de 1899, durante la celebración de las Flores a María, se prendió fuego a una
de las colgaduras del altar, y aunque el cura y el teniente de cura Facundo
Fernández Rodríguez, junto con los vecinos asistentes actúan con premura,
dichas colgaduras son pasto de las llamas que también causan desperfectos en algunas imágenes,
macetas y demás adornos del altar; la rápida intervención logró salvar el
retablo y el artesonado de madera. Finalmente
hemos de reseñar que a comienzos de la Guerra Civil se quemó el retablo
y el archivo parroquial.
El PATRIMONIO ARTÍSTICO.
Las numerosas descripciones de la iglesia de
Torvizcón nos hablan de una nave principal cubierta con una armadura de
limabordón a los pies y par y nudillo en el entronque del arco toral, con el
almizate apeinazado, formando cuadrícula en el extremo de los pies; los
sencillos tirantes descansan sobre canes de cartón abierto en S. La capilla
mayor posee una armadura cuadrada de limabordón, con la mitad del almizate
apeinazado, cuadrales sencillos y un par de tirantes en medio. La nave central
dispone de una tribuna elevada a los pies y en el lado del evangelio tiene
adosada una nave cubierta con bóveda de aristas y comunicada con arcos de medio
punto a la nave principal. La sacristía también
se dispone en la cabecera del lado del evangelio. En el lado de la
epístola se levanta la torre, de planta
cuadrada y dos cuerpos de campanas superpuestos con dos vanos de medio punto en
cada lateral y tejado cubierto a cuatro aguas. A los pies se abre una sencilla
portada, con arco de medio punto y a su derecha
la casa parroquial distribuida en torno a un patio.
Como en otras
iglesias alpujarreñas, muchos de los elementos originales han desaparecido o
han sido modificados, agregándose otros a causa de las necesidades de la
parroquia o por causas de distinta índole, como hemos señalado en el apartado
anterior. Por ejemplo, no se conservan las armaduras primitivas del techo,
generalmente en la zona de la Contraviesa de álamo, aliso, castaño o pino
laricio, fueron traídas en el siglo XVI de la sierra de Baza, de la de los
Filabres, Huéscar o el Marquesado del Cenete; Llevadas por vía marítima a los
fondeaderos de La Rábita, Castell de Ferro o el puerto de Motril y luego
subidas por reatas de bestias por las ramblas hasta su lugar destino. Entre las
obras de reciente añadido estarían el salón parroquial en 1926 y la capilla de
Nuestro Padre Jesús Nazareno. A tenor del testimonio de algunos vecinos, esta
capilla fue un regalo de un comandante del ejército tras la Guerra de África
para cumplir una promesa. El 6 de octubre de 1928 muere en plenas fiestas
patronales Eugenia Banqueri Ramos,
cofrade del Santo Rosario, cuya familia guarda una estrecha relación con la
iglesia de la villa de Torvizcón desde mediados del siglo XVIII. Esta mujer
dejará una importante limosna para solar dicha capilla.
Dentro del
patrimonio que atesora esta iglesia parroquial, destaca sobremanera, por su
valor artístico, el lienzo de José Risueño La
Coronación de la Virgen, perfectamente documentado y estudiado por Javier
Sánchez Real. Según este investigador, resulta raro en el XVIII encontrar obras
pictóricas en las iglesias de la Diócesis de Granada sufragadas con fondos de
la Contaduría, pues lo normal es que fuesen costeadas por cofradías y
particulares para altares y capillas a cuyo cargo también corría su
mantenimiento y decoración.
Una de esas excepciones
es el pago de 34.000 maravedíes en 1705 a
José Risueño por un lienzo de la Asunción
con los Apóstoles para la iglesia de Torvizcón que sin embargo no es
coincidente con el que hoy preside la capilla mayor y que muestra la Coronación
de la Virgen en el que se puede apreciar la firma de referido artista. Esta
falta de coincidencia sobre dos de los ciclos de glorificación de la Virgen
pudo deberse, según Sánchez Real, a un error en la anotación del tema o un
cambio en la composición del mismo. Es muy probable que, al comienzo estuviese
destinado al Retablo mayor o se incorporase en fecha más tardía: ya en 1715 la
Contaduría libera una cantidad de dinero para sufragar en parte el dinero de
dicho retablo del que en 1895 se nos dice que estaba coronado por un valioso
cuadro.
Foto: M. Carmen Corrales
En palabras
de Javier Sánchez Real y Domingo Sánchez-Mesa representaría el momento en el
que el Padre Eterno y Jesucristo se disponen a depositar sobre la cabeza de la Virgen
una corona imperial, estando presidido el acto por la paloma del Espíritu
Santo. La virgen aparece en el centro con actitud de recogimiento y de rodillas
sobre unos querubines. A ambos lados se hallan una pareja de angelillos con
atributos mariológicos de las letanías: la azucena, la rosa y la paloma, símbolos
de la pureza virginal, el amor y la inmortalidad, y como fondo un rompimiento
de nubes con más angelillos y querubines.
Foto:
M. Carmen corrales.
Dentro de las imágenes que custodia el
templo, resalta la de la Virgen del Rosario por su policromía y, según muchas
opiniones, realizada en el siglo XVIII. Pero, por sus características, bien podría
haberse realizado antes: ya en 1614 tenemos noticias de que María del Moral,
vecina de Torvizcón, en una de sus cláusulas testamentarias**, deja dos cahíces
de trigo (24 fanegas) para que se subasten en almoneda pública y con el dinero
obtenido se haga una imagen de Nuestra señora del Rosario “dorada” y unas andas
para la misma y que se mande a la iglesia de esa villa junto a una corona de
plata para dicha imagen; así mismo, de lo obtenido, también se ha de pagar un Niño Jesús
que debe estar con esa imagen. Esta presenta en brazos a un niño Jesús desnudo
que se viste para la procesión en la festividad del 7 de octubre, portando
ambos sendas coronas regaladas en 1928 por Manuel López y realizadas por el gran
escultor y orfebre Navas Parejo, quien ya había realizado otras obras para
iglesias alpujarreñas como la talla del Padre Eterno para la ermita del mismo
nombre en Carataunas o la imagen de la Inmaculada de Cádiar realizada en 1915.
En cuanto a las vestiduras para la procesión, la Virgen portaba en 1928 un
vestido blanco con aplicaciones de oro, confeccionado y donado por Elena
Lafuente, maestra del municipio en el
año señalado; el manto azul fue un regalo anónimo de dos hermanos de La
Cofradía del Santo Rosario también en 1928.
Dentro de los
enseres de orfebrería cabría mencionar el Santísimo Sacramento, pues ya en el
año 1600, con motivo del paulatino asentamiento de repobladores y consiguiente
aumento de la población, se solicita al Visitador del Partido, Francisco Osorio,
que se autorice a la iglesia de Torvizcón a tener Santísimo Sacramento. La
respuesta fue que se atendería dicha petición si los vecinos se obligaban a
costear el aceite para una lamparilla que ardiera noche y día.
OTROS LUGARES DE CULTO.
En 1805 el
sacerdote titular de Torvizcón hablaba de la existencia de una ermita
consagrada a San Antonio Abad y que Madoz, en su Diccionario a mediados de siglo, puntualiza que es de propiedad
particular. En la actualidad existen vestigios de un antiguo calvario a las
afueras del pueblo. Curiosamente en este lugar, tras el regreso de la merienda
que se celebraba en el campo con motivo de la Romería de San Cecilio el día 1
de febrero, los jóvenes y los niños, formando un corro, cantaban la canción que
aparece en esta imagen:
Además hay dos
ermitas: una en el cortijo Los Álvarez bajo la advocación de la Virgen de la
Soledad y otra en el cortijo Salas consagrada a la Virgen del Rosario. En esta
última, la imagen de la Virgen procesiona por primera vez en 1925, luciendo una
corona de plata costeada por todos los vecinos y la figura del niño Jesús fue
sufragada completamente por Federico López, vecino emigrado a Sudamérica,
mientras que las andas fueron talladas por el maestro Adolfo Cuenca Zamora.
EL PERSONAL RELIGIOSO.
Las primeras
noticias que disponemos del personal religioso son meras reseñas, apenas el
nombre del párroco y poco más: en 1527 Almegíjar y sus anejos Torvizcón y
Bordomarela estaban servidos por el vicario Diego de Hoz y un sacristán. De la
preparación y vocación de estos decía en un memorial el Arzobispo don Pedro de
Castro en 1594 tras visitar La Alpujarra que “son idiotas y sin suficiencia, no se dejan examinar y no les importa
si se les amenaza con desposeerlos del puesto porque no hay sustituto. No
confiesan ni predican…”Incluso algunos vivían amancebados. La suya era una
situación económica maltrecha sobre todo después de la rebelión morisca en
1568, como sucedía con los beneficiados de Cehel Juan Briones, Gaspar Cobo o
Rodrigo Miñaro, por lo que tenían que aunar varios lugares con tal de
subsistir. No cambió mucho su situación veinte años después, pues sólo existían
en el Partido del Cehel siete pilas pobladas con escasos vecinos: Turón con 17,
Albuñol con 3, Murtas 17, Cojáyar 16, Jorairátar 28, Almegíjar 9 y Torvizcón 5.
La concesión a varios señores del derecho de
patronazgo sobre las iglesias de sus dominios por parte de los Papas Alejandro
VI y Julio II, supuso un grave perjuicio económico para la diócesis donde se
hallaban esos señoríos, repercutiendo directamente en los ingresos y situación
de los beneficiados del Cehel alpujarreño. Algunos de estos señores intentaron hacerse también con los habices de las antiguas mezquitas,
por lo que el arzobispado de Granada entabló un pleito por el derecho de la
percepción de dichas rentas en el señorío de los Zapata a mediados del siglo
XVI. Estos bienes habices, cuyo producto de su arrendamiento era destinado a
obras pías, mantenimiento de caminos, fábrica de las mezquitas o rescate de
cautivos, suponían en 1501 una suma de 232 pesantes, 4 dineros y 6 maravedís
para la mezquita de Torvizcón (12´63% de los habices de las tahas alpujarreñas
de Sahil y Suhayl): entre ellos encontramos varios pozos para riego y
aprovechamiento de la rambla, un molino movido por agua, 19´5 marjales de
riego, 2 marjales de viña, 64 morales y 42 olivos.
Los problemas
económicos del señorío con el arzobispado no quedaron ahí, pues sabemos que en
otoño de 1587 ambos pleiteaban en la chancillería por la percepción de cierta
parte de los diezmos.
Otros
hubo que incluso sufrieron cautiverio al ser capturados por piratas berberiscos. Así,
en 1552, el todavía príncipe Felipe II promulga una Real Cédula para que, de la
renta de los habices, se le den al Licenciado Jerónimo de Moya, vicario de la
Taha del Cehel y beneficiado de Almegíjar y Torvizcón, 150 ducados para su
rescate.
Entre las
condiciones establecidas para la repoblación de Torvizcón y todo el Estado del
Cehel, se contemplaba que se reservaría una suerte de población para el párroco
o beneficiado y otra para el sacristán de la parroquia, que estarían sujetas al
pago del censo de población correspondiente y de dos gallinas el día de San
Martín. Estas suertes sólo podrían adjudicarse de nuevo a otra persona del
mismo oficio por muerte o ausencia del titular, aunque no podrían ser vendidas.
De ahí que, para asegurar cierto amparo a sus familias tras su muerte,
intentaran durante su vida crearse un mínimo patrimonio interviniendo en
algunas transacciones de compraventa, encabezamiento de rentas, así como siendo
albaceas o testigos de testadores…Es el caso de Juan Porcel de Navarrete,
párroco de Torvizcón, quien en febrero de 1604 compra una casa cerca de la
iglesia de la villa en 50 ducados. Este sacerdote todavía seguía ejerciendo con
63 años en Torvizcón en 1621del que se dice que es un ejemplar y buen
sacerdote. Pero, sin duda, es Bernardo Muñoz y Escobar, beneficiado
de Torvizcón a mediados del XVII, el que logra acumular un más que
respetable patrimonio según se desprende de su testamento y codicilos
posteriores, así como de las numerosas escrituras de venta, arrendamiento y
obligación con varios vecinos de Torvizcón u otros lugares del señorío,
firmadas ante el escribano Luis de Pajares. En 1656 Francisco Rodríguez Correa,
vecino de Rubite, aunque nacido en Torvizcón, se obliga a pagar a Bernardo
Muñoz el valor de nueve fanegas de cebada que le debe a este, para lo cual
hipoteca una casa que posee en dicha villa en la calle que va a la iglesia.
Este mismo Francisco junto a su mujer, Luisa Díaz, crean un censo de 1300
reales, comprometiéndose a pagar a dicho cura 65 reales al año hasta redimir el
censo y lo avalan con varias viñas. Más limitado es el patrimonio de Alonso
Fernández Nocete y de Manuel Osorio
Rosal, párrocos de Torvizcón en la primera mitad del siglo XVIII, aunque
intentan agregar algo a su patrimonio participando como testigos o sirviendo como
albaceas de varios de sus feligreses.
No faltaron
tampoco casos en los que los sacerdotes aparecieron señalados de conspirar
contra el orden establecido. Así el 27 de mayo de 1855 el Gobierno emite una Real
Orden para que se averigüe por parte de los alcaldes de los municipios
españoles si los párrocos de sus respectivos municipios se manifiestan
proclives de palabra u obra al carlismo. El alcalde de Torvizcón, José Antonio
Jiménez, a ese requerimiento manifiesta el 19 de junio de ese año que:”Debo decirle que siendo cuatro los
eclesiásticos que hay en esta villa, en ninguno concurren los antecedentes que
determina la Real Orden citada en su último periodo; pudiendo manifestar además
que por haora no infunden sospechas ni peligro de ninguna clase pues se los be
únicamente dedicarse a su ministerio”.
Y en alguna
ocasión dieron muestras de intolerancia ante determinadas publicaciones que
fomentaban el libre pensamiento en cuestiones religiosas tal y como sucede a
mediados de 1889 al presentar Cecilio García López la obra “Religión al alcance de todos”, en
Torvizcón sucedió lo siguiente: “…armaron,
por la intransigencia del cura y el fanatismo de ciertos graves conservadores, un
lío de doscientos mil de a caballo, con sermones en el púlpito, conatos de
quema de libros, querellas en las tertulias, miradas torvas en las calles y
demás aparatos y jeribeques de los románticos romanizantes, adictos al
confesionario y a las letanías lauretanas”.
También
fueron claras las muestras de anticlericalismo que se dieron, especialmente,
durante la Segunda República. La vida de estos párrocos rurales va a cambiar
significativamente durante el gobierno de Azaña por la reducción del gasto del
culto y otras medidas como la conversión de los cementerios en civiles. La
colaboración de alguno de estos eclesiásticos en determinadas cuestiones con
los patronos locales, adhiriéndose a sus intereses, provocó cierta indiferencia
hacia los asuntos de la iglesia, cuando
no, distanciamiento y una creciente hostilidad. En este pueblo se dieron casos
de interrupción de la misa a voces y
hubo burlas en la puerta del templo hacia los que acudían a ella. Ya en los
primeros meses de la Guerra Civil, en un ambiente de continua mofa e
iconoclastia, pudieron verse en Torvizcón a mulos y burros ataviados con ropas
sagradas, aunque el párroco intentara quitar hierro a dichos episodios
diciendo, en su informe remitido a las autoridades eclesiásticas, que era más
por necesidad de aparejos nuevos que por un acto de befa contra lo sagrado.
Caso curioso
es el de Justo José Esteban Antonio Banqueri y Romero, nacido en Torvizcón el
26 de diciembre de 1772 quien, tras cursar Teología y el Grado de Bachiller en Cánones en la Universidad de Granada, solicita
que este título le sea conmutado por el Grado de Bachiller en Leyes a finales de 1897
para poder optar al examen de abogado de los Reales Consejos. Para ello alega
el perjuicio personal que le supondría realizar los estudios y no poder
costearlo económicamente: curiosa alegación perteneciendo a una familia bien
posicionada de este municipio alpujarreño y que por los derechos de haber
aprobado el examen como abogado de lo Reales Consejos ingresa 2250 reales de vellón y otros 120
después en la Real Caja de Madrid, cifra nada desdeñable en aquella época. Pero
para llegar hasta aquí tuvo también que ejercer de pasante durante cuatro años
en el bufete de Miguel Enjuto, abogado del Ilustre Colegio de la Villa y Corte hasta
que en octubre de 1801 pasa el referido examen y en diciembre de ese año
obtiene por fin el título deseado.
Y no menos
curioso fue su tío, Fray Joseph Banqueri, religioso tercero en la iglesia parroquial de
Torvizcón por la fecha en la que nació su sobrino, al que bautiza el 6 de enero
de 1773. Arabista y religioso franciscano, luego secularizado, nacido en
Torvizcón en 1745 y muerto el 22 de julio de 1818. Discípulo predilecto de
Cassiri y colaborador de los Mohedanos, fue autor de Defensa de la Historia
literaria de España y de los reverendos padres Mohedanos en 1783. Fue bibliotecario del Monasterio del
Escorial, deán y prior de la catedral de Tortosa, miembro de la Biblioteca Real
y de la Academia de la Historia. Entre sus numerosos escritos y obras destaca
la traducción del Libro de Agricultura, de Ibn al- Awwam en1802.
Pero sin duda
será Manuel Hurtado y García el personaje eclesiástico más destacado de esta
villa. Nacido el 25 de marzo de 1896 en Arenas del Rey, a donde sus padres se
habían trasladado desde Torvizcón para gestionar mejor su negocio, orientado a
la industria y comercio del vino alpujarreño. Manuel, de carácter despierto,
fue dejado al cuidado de sus abuelos en Torvizcón en 1906, donde asistía a la
escuela y será allí, cuando ese mismo año, sorprende al Arzobispo, José Meseguer y Costa, que se
hallaba girando su visita pastoral, tanto por su llamamiento al prelado para
que abrazase y bendijese a los niños pequeños como por su declaración firme de
querer ser sacerdote. Curiosamente al
año siguiente ya lo encontramos en el Seminario de San Cecilio de Granada donde
destaca por sus calificaciones y firme vocación sacerdotal. Antes de ordenarse,
fue nombrado Prefecto de Disciplina y profesor de varias asignaturas de
humanidades (el 18/12/1918 ordenado diácono y el 29/06/1919 Doctor en Sagrada
Teología) hasta que el 20/12/1919 es ordenado sacerdote de manos del propio
arzobispo. Profesor del seminario durante varios años, fue nombrado Ecónomo de
la parroquia del Sagrario en 1921; en septiembre de 1923 pasa a la de la
Magdalena como cura regente, de la que fue desde febrero de 1924 Ecónomo y desde
el 24 de mayo de ese año párroco titular de ella.
Impulsor de
Acción Católica, convencido de la función de la catequesis, hacia mediados de
los años 30 concibe la idea de fundar una comunidad religiosa femenina: el 30 de noviembre de 1944 aprobada por el
Arzobispo de Granada, Agustín Parrado, inicia su andadura la congregación de
las Siervas del Evangelio, vistiendo
hábito el 6 de enero de 1945, erigida congregación en octubre del mismo,
emitiendo sus votos el 1 de enero de 1946 con dispensa de la Santa Sede.
Nombrado
obispo en 1943 y auxiliar de Parrado en Granada, en 1947 ocupa el episcopado de
Tarazona y ejerce de administrador apostólico de la catedral de Tudela,
muriendo el 12/01/1966 en Tarazona. Sus restos son trasladados a la Casa Madre
de la congregación en Granada en 1970.En 1997 se abre la causa para el estudio
de canonización, declarado en 2004 Siervo de Dios, hasta que, finalmente en
2007, se realiza su beatificación.
RELIGIOSIDAD POPULAR: COFRADÍAS,
HERMANDADES, ASOCIACIONES Y PEREGRINACIONES.
Las cofradías
y hermandades se asientan en Granada tras la caída del Reino Nazarí,
auspiciadas por la propia monarquía y los conquistadores y fueron multiplicándose
a lo largo del siglo XVI. Estas sirvieron para reforzar al elemento cristiano
viejo, si bien a penas sirvieron para integrar a los moriscos: las autoridades
eclesiásticas del Reino de Granada intentaron en vano convertirlas en un
nuevo instrumento con el que evangelizar
a los cristianos nuevos. Este asentamiento de las cofradías fue todavía más
complejo en la comarca alpujarreña debido a su hábitat disperso, el aislamiento
y la resistencia morisca.
Muchas de
estas hermandades surgirán en La Alpujarra en torno a imágenes de gran devoción
popular o referentes espirituales como San Antón, Cristo de la Yedra o la
Virgen del Rosario. En concreto, las hermandades o cofradías rosarianas
comenzaron a proliferar tras la victoria en la batalla de Lepanto en 1571 y que
podemos atestiguar ya en 1576 en Ugíjar o en 1601 en Válor, Nechite y Mecina
Alfahar. A lo largo del XVII se irán implantando por toda la comarca: Yátor
1639, Cádiar 1667 o en Albuñol 1670.
Podemos
constatar que la densidad de hermandades no es muy amplia en las vicarías
alpujarreñas debido esencialmente a la escasez de población, poco peso
económico de los pueblos o la existencia de mayordomías para la organización de
las fiestas religiosas. Con todo, se llegan a contabilizar unas 127 cofradías,
cuyo incremento se notó especialmente a partir de 1650 y se puede considerar al
siglo XVII como época dorada: algunos consideran que en este estallido cofrade
fue determinante la peste de 1679 que fomentó las devociones locales
significativamente.
Por lo
general, gran parte de los actos de las cofradías estarán muy ligados a los
ciclos festivos de los diferentes pueblos, pudiendo promover actos religiosos
en festejos tradicionales como sucedía en Mecina Bombarón. Algunas de ellas
asistían diariamente al templo, coincidían con otras del mismo lugar en ciertas festividades locales, ocupando un
sitio privilegiado dentro del templo durante el trascurso de las mismas. Los
fines básicos de estas cofradías eran el fomento del culto en el pueblo y de
solidaridad y asistencia a los más necesitados. Para ello organizan comidas o
actos benéficos, con tal de recaudar fondos o colaboran desinteresadamente en el
momento del entierro en casos especiales. Muestra de dichas prácticas podemos
encontrarlas en Turón, Yátor, Mecina Bombarón o Bayacas.
En Torvizcón
son varias las cofradías que han ido jalonando su historia y prestado servicio
en la localidad desde muy temprano pese a que la población era aún muy
reducida. De entre ellas, sin duda, la primera en surgir y más arraigo tuvo fue
la Cofradía del Santísimo Sacramento de la que tenemos la primera noticia contrastada
de su existencia en 1611, (en 1610 el vecino Miguel Urbanejo se refiere a la
cera del Santísimo Sacramento, pero no a la cofradía) año en que Catalina Pérez
(viuda) determina en su testamento que en el momento de su entierro, su cuerpo
sea acompañado por dicha hermandad y se le pague la cera y luminaria que se
gastase. El sustento de dicha cofradía procedía tanto de los donativos que los
fieles entregaban los días festivos a la salida de la misa, como de las
aportaciones de los propios cofrades, ya fuese en dinero como en especies, o
también de rifas. Así, por ejemplo, conocemos que Juana Valderas contribuía en
1614 y 1615 con 72 reales anuales a dicha cofradía tras vender la hoja de seda
equivalente. Una de las fuentes de ingresos más importante de esta hermandad
serán las donaciones testamentarias de los propios cofrades o vecinos de la
villa de Torvizcón: las cantidades dejadas por estos resultan bastante
dispares, pero las más frecuentes son de doce reales cada individuo, aunque hay
casos como los de Benito Ruiz que deja veinticuatro reales en 1620, y Cristóbal
Martín quien dona ochenta y ocho. También se dan casos de donaciones de
personas residentes en otras localidades: Ana de Vargas, natural de Almegíjar,
casada con Francisco Díaz, nacido en Rubite, residentes en este último lugar,
deja a dicha cofradía 12 reales en 1648. Con estos fondos se cubría tanto el
gasto de cera como el de culto, de ahí que los grandes beneficiados del
esfuerzo económico que realizaba la cofradía fuesen el sacerdote, el sacristán
y demás personal religioso de la parroquia, quienes sienten una inclinación especial por esta hermandad
al contribuir al mantenimiento del templo, reparación y adorno del mismo. Es
más, se ha constatado que en 1769, esta cofradía de Torvizcón daba como propina
una libra de dulce a los eclesiásticos titulares que asistían a los Oficios de
Tinieblas del Jueves Santo.
No faltaron
tampoco los deudores a la cofradía o a los cargos de la misma. Juana Valderas,
citada anteriormente, debía en 1614 veintiocho reales y setenta y dos el año de
1615; Juan Laguna adeudaba en 1695 a Francisco López, hermano mayor de esta
cofradía tres reales de luminarias o Lucas de Rueda en 1721 que quiere saldar
la deuda que tiene por el entierro de su cuñada Isabel.
La segunda
cofradía que localizamos en Torvizcón a comienzos del XVII es la de Nuestra
Señora del Rosario, de la que encontramos alusiones a la cera de la virgen
también en 1610, pero cuyo primer testimonio directo data de1613 en el que Ana
García se confiesa hermana de dicha cofradía. Dentro de las actividades desarrolladas por esta hermandad destacan el
culto a la imagen de la Virgen de su mismo nombre, la organización de la
procesión durante la festividad de la
Virgen, el rezo del rosario y la atención de las almas de los parroquianos de
Torvizcón, para lo cual tenían que buscar recursos a través de las limosnas y
dádivas u otro tipo de aportaciones como las cuotas aportadas por sus
integrantes o sorteos. Por los datos que manejamos, se puede inferir que esta
cofradía tenía menos miembros que la anterior y entre los testadores son menos
los que dejan limosna para la misma, en tanto que las cuantías aportadas suelen
oscilar más que en la del Santísimo Sacramento y, por lo general, suelen ser
menores. Esto no es óbice para la gran veneración que dicha imagen posee desde
antiguo en el lugar, pues como vimos en un apartado anterior, María del Moral
aportaba más de mil kilos de trigo para tallar una imagen de la Virgen del
Rosario, a la postre patrona de la localidad, a cuya hermandad pertenecía
también su marido Alonso de Quesada. Incluso, parroquianos de otros lugares,
como el referido Juan Díaz, pese a ser enterrado en Almegíjar, el pueblo de su
mujer, donde también existían dos cofradías, por devoción a dicha deidad,
quiere que su cuerpo sea acompañado a la tumba por la Cofradía de Nuestra
Señora del Rosario de Torvizcón.
Gran relación
existe entre esta hermandad y el cuadro de José Risueño que preside el altar
mayor, si tenemos en cuenta que la Asunción y Coronación de la Virgen son dos
de los misterios que se rezan en el Rosario. Así se explica el que, en mayo de
1715, se pagaran a José Correa Pallarés, mayordomo de dicha hermandad, 1500
reales de vellón para el dorado del retablo de la capilla mayor.
En cuanto al
rezo del Rosario, se solía hacer por las calles y plazuelas de la localidad,
especialmente en las fiestas de octubre en que tenemos noticias de su
celebración a distintas horas del día. Durante las Fiestas Patronales de 1928,
la Cofradía de Nuestra Señora del Rosario, refundada unos meses atrás, celebra
dicho acto el día 6 por la tarde y el día 7 se reza tanto por la mañana como
por la tarde. Por testimonios locales, conocemos que este llegaba hasta el
antiguo calvario y que a los hermanos de posición social elevada les costaba
levantarse para celebrar el Rosario de la Aurora tras haber trasnochado en
aquellos bailes exclusivos de sociedad durante los festejos, recibiendo por
ello la reprobación y la sátira de sus hermanos
en forma de cancioncillas burlescas:” Si lo oyes y no te levantas, serás del
infierno tizón…”. También tenemos testimonios de que en la madrugada entre
el Sábado de Gloria y el Domingo de Resurrección, los jóvenes torvizconenses
recorrían las calles llamando al vecindario para el rezo del Santo Rosario
deteniéndose en las puertas de las casa de los amigos, en las que, sirviéndose
de bandurrias, guitarras, violín, castañuelas, triángulo y pandereta, entonaban la siguiente canción:
Durante la
procesión de la Virgen del Rosario, los hermanos de dicha cofradía portaban el
estandarte bordado con la imagen de la patrona, de color burdeos, llevando
también estrellas y banderolas como distintivos. Ese año de1928, en el
trascurso de la procesión, hubo una representación alegórica de los Tarsicios
del pueblo vestidos de monaguillos.
Hemos
encontrado también referencias a la procesión del Santo Rosario a comienzos del
siglo XX durante las fiestas de San Antón: por ejemplo, en 1917 se celebró en
las tardes del 17 y 18 de enero, justo después de terminar la del patrón de la
villa, donde la cofradía asistió a la misma
portando bengalas.
Ya a finales
del siglo XVII se tiene noticias de otras dos cofradías más: En 1695, Isabel
del Caño, esposa de Francisco de Molina, escribano de Torvizcón por esa fecha,
declara ser hermana de las dos cofradías anteriores y además de las hermandades
de Nuestro Señor San Antonio Abad y
de las Benditas ánimas, lo que
confirma cierta tendencia de algunos vecinos a pertenecer a distintas cofradías
dentro del municipio, especialmente los mejor situados social y económicamente. Francisco Vidal también declara en
1721 ser cofrade de esta última como de la del Santísimo Sacramento. Sin embargo, no debieron ser hermandades con
muchos integrantes y acabarían desapareciendo de forma temporal o definitiva,como es el caso de la de las Ánimas. Según
el periódico La Esperanza de Madrid,
haciéndose eco del parte oficial del Ministerio de Gracia y Justicia, el día 7
de marzo de 1868 quedaban aprobados “los estatutos por los que había de regirse
y gobernarse la que con el título de Benditas
Ánimas trata de establecerse en la villa de Torbiscón, diócesis de
Granada”.
Otras
hermandades surgidas con posterioridad y de las que apenas guardamos referencias son
las de la Inmaculada, cuyo distintivo era una medalla con cinta celeste, y la
del Corazón de Jesús.
Durante la
dictadura franquista, el fortalecimiento de la iglesia católica fue evidente,
en especial con el asentamiento de la doctrina del llamado nacionalcatolicismo
y tras la firma del concordato de 1953. La prueba más palpable de su poder fue
el incremento de su presencia en el espacio público como modo de control social:
desde mediados de los cuarenta y durante toda la década de los cincuenta, este
proyecto religioso tradicional inunda las calles de pueblos y ciudades con
actos marianos, romerías o Rosarios de
la Aurora, peregrinaciones de la Virgen de Fátima o las misiones populares. En
estas últimas fue donde depositaron mayor esfuerzo los católicos del régimen a
través de un gran despliegue propagandístico y de movilización con la idea de
transmitir que lo religioso lo ocupaba todo. Las autoridades eclesiásticas de
Granada y la prensa afín siempre subrayan el desbordamiento de la asistencia de
los fieles al templo y del fervor popular. En mayo de 1954 se afirmaba que, en
los actos misionales celebrados en el pueblo de Torvizcón, el templo “se vio repleto de fieles a pesar de la
lluvia incesante de los últimos días; no cesaron de venir cada vez con mayor
fervor”.
Asociaciones
como Acción Católica, de carácter
laico y con una directiva femenina, también cobrará un papel fundamental en la
vida religiosa tanto de este pueblo como de los otros municipios alpujarreños
.Con ello, el catolicismo daba un espaldarazo a la participación de la mujer en
la comunidad eclesiástica cercana, para llevar a cabo una labor evangelizadora muy
sutil. Principalmente se encargaban de la organización de actos en sintonía con
el párroco de la localidad: comuniones, bodas, bautizos…
En el mes y
medio de periplo viajero de la Virgen de Fátima por la comarca alpujarreña, uno
de sus destinos fue este pueblo de Torvizcón. El día 11de julio de 1951, para
recibir a la imagen de la llamada “Virgen
Peregrina” una nutrida representación oficial encabezada por el alcalde y la corporación
municipal, el sacerdote y otros miembros destacados de la comunidad
torvizconense se desplazaron a Órgiva para hacerse cargo de la imagen, para lo
que se habilitó una carroza, poniendo rumbo hacia Tablones y luego hacia el
Puerto del Jubiley. Destaca el cronista el recibimiento de Torvizcón, pues un gran número de vecinos se adelantó un
Kilómetro a recibir a la comitiva portando farolillos encendidos de colores,
creando una atmósfera llamativa en contraste con la oscuridad de la noche; el
pueblo también se mostraba pleno de luz, adornadas sus calles con arcos de
ramas y los balcones y fachadas engalanados con colchas. Al día siguiente, por
cuestión de espacio, se celebró la misa en la plaza en la que se repartieron
“más de mil comuniones”. Después se desarrolló el besamanos y la acostumbrada
subasta de palomas de las andas que dio como resultado una notable recaudación,
otro de los objetivos de estas peregrinaciones de la Virgen de Fátima. Por la
tarde, la efigie se marchará hacia el pueblo de Alcázar y, al poco de abandonar
éste, en la venta conocida como de las Tontas, tiene lugar uno de los milagros
asociados a esta efigie y que ya describimos en otro trabajo.
USOS DEL TEMPLO.
Uso defensivo: La caída del Reino de Granada va a
propiciar la creación de una frontera interior que traerá consigo en el siglo
XVI un aumento considerable de ataques de corsarios berberiscos, guiados y
ayudados por los moriscos de la zona, en especial en la década de los 60, con
los consiguientes saqueos, captura de
cristianos…El avance de los turcos en el Mediterráneo y el
colaboracionismo de la denominada quinta columna morisca crean una situación
alarmante. A pesar del refuerzo y mejora de las defensas de la costa, las
iglesias acaban por convertirse en construcciones defensivas, a modo de
fortalezas o castillos, llegando algunas a estar dotadas de almenas,
barbacanas, puentes levadizos, torres exentas, etc., tal como puede apreciarse en diversas iglesias
alpujarreñas como las de Mecina, Turón, Berja, Ugíjar o Torvizcón. De esta
situación de inseguridad en la zona de la Contraviesa hablaba Antonio Moreno en
1567 en los siguientes términos:”…hay una
loma en lo más alto que es traviesa de toda la comarca, a donde las veces que
los moros vienen a hacer daño en esta costa y entran en la Alpujarra, es por
allí su camino…El uno de estos lugares y de los mayores es Torvizcón…tiene
cuarenta vecinos…Estos lugares se han llevado muchas veces a Berbería”.
En el mismo
sentido hemos de considerar las palabras de Luis del Mármol y Carvajal de
poco tiempo después, al describir las tahas de Sahil y de Suhayl:”…lo que cae hacia la costa de la mar es
muy despoblado, y por eso muy peligroso, porque acuden de ordinario por allí
muchos bajeles de corsarios turcos y moros de Berbería”. El miedo a la
rebelión y los ataques de piratas berberiscos será el motivo de la construcción
de torres-campanario como refugios y puentes levadizos en iglesias como las de
Notáez y Torvizcón. De hecho, en un informe de 1565 ordenado por el arzobispo
Guerrero, se hablaba de la necesidad de reparar la iglesia de éste último, en
la que poco antes se había edificado la sacristía, la torre y puentes “levadiços por el peligro que ay de moros”. En
la visita de 1591 de don Pedro de Castro se apuntaba la existencia de dos
torres:”…la una en el pavimento del
altar, al lado de la epístola y en el primer suelo desta sirbe agora de yglesia
y se dice misa al otro lado del evangelio; al frontispicio hay otra torre
fuerte. Estas dos torres eran primero defensa de la yglesia, que cada una
guardaba los dos lienços de la yglesia, y en esta de abajo se acogía el
beneficiado y los cristianos viejos del lugar en tiempos de rebatos…”
Durante el
siglo XVII el peligro de ataques sobre la costa granadina continúa, sobre todo
en la primera mitad de la centuria, siendo más intensos entre 1615 y 1621,
debido a la expulsión definitiva de los moriscos en 1609 y el agravamiento de
las relaciones con el norte de África. Muestra de ello son los ataques a Adra
en 1620 y a Gualchos en 1640 y la construcción de templos de nueva planta con
torre. Por ello en Torvizcón, en 1621 se dice de su iglesia que posee una sola
nave, sacristía y “torre bien labrada”,
con existencia de otra torre fortaleza
adosada al templo. Ambas se pueden apreciar todavía en el plano que se
encuentra en el Libro de Respuestas Generales del Catastro de Ensenada correspondiente a esta población,
fechado en 1751, y que se custodia en el Archivo Histórico Provincial de
Granada. Probablemente, tras la visita de Fernández Bravo en 1755 y el
desarrollo de las reformas diseñadas por él para esta iglesia, así como de la
mejora de la condiciones de seguridad a partir de 1791, el templo perdiese
paulatinamente la función de refugio y fueran desapareciendo sus elementos
defensivos.
Uso político, judicial y
administrativo: Por
otro lado, en las dependencias de la otra torre se van a llevar a cabo todas
las labores que corresponden a la administración y gestión de este vasto
territorio del Señorío del Cehel desde el siglo XVI. Francisco Guardia Martín
asegura que, tras la repoblación de la villa de Torvizcón, se celebraba el
Cabildo del Concejo “al son de campana tañida” en la puerta de la iglesia. En 1591se cuenta que viven en aquellas
dependencias el “Gobernador o Alcaide de
la tierra de don Luis Zapata y se recoje con él
alguna gente vecinos de la tierra de los lugares despoblados…”. En
el informe de 1621, amén de reflejarse el carácter defensivo de la otra torre,
se dice que es la casa de Francisco Zapata, cuarto señor del Estado de
Torvizcón. En ella también actuará el escribano del Estado, registrando
notarialmente todas las transacciones llevadas a cabo en el territorio de su
jurisdicción, dando fe de las distintas cartas de poder, de venta, testamentos,
escrituras de dote y arras; así como también se celebran en aquellas
dependencias hasta 1834 juicios tanto civiles como criminales en primera
instancia, dado el carácter jurisdiccional que tiene dicho señorío desde
1559.
Muestra de
esta interconexión de poderes que se dan
en el edificio parroquial es que ambas dependencias, la administrativa y la
sagrada estaban comunicadas y el personal
del Conde de Cifuentes tenía el privilegio de acceso directo a la
tribuna de la iglesia, según se expresa en un memorial de 1787:”…por timbre de mayorazgo en dicha villa ay
palacio donde se halla la administración, y una torre de tiempo ynmemorial, con
tribuna a la misma yglesia parroquial, cuios dos edificios se hallan unidos”. Otra
impronta del carácter señorial del
edificio podemos apreciarlo en el escudo que hay en una de las paredes
del patio que sirve de distribuidor a la estancia actual y que fue colocado
allí por orden de María Luisa de Silva y González de Castejón, 15ª Condesa de
Cifuentes y de Juan Bautista de Queralt, conde de Santa Coloma, seis años
después de contraer matrimonio, según reza en la leyenda escrita en forma
abreviada bajo dicho escudo:”A expensas
del Excelentísimo Señor Conde de Santa Coloma y Cifuentes. Año de 1800”.
Foto: Conchi Sánchez de los Ríos.
Conmemoración de hechos singulares: A parte de su servicio eminentemente
religioso, la iglesia sirvió de vehículo para refrendar o conmemorar
hechos significativos acaecidos en el panorama nacional, provincial o
local. En 1812 asistimos al nacimiento y proclamación de la Constitución de “la
Pepa”. El ejemplar de ésta se recibe en Torvizcón el 7 de noviembre y el juez
de la villa ordena que esa misma tarde se publicase y celebrase tanto en la Plaza
Mayor, como en la Iglesia. Para llevar a cabo el acto de acatamiento de dicha
Carta Magna, se hace limpiar y engalanar el municipio y a las ceremonias de ese
día asisten las autoridades locales, el cura, José Tomás de Mendoza y el pueblo
llano, ante el cual fue leído el texto constitucional en el templo y en la
plaza, recogido con regocijo y aclamaciones a Fernando VII. Al día siguiente
(domingo, día 8) se celebró una misa de acción de gracias antes del ofertorio,
oficiada por Joseph Banqueri, al que ya hemos citado y que ese año ocupaba el
puesto de deán en la catedral de Tortosa. Una vez concluida la misa, se prestó
juramento a la Constitución y se cantó
el habitual “Te Deum”.
En abril de
1834 tuvo lugar la proclamación del Estatuto Real y la consiguiente
convocatoria de Cortes el 4 de junio.
Torvizcón celebró el acontecimiento con una misa de acatamiento a dicho texto.
Los festejos por tal hecho histórico se
prolongaron durante tres días, en los que la diversión fue completa, a tenor de
lo relatado por el cronista de La Revista
Española:”canciones patrióticas sin
cesar, iluminación, cohetes, misa solemne con sermón, comida a los presos de la
cárcel, y una serenata dada por las señoritas principales à las autoridades y
personas más distinguidas…”.
También se
celebró allí y en otros rincones significativos del pueblo el regreso en
febrero de 1844 de María Cristina, madre de la reina Isabel II, tras el ostracismo al que había estado
sometida por Espartero en su exilio forzoso de Marsella desde 1840. Además, el
ayuntamiento, vecinos, religiosos propietarios y hacendados firman un
manifiesto el 30 de marzo de 1844 en el que, aparte de felicitar a la Reina
Madre, muestran la adhesión incondicional hacia su hija, a la que esperan que
guíe por la senda correcta, y a la que reconocen su actuación determinante en
1832 durante la enfermedad del rey, y en
1834 al aprobarse el Estatuto Real e implantar el liberalismo ante la amenaza
carlista.
En octubre de
1911, vísperas de fiesta, se celebraron en la iglesia de Torvizcón solemnes
funerales por el alma de María Teresa Santiago, madre del Diputado a Cortes por
el Distrito de Órgiva, el albuñolense Natalio Rivas, por entonces Subsecretario
de Instrucción Pública. O ya, entre el
29 de Diciembre de 1918 y el 6 de enero de 1919 se celebró un novenario en la
iglesia impulsado por la maestra Elena Lafuente en el que se recordó a las
víctimas, la gran cantidad de afectados y el sufrimiento padecido en Torvizcón a
causa de la gripe de los últimos meses de 1918, al tiempo que se dio las
gracias a la Virgen del Perpetuo Socorro por haber cesado el mal de forma
definitiva. Para tales actos, además de erigir un altar, se creó un coro que
cantó canciones compuestas por la referida enseñante, alusivas a los afectados
por la epidemia, a la que nos referimos hace unos meses en otro artículo.
Uso funerario: La dualidad alma/cuerpo que tanto
espacio ocupó a la filosofía idealista a lo largo de la historia, se convierte
en un elemento crucial para el hombre del quinientos y del seiscientos en el
momento de la muerte en las que ambas deben separarse:”el alma a Dios que la crió y el cuerpo a la tierra donde fue formado”.
En espera de la resurrección de la carne y su unión al alma tras el juicio
final, el cuerpo ha de ser inhumado y, para el hombre del Barroco, resulta
crucial la elección de la sepultura, ya que le recuerda su naturaleza de mortal.
Descansar en el templo supone adelantar
un paso para el juicio final y dignificarse espiritualmente. Lo que en
principio estuvo al alcance de muy pocos, comienza a ser algo usual en el XVII.
El
enterramiento era tradicionalmente “a lo llano”, directamente en la tierra y
normalmente en la parroquia a la que pertenecía el difunto, primero porque el
ser enterrado en otra parroquia gravaba sustancialmente los gastos y, en
segundo lugar, porque la vida del finado había transcurrido allí y allí debía
proseguir tras la muerte, dado que allí permanecerán su familia y convecinos,
manteniendo el recuerdo con sucesivas misas ofrecidas por su alma. El cuerpo será
trasladado desde el domicilio familiar a la iglesia a hombros de los pobres o
de las cofradías existentes que solían proporcionar el ataúd comunal y la cera:
a cambio, el finado dejaba estipulada en su testamento la limosna para tal fin.
De los aproximadamente
setenta casos que hemos estudiado en Torvizcón durante los siglos XVII y XVIII,
todos expresan el deseo de ser enterrados en la Iglesia del pueblo, acompañados
por el beneficiado, el sacristán y la cruz de la parroquia. No todos declaran la
decisión de ser portados a hombros y acompañados por la Cofradía del Santísimo
Sacramento o la de la Virgen del Rosario, si bien aquellos que lo eligen,
sienten más inclinación por la primera. Una parte de estos fieles
torvizconenses manifiesta el anhelo de
ser enterrado con el hábito de San
Francisco de Asís; todos sin excepción acaban dejando una limosna para la
redención de cautivos y mantenimiento de los Santos Lugares de Jerusalén.
El número de
misas, aparte de la de cuerpo presente y novenario acostumbrado, va a depender
un tanto de la capacidad económica del testador y de la devoción o creencia de
este en la combinación de las mismas, de ahí que encarguen que muchas de ellas
se digan a determinados santos y en los altares más privilegiados de la capital.
Hacia 1700 el número de misas encargadas por los difuntos a sus albaceas era
tan desmesurada que tuvieron que reducirse necesariamente por ser imposible su
realización, pese a que suponía una importante fuente de ingresos para las
parroquias: cuatro reales las misas cantadas y dos para las rezadas,
duplicándose el precio de las mismas a mediados del XVIII. En este pueblo de
Torvizcón, el término medio de misas que
requieren los finados gira alrededor de las treinta ó cuarenta, si bien
existen casos excepcionales: en 1746 Francisco López expresa el deseo de que se
recen por él seiscientas misas, Juan López en 1655 había determinado que se le
dijesen quinientas setenta y una misas, pero en un codicilo posterior rebaja la
cantidad justo a quinientas, quinientas
son también las encargadas por María Velasco en 1743, Luis Pérez hacia 1733 ordena
que sean cuatrocientas, Isabel del Caño en 1695 decide que se digan 150 misas
por su alma, mientras que Juan Alonso en 1693 sólo pide quince.(la cuarta parte
del total de sufragios por el ánima debía realizarse en la parroquia a la que
pertenecía el difunto).
En cuanto a
la elección de la sepultura, los torvizconenses se decantan por ser enterrados
en la iglesia del pueblo, si bien la mayoría deja la elección de la sepultura
en manos de sus albaceas, otros, en cambio, precisan sumamente el lugar para su
inhumación. Algunos prefieren ser enterrados junto a sus parientes cercanos
para mantener los lazos familiares incluso después de la muerte: Salvadora
Argote en 1616 designa ser enterrada en
la iglesia de esta villa donde está enterrado su marido. Ana García en
1613 quiere ser enterrada junto a su marido “que
está junto al púlpito a la parte del evangelio”, lo mismo que Juana Valderas
en 1615 expresa el deseo de ser enterrada donde está enterrado su marido Juan de
Guescar (sic). Si no era posible el
enterramiento en la capilla o tumba familiar, la mejor forma de asegurarse una
tumba en la iglesia era comprarla en propiedad, aunque sólo hemos detectado el
caso en 1648 de Ana de Vargas, oriunda de Almegíjar en el periodo estudiado. Tenemos
el caso de María Rodríguez Correa y
Robles, hermana de la Cofradía de las Benditas Ánimas de Torvizcón, que decide
ser enterrada en un lugar de cierto privilegio como es la capilla de la Virgen
de los Dolores de dicha iglesia en 1773.
El ser
sepultado lo más cerca posible del altar, buscaba el obtener un lugar hasta el
final de los días donde les llegase más directamente el sufragio de las misas:
ya hemos mencionado el caso de Ana García y su aspiración de ser enterrada
junto al púlpito, lo mismo expresa Andrea Vázquez en 1731. Otros lugares
requeridos para su tumba para los habitantes de esta villa son las puertas y la
pila de agua bendita: Miguel Urbanejo en 1611 manifiesta que quiere ser enterrado
junto a la pila de agua bendita, mientras que Isabel María en 1749 lo desea en
el trance de la puerta. Estos últimos lugares son elegidos generalmente por los
más pobres y por ser zonas de tránsito obligado, adquiriendo así el valor
añadido de la humildad, y pobreza, y sus
moradores quieren ser pisados por el resto de los fieles, siendo así más
recordados.
Los
testadores de Torvizcón van a elegir otros lugares en el templo como última
morada: Juan del Caño de los Ríos en 1709 elige el tercer trance de la Iglesia
contando desde el altar, en tanto que
Manuel Morcillo en 1743 designa el cuarto trance, Catalina de Abril en
1669 prefiere el último y Juan Laguna en 1695 desea ser sepultado en la sepultura
de los pobres.
Las
disposiciones legales y enfermedades fueron apartando a los difuntos de ser
enterrados en el interior de las iglesias y de los cementerios adyacentes poco después, sobre todo desde comienzos del
XIX. Pero los granadinos tardarán en
acatar la ley, siendo muy fuertes sus reticencias a ser enterrados lejos de su
templo parroquial, también por parte de los sacerdotes locales que verían
mermados sus ingresos. Torvizcón tampoco fue una excepción en este asunto, pues
aparte del perjuicio para la salud pública que suponía el cementerio que
existía próximo a la iglesia, se construyó uno nuevo en 1835 en la parte
superior del municipio que quedó en desuso en 1839, y aún en 1845 se hallaba
abandonado y rodeado de monte, según Madoz, y en la Memoria Administrativa de la Provincia de 1879 se refleja que su
estado es regular. Todavía incluso hoy podemos encontrar en la Alpujarra algún
cementerio contiguo al templo como sucede con la aldea de Olías, en la falda de
la Sierra de Lújar.
Uso religioso: Sin duda los actos celebrados dentro
de esta iglesia, correspondientes al ciclo litúrgico y festividades locales,
fueron y son su principal razón de ser. Dentro de ellos habría que destacar la
celebración de las Flores de Mayo, de gran predicamento en toda la Alpujarra,
en especial durante los siglos XIX y XX, que en Torvizcón despertaron especial
interés para los vecinos durante la última década del XIX por la participación
en el acto de cada tarde de Paquita Spi, una niña con una voz prodigiosa.
Uno de los ejes dentro del calendario cristiano
en este lugar es incuestionablemente la Semana Santa*, ya que en ella se
rememora la pasión y muerte de Jesús con un sello de identidad propio. Esta
daba comienzo el Domingo de Ramos con la bendición y el reparto de palmas, que
entonces proporcionaba la iglesia, para colocarlas luego en los balcones de
cada casa: con el tiempo cada cual tuvo que pagarlas de su propio bolsillo.
Durante los
días centrales de esta semana de pasión, dejaban de tocar las campanas y en su
lugar se llamaba a los fieles a los actos religiosos con una carraca muy grande
y que algunas personas de las más
antiguas del lugar recuerdan que era llevada por dos personas. También hay que
reseñar que las imágenes del templo permanecían tapadas en señal de duelo, pero
además para resaltar el protagonismo del
momento de la crucifixión y entierro de Cristo. Pero estas celebraciones
litúrgicas conllevaban ciertas restricciones en el comportamiento y discurrir cotidiano
de los vecinos, sobre todo durante las dos primeras décadas de la posguerra: no
poder comer carne hasta el Sábado de Gloria ( de ahí el dicho popular:”el Sábado de Gloria, chicha en la olla”),
no se abrían los bares ni tampoco se podía visitar a las novias respectivas.
Del Jueves
Santo cabe destacar en épocas pasadas el lavatorio de pies o el oficio de
tinieblas durante el crepúsculo. Para la celebración de la llamada “hora santa”
de este día se levantaba “el monumento”
en la nave lateral de la iglesia junto al retablo del Sagrado Corazón de Jesús,
el cual se cubría con tela de color
morado. La iglesia se decoraba con maceteros que traía la gente de sus casas
decorados con lazos y en los que se plantaban semillas: lentejas, garbanzos, maíz…
Después de la procesión del Nazareno, éste se velaba toda la noche y cada
barrio tenía determinadas sus horas para hacerlo.
Mucho más
intenso y cargado de actos trascurría el Viernes Santo. Después del sermón, a
un Cristo crucificado dispuesto en el altar mayor y tapado con una cortina, se le
retiraba ésta mientras el sacerdote pronunciaba las siguientes palabras:
"bájale los brazos, que ya bastante ha padecido". El sacerdote
entonces procedía a quitarle los clavos con la consiguiente bajada de los
brazos.
Por la tarde se desarrollaba la procesión del
Entierro de Cristo con los pasos del Santo Sepulcro y la Virgen de los Dolores,
con parada especial y simbólica en el Calvario y en la que las mujeres iban
vestidas de luto en señal de duelo; había un hombre que se encargaba de pedir
limosna con una bandeja durante el trascurso de ésta y las demás procesiones
utilizando estas palabras: "a la soledad de la madre de Dios, una
limosnita por Dios". La procesión del Silencio salía en torno a las 10 de
la noche, realizando el recorrido de costumbre y se cantaban saetas en la
calle, Luego salía la Soledad, imagen que tiene como rasgo distintivo siete
espadas en el pecho, alrededor a las 12 de la noche.
Otro de los actos llamativos de la Semana Santa de Torvizcón era el “Via Crucis”
con sus correspondientes catorce estaciones. Tenía como punto de partida el
barrio de las Cruces y concluía en el Calvario: entonces existían cruces a lo
largo de todo el recorrido y eran de forja
incrustadas sobre una base de mármol o piedra; la gente se postraba de rodillas
en cada estación, para lo que algunos utilizaban
hojas de pita a modo de almohadilla. En el calvario había también una cruz de
mayor tamaño, y en sus proximidades un sitio donde, según la leyenda local, no
crecía la hierba.
A las 10 de
la mañana del sábado, cuando repicaban las campanas anunciando la resurrección,
se salía a la calle y se cogían 5 piedras o chinos que se guardaban para cuando
hubiera tormentas, a continuación se decía una misa bastante extensa
generalmente, tras la que la gente se llevaba una botella de agua bendita que
se iba echando en todos los rincones de la casa para protegerla de los malos
espíritus. Las restricciones de comer carne o de otro tipo habían tocado a su
fin.
Ya de
madrugada, entre el Sábado Santo y el Domingo de Resurrección, tenía lugar la
procesión del Resucitado que salía desde la ermita de San Antonio, al tiempo
que cerca de ella se preparaba el Judas; por otro lado salían la Virgen y San
Juan “el chismoso” y cuando confluían en la plaza del Ayuntamiento, San Juan se
acercaba corriendo al encuentro del Resucitado, para inmediatamente después
hacerlo hacia la Virgen. Luego volvían a coincidir en el puente que había en el
barranco y allí, para recordar la traición y ahuyentar los malos espíritus, se
quemaba el Judas frente a ellos: siempre procuraban que éste estuviese haciendo
aguas menores, se le metía humo de pez, algún gato, cohetes rateros, así como
también, los mayordomos solían adosarle cuartillas escritas donde se reflejaban
los hechos más curiosos acaecidos durante ese año en la localidad.
Con
excepción de la procesión del Santo Entierro, el Vía Crucis y la quema del
Judas, todos los demás actos y procesiones han ido desapareciendo de la Semana
Santa de Torvizcón, lo mismo que desaparecieron también los festejos que se
desarrollaban en diciembre en honor de la Inmaculada Concepción, cuyos actos
estaban organizados principalmente por la Cofradía de la Inmaculada de este
lugar y de gran raigambre así mismo en la mayoría de los pueblos del Estado del
Cehel durante los dos pasados siglos, como por ejemplo en Alfornón.
De más
calado resultan los festejos celebrados en este lugar en honor a su patrona, la
Virgen del Rosario. Los actos que se verificaban los días previos a la función
eran meramente de carácter religioso, que incluían un novenario de misas
cantadas y celebración diaria del Rosario por la calle. Este se repetirá
también los días 6 y 7 de octubre, por la mañana y por la noche
respectivamente, y el de la Aurora tendrá lugar ambos días en torno a las cinco
ó seis de la mañana.
Por lo
general se trataba de unas fiestas bastante concurridas, dominadas por los
actos religiosos y poca presencia de actos profanos: tan sólo destacan las
veladas musicales en la plaza mayor, amenizadas por la banda de música
alpujarreña de turno, la inauguración del alumbrado para los festejos o la
quema de castillos de fuegos artificiales.
Dos de los
actos fijos era el reparto de pan a los pobres y la misa mañanera, pero el principal
de la fiesta lo constituía, sin duda, la procesión de la imagen de la Virgen
del Rosario que concentraba a mucha gente del pueblo y alrededores. Esta se
manifestaba con acompañamiento de banda de música y en ella cobraba un especial
protagonismo la cofradía que alude a su nombre, pues aparte de colaborar con la
organización de los festejos, destacaba en la procesión al portar sus miembros
antorchas o bengalas en la mano durante todo el recorrido de la misma; de otro
lado favorecían las representaciones durante el acto, tales como las llevadas a
cabo por los Tarsicios vestidos de monaguillos.
Algo más
hemos podido recopilar en torno a la festividad de San Antonio Abad, de la que
podemos decir que siempre y sin excepción tenía lugar durante los días 16, 17 y
18 de enero.
En cuanto a los actos religiosos que se
celebraban, podemos destacar que el día 17 era habitual, tras el reparto de
pan, la celebración de la misa por la mañana, cuyo sermón estaba orientado a
destacar las virtudes del santo. Por la tarde tenía lugar la procesión,
acompañada de la imagen de San Francisco y la Santa Cruz y de todas las cofradías existentes en el
pueblo, las cuales lucían en el pecho sus medallas distintivas. El día 18 se
abría también con el tradicional reparto de pan, tras el cual se celebraba una
misa dedicada a la Santa cruz, para a continuación procesionar ésta en
solitario. Fue común hasta 1917 que, tras ambas procesiones, saliese después
también la del Santo Rosario.
Los festejos
daban comienzo el día 16 con el tradicional recorrido de la banda de música por
las calles de la localidad y contratada para los mismos. Además, era costumbre
el acto de recepción a los forasteros, especialmente autoridades de los pueblos
colindantes, a los que se obsequiaba con una foto del pueblo, una medalla
alusiva a las fiestas y un pequeño refrigerio en los salones del ayuntamiento. El
acto principal de este día, hacia las 7 de la tarde, eran las luminarias o
chiscos confeccionados con ramas de gayomba, como ya puede atestiguarse en
1897. Mientras estos ardían, la gente los contemplaba desde la plaza escuchando
las piezas musicales interpretadas por la banda.
Otras
actividades realizadas durante estos días para garantizar la diversión del
público eran la elevación de globos y fantoches, las carreras de burros flojos,
verbenas públicas y bailes de sociedad, cucañas o corridas de cintas. Estas
últimas eran bordadas por jóvenes del pueblo y permanecían expuestas en el
escaparate de algún comercio local durante los días previos a las fiestas.
Dentro de las cucañas revestían especial interés la que consistía en poner un
jamón como premio en el extremo de un palo ensebado de 7 metros, otra en la que
el participante tenía que sortear de un salto tres pellejos de vino colocados cada
uno a una distancia de 50 centímetros, o en la que se disponía un balancín con
tres metros cada brazo y los contendientes tenían que alcanzar la moneda colocada
en el centro.
Lo más curioso: ninguna referencia al
“marranico”. Aunque, seguro que el próximo año, antes de que el pueblo sea invadido
por la ardiente oscuridad, él se paseará distraído e imperial por el Arroyo de
la Plaza o el Tomillar, se mostrará (los dos) coqueto con su lazo rojo al cuello
ante los viandantes foráneos y retará descarado con la mirada, para que le den
sustento, a aquellos que se acerquen a solazarse con el agua del Pilón. Pero
luego,Torvizcón será preso de las llamas como la Roma de Nerón, pero en La
Alpujarra… No hay color.
Agradecimientos:
*El más profundo, a mi amiga Conchi
Sánchez de los Ríos y a su madre, Amparo, por su prestancia y por la
información facilitada para llevar a cabo este Trabajo.
**A Amalia García Pedraza por su
amistad, profesionalidad y su continua e inestimable ayuda.
***A todos aquellos que me dejaron
usar sus imágenes para ilustrar este trabajo.
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-La
Esperanza, Hemeroteca Digital, Madrid, 7 de marzo
de1868.
-La Revista
española, Hemeroteca Digital, Madrid, 19 de junio de 1834.
Biblioteca
Virtual de La Prensa Histórica:
-Boletín Oficial
del Obispado de Orihuela, Orihuela, 20 de mayo de 1947
Hemeroteca
Casa de los Tiros:
-Defensor
de Granada, Granada: 1
de marzo de 1892; 12 de marzo de 1892; 12 de octubre de 1894; 22 de enero de
1895; 16 de marzo de 1895; 5 de diciembre de 1895; 21 de noviembre de 1897;
20 de octubre de 1925; 17 de noviembre de 1906; 7 de octubre de 1911; 9 de
enero de 1914; 13 de enero de 1917.
-La Gaceta del Sur,
Granada: 28 de enero de 1928; 11 de octubre de 1928.
-La publicidad,
Granada: 22 de enero de 1895; 1 de noviembre de 1895; 5 de diciembre de
1895; 5 de febrero de 1896; ; 7 de enero de 1897;25 de noviembre de 1897; 29 de
mayo de 1899; 17 de junio de 1899; 23 de noviembre de 1899; 11 de noviembre de
1913.
-Noticiero
Granadino, Granada: 11 de enero de 1914; 13 de enero de 1917; 17 de enero
de 1919.