Como
muestra, un par de botones:
De La
Contraviesa hablaba Antonio Moreno en 1567 en los siguientes términos:”…hay una loma en lo más alto que es traviesa
de toda la comarca, a donde las veces que los moros vienen a hacer daño en esta
costa y entran en La Alpujarra, es por allí su camino…”
Y así se les informaba a los párrocos que podían recalar en aquellos lares
allá por 1807:
“Paralela a la
Nevada, y separada de ella por el rio de Cádiar, que al juntarse con el de Trevélez muda su nombre
en el de río grande, por la rambla de Repení, y por el río de Yator corre la
sierra de La Contraviesa, que parece se formó de propósito para el cultivo de
la vid pues a excepción de algunos cortos trechos donde está coronada por la
caliza, no se manifiesta en toda ella otra roca que la pizarra arcillosa. Por
su extremo occidental se encadena con la sierra de Luxar; por el oriental lame
sus faldas el río de Adra que la separa de las sierras de Gádor y Alhamilla. No
lejos de estos dos puntos se elevan el cerro de Salchicha y el Cerrajón de Murtas.
La uniformidad y nivel que guarda entre los dos cerros la cuerda principal,
contrasta de un modo muy gracioso con su figura cónica, y da a la Contraviesa
un aspecto particular [...] Por el lado del norte es rápida la pendiente de
esta sierra, y por lo mismo poco profundos generalmente los barrancos que la
cortan; pero por el del mediodía se prolongan sus lomas hasta meterse algunas
dentro del mar, y son muy considerables y más húmedos los barrancos que las
separan. En la inmediación de estos se hallan casi todos los pueblos (Albuñol, Sorvilán con sus anexos Polopos y Alfornón,
Rubite, Fregenite, Olías, Adra, Guaínos, La Alquería, Murtas, Turón, Jorairátar,
Cojáyar, Mecina Tedel, Torvizcón, Alcázar y Los Bargises, los cortijos del
Trebolar y otros). Además tienen parte en la Contraviesa Cádiar, Cástaras,
Timar y Lobras, pueblos de Sierra nevada que labran en la Sierra, y cuya
subsistencia pende principalmente del cultivo de la vid, siendo muy pocos los que
tienen algún regadío (Adra y Albuñol) o saben apreciar bastante al almendro (Turón,
Cojáyar, Murtas y Adra) y la higuera, y no muy apto el terreno para siembras de
granos.
Foto: M. Estévez
Por su
feracidad para la vid es esta sierrezuela una de las más útiles que tiene
Andalucía. Su población, que es ya considerable, deberá haberse multiplicado
mucho quando esté plantada de vides y almendros toda su parte inculta, época
feliz que coincidirá con aquella en que se prefiera el Ximénez á qualquier otro
vidueño, al menos para los vinos que no deban convertirse en aguardiente, y en
que el comercio exterior asegure a los dos licores una exportación ventajosa. (Por
no tener ninguna y no permitirse llevarlos al mercado de Granada, se han
vendido en este año los vinos de la Contraviesa al miserable precio de dos y
tres reates. No se hallaba en el pasado (1805) quien quisiera recoger la cosecha
de otro quedándose él con la mitad). El genio de los naturales para el cultivo
de la vid no puede ser más decidido. Para ellos es casi indiferente que el terreno
sea un llano, una pendiente suave o que se acerque mucho a la vertical; que sea
de roca viva, o de escombros movedizos. En esta parte de ningún modo ceden a
los malagueños, pero les falta su instrucción y sobre todo su puerto.
La obrada, (Una
obrada son mil cepas. Se plantan estas en la Contraviesa a la distancia de
siete pies) de viña da en Torvizcón de quarenta a cincuenta arrobas de mosto.
En Adra da ochenta arrobas, aunque hay alguna en que se ha llegado a coger
hasta ciento y cincuenta. El vino de Adra da el tercio de su peso de
aguardiente común, y casi el quinto del que llaman perla: el de Torvizcón es algo menos rico en espíritu.
En la Contraviesa y otras partes a las variedades que cultivan
por gusto o casualidad, para comer o conservarlas hechas pasas (no para vinos),
y que suelen poner aparte en un sitio llamado por los malagueños botica. En todas o casi
todas las provincias de España se cultiva algún vidueño con el nombre de Jaén o Jaén blanco, y en muchas partes, como en la Alpujarra, La Contraviesa, […] es el único o él principal de que hacen vino. Pero no es en todas
una misma variedad la que conocen con dicha
denominación. El Jaén de Granada,
Motril, Las Alpujarras, La Contraviesa y Baza difiere del de Sanlúcar por su hoja más grande y
verde […]
En la Alpujarra y Contraviesa no tiene crédito el Ximénez
para hacer aguardientes, y suponen todos que el Jaén le lleva mucha ventaja. Se
aprecia sobre todas para vino en Torvizcón, Alfornón y otros pueblos de la Contraviesa.
Pero como en esta Sierra se cultiva la vid principalmente para hacer aguardiente
y se cree que el Ximénez da muy poco, miran ya a esta planta con mucho menos interés
que al Jaén. Así el imperio del Ximénez que comienza muy cerca de la raya de
Portugal, o más a poniente todavía, acaba casi en la loma de Jolúcar sin haber
decaído na-da de su excelencia ni perdido ninguno de sus caracteres. En Adra
solo se coge de vino Ximénez unas 400 arrobas, cuyo valor es siempre respecto
del común como diez a uno En Turón son rarísimas las cepas de este vidueño. En
Dalias y Somontín apenas hay ya una de él [...]
A esta variedad creo que deba referirse el Vigiriego
que he visto en varios pueblos de La Alpujarra y acaso también el que cultivan
con el mismo
nombre en Torvizcón y otros pueblos de la Contraviesa”.
La
Contraviesa, esa hermana menor, menos espigada
y resultona, en la que los pretendientes y rondadores de mozas apenas se fijan.
No miran en su interior para descubrir la diversidad que conforma la
singularidad de la comarca alpujarreña. Quizás los buscadores de imágenes y
estampas inmortales deberían acercarse una tarde otoñal cualquiera para ver la
riqueza y el contraste de colores que les ofrece su paleta con los pámpanos de
las vides, las hojas de almendros, higueras, álamos o serbales, el azafrán
florido en los ribazos y caminos; y, frente a ella, la inmensidad azul del Mediterráneo
que la acaricia con su brisa y la
acicala con el salitre. Que prueben unos jureles escalaos asados en las ascuas de los sarmientos; que se sienten con
los naturales en el templo de la bodega y departan con sus gentes de sus cosas,
para valorar lo que es el duro trabajo y la sabiduría que da esta tierra.
Pues bien, a
finales de agosto de 1899, un tal Juan Rivas remitía desde Albuñol un escrito
sobre los moradores de La Contraviesa, bajo el título de Tipos de la Costa Alpujarreña. El cortijero. Se trata de una visión con tintes romántico-costumbristas, a
la que hemos añadido ciertos comentarios entre paréntesis que hemos creído
pertinentes, pero que nos proporciona datos e informaciones válidos para el conocimiento de estas gentes y su vida
cotidiana a finales del XIX, y por eso lo transcribimos de forma íntegra:
“Los
cortijeros de los lugares costeros alpujarreños, o sean los que habitan los
términos municipales de los pueblos comprendidos desde la vertiente meridional
de La Contraviesa hasta el Mediterráneo, descienden de los gallegos, leoneses,
castellanos y extremeños, que vinieron a repoblar el país, cuando la expulsión
de los moriscos. (Olvida o desconoce nuestro ínclito paisano que la mayoría de
los repobladores, más en esta zona, procedían de otras tierras andaluzas, el
propio Reino de Granada e incluso de localidades de la costa granadina, o de la
misma Alpujarra llegaron más adelante colonos a estas tierras de señorío).
Por
atavismo, poseen, mezcladas, las cualidades de los habitantes de esos reinos,
sus defectos y condiciones de carácter, sus instintos e inclinaciones.
A pesar de
su indiscutible abolengo, y sin saber por qué, trascienden a moriscos, y hasta
hace poco tiempo, no han abandonado el amplio Zaragüel, la anchísima faja y pañuelo de la cabeza,
trasunto del turbante.(Difícil de imaginar a aquellas gentes realizar sus
tareas cotidianas con zarigüelles, marlotas y almalafas; más creíble resulta lo
del pañuelo, pues hasta hace poco se ha seguido usando en algunas labores como la parva, a veces sujeto con una cobertura mayor para sus cabezas como es un sombrero de alas amplias al que ellos denominan rempuja.
Su acento no es andaluz; es más bien el término medio del
de la pronunciación castellana y extremeña. Hacen perfecta distinción entre la
/Z/ y la /S/, entre la /B/ y la /V/ consonantes. Pero por otro misterio,
inexplicable en descendientes de León y
Castilla convierten nuestra h en verdadera hanza
árabe, diciendo siempre jacha, jigo,
jorno, jachuela, joz, jocino, etc. (No vamos a negar que en algunos lugares
exite una perfecta distinción entre S/Z, pero en la mayoría de los núcleos de
población aislados de esta zona se da la confusión y, por tanto, el ceceo es
manifiesto. Resulta difícil asimilar que este fenómeno lingüístico haya
evolucionado a la inversa desde finales del XIX hasta nuestros días.
Posiblemente fuera viernes cuando yo asistí a clase sobre las variedades
diatópicas, diastráticas y diafásicas del lenguaje y no entendiese bien: tendré
que tomar lecciones de nuevo de Dialectología o habrá que revisar el mapa de
isoglosas de La Alpujarra para no contradecir al señor Rivas).
Hasta la manera de edificar sus habitaciones, agrupadas, y
rodearlas de ciertas plantas, copian a los moros, de tal manera que una
cortijada, es retrato fiel de una kabila
del Rif. Casas de un solo piso, de
piedra y barro, con terrados de launa, ventanas muy pequeñas, que sólo merecen
el nombre de ventanillos, y puertas bajas, rodeadas de cactus e higueras.
En dos generaciones se forma una cortijada, que toma el
nombre del fundador, como sucedió con Ben-Isidel, Ben-Iscar, Frajana y otras
del territorio amacirga de allende.
Los Cózares, Los Ortices, Los Cayetanos, Perálvarez, Los
Rivas, Los Antones, y otros muchos fueron cortijos construidos primero por uno
que llevaba esos apellidos, siendo el fundador, el patriarca, el padre de la
futura cortijada. Luego los hijos, después los nietos, cual colonia de
golondrinas, fueron agrupando sus nidos alrededor del abuelo, al azar, en
primitivo desorden, con la misma arquitectura, con idénticos materiales, y con
las obligadas chumbas e higueras. Pero conservando siempre – como venerado
recuerdo- el nombre del Rómulo, de quien brotó la cortijada.
Las puertas de esas moradas se abren hacia el Oriente o al
Mediodía, nunca al Norte u Occidente. La casa se compone, primero de la cocina,
donde se asientan el amplio hogar, los basares y cantareras, y que no recibe
otra luz que la de la puerta de entrada. Luego la alcoba, o cuarto de dormir,
como ellos llaman, porque en él se acuestan, confundidos, casi todos los
individuos de la familia; y después, en último término, el cuarto despensa, que
así lo apellidan, y que no es otra cosa que la verdadera colmena del cortijero,
oculta a toda mirada profana. Allí conserva el grano, la harina, jamones, el
tocino, los higos, el aceite, las ropas, las arcas y hasta los aperos de
labranza, en regular uso, y las herramientas de labor, todo confundido y
revuelto. Esa cámara es el Sancta
Sanctorum del cortijero, y aunque es por naturaleza hospitalario, os recibirá
bien en su casa, os obsequiará con lo que tenga, os lo enseñará todo, menos ese
misterioso asilo del producto de su trabajo y ahorros, que constituye para él
un sagrado tesoro. Y si alguno intenta, indiscreto, traspasar sus umbrales,
riñe con él y le niega su amistad y confianza.
A parte de
esa distribución doméstica, el cortijero se limita a construir, al exterior, un
tinado o zahúrda para el cerdo y un cobertizo, sin pretensiones, para la
borrica, su compañera inseparable, y sin la cual no hay diez en toda la comarca
que pueda vivir. Bien es verdad que todo parecen, menos burras; y si habían de
cotizarse en algún mercado o feria, puede que el más apasionado por tan
paciente animal, no se atreviera a ofrecer por la mejor, arriba de cinco
pesetas.
El corral es
generosamente desconocido entre los cortijeros, aunque haya honrosas
excepciones. Las gallinas andan libres, y en comunidad, en el día por los
ejidos de la cortijada, y llegada la noche, duermen, en compañía del gato,
subidas en la rama, en forma de horquilla, que es el gallinero admitido por la
moda, al lado del rescoldo de la chimenea, en invierno, o en las chumbas, en el
verano.
Son en
extremo aficionados a la música, y no hay cortijo donde no veáis una guitarra,
o por lo menos un guitarrillo, aunque sea con dos cuerdas, un violín, unos
platillos, unas castañuelas, o unas carrañacas. Gustan mucho de las parrandas,
bailes y fiestas, y celebran sus bodas a la morisca, con acompañamiento,
corrida de pólvora, y concierto instrumental; y cuando son pudientes, arrojan
trigo en abundancia sobre el cortejo nupcial.
Su sobriedad
es proverbial. Por la mañana, las migas de harina de maíz –el alcuzcuz
cristiano, como ellos nombran- con la engañifa de ajos, rábanos, cebollas, o
pescado seco, cuando repican recio; al medio día un puñado de higos secos, con
algún cuscurro de pan moreno; y a la noche la olla, o el potaje. Ninguno bebe
vino. (Digo yo que sería por ese estoicismo derivado de su situación de miseria
tras el ataque del dichoso hemíptero a las vides, porque, si de algo gustan
estas gentes, es de echar unos vasillos en la bodega con su gente o cualquier
comprador que se tercie o se presente por el cortijo de improviso). Y cuando
antes de destruir la filoxera estos viñedos, que eran el encanto y la única
riqueza de esta infeliz comarca, todos ellos recogían en abundancia el néctar
delicioso que producían las nunca bastante lloradas cepas, jamás se veía un
borracho entre estas morigeradas gentes. Hoy ya pecan algo; pero no es la causa
del pecado el licor que nos legó nuestro segundo padre Noé, sino el mortífero y
nauseabundo amílico, que como la muerte ha invadido, desde el palacio del
poderoso, hasta la cabaña del pobre.
Es honrado,
probo y trabajador incansable; en su economía, llega hasta a ser en algunas
ocasiones tacaño, sobre todo para él y los suyos, pero no para sus amigos y
huéspedes.
Su sutileza
y socarronería, rayan a gran altura y es un ladino de cuerpo entero. Es
dificilísimo, si no imposible, engañarle, porque como es desconfiado en
demasía, siempre está prevenido -y preparado a todo evento,- cuando departe con
cualquiera.
Para probar
esta afirmación- y entre otros muchos que pudiera exponer- contaré sólo un
caso. En una ocasión vino a este Pueblo (Albuñol) uno de la cortijada de los
Olivencias, a tomar parecer de un letrado. Este le dijo, que le manifestara el
objeto de la consulta, y el cortijero- muy grave, formal y serio le contó el
caso de esta manera: Ha de saber usted, D. José, que le he variado un mojón a
mi vecino José Peralta, que es lindero en una finca de mi propiedad, que antes
venía recto y en línea, con `tos´ los demás, pero que ya no me `jace´ clase, ni me guarda
cuenta el que siguiera en aquella dirección, porque, al cambiarlo me deja dentro
de mi `jacienda ´dos almendrillos; y lo cual que los puso mi padre y por más
que le vendió la finca a mi contrario, les he `cobrao´ cariño; y dice el tal
que me va a sentar una querella por la `muanza´ del mojón.
-¿Y no es
nada más que eso?- preguntó el letrado.
-Nada más.
-Pues tienes
perdida la cuestión.
El
cortijero, riendo a mandíbula batiente, replicó: -Pues no la tengo perdida, Don
José.
-¿Y cómo
no?- objetó el abogado.
-Toma que
toma,- dijo el cortijero,-porque mi contrario no es él, que soy yo.
El muy
ladino, temiendo que por afecciones políticas o amistad personal pudiera el
abogado emitirle un dictamen contrario a derecho y tendiese a favorecer a su
antagonista, fingió ser él mismo el autor de la variante del mojón, para coger
en un renuncio al consultado.
¡Es el colmo
de la malicia y suspicacia!
Como son tan
laboriosos, (en esto no hay discusión que valga) pasan la semana entera
trabajando, y el domingo lo dedican por entero a bajar al pueblo a despachar
sus negocios. En ese día tiemblan los abogados, notarios, jueces municipales y
caciques y alcaldes, porque los cortijeros, sin reparar en la hora, llaman a
todas las puertas, penetran en todas las oficinas y dependencias, y con
paciente perseverancia y cachazuda tenacidad no abandonan la plaza hasta que
por su fuerza se parlamenta con ellos y se contesta- de bueno o mal talante- a
sus congruentes o incongruentes preguntas. En algunos casos- si no en todos-
son más pesados que una maza de Fraga.
Pero todo se
les puede perdonar en gracia de su honradez, fidelidad y otras muchas buenas
prendas de que están dotados.
Son celosos
cumplidores de su palabra. Formales en sus tratos y respetuosos al principio de
autoridad. El caciquismo, por más que otra cosa se crea, no influye nada en su
resuelto e independiente ánimo para la libre emisión del voto. Van a las urnas,
es verdad, casi sin conciencia de si conviene o no votar a éste u otro
candidato, pero lo hacen, sin venderse y únicamente por afecto o simpatía a D.
Fulano o D. Zutano, que solicitan su sufragio. (Resulta llamativa la candidez
del autor sobre este asunto, pues en una situación tal, estos labriegos dependen
más que nunca para su subsistencia de los fondos liberados para la construcción
de la carretera Tablate-Albuñol, y eso pasaba por la sumisión. Y para
recordárselo de una forma u otra, allí estaban los acólitos, secuaces y
cagarraches del cacique local o comarcal, quienes se iban a encargar de recomendarle
al cortijero y convecinos el candidato, cunero o encasillado, que tenía que ser
elegido. De violencia, manipulaciones y pucherazos electorales los cortijeros y
vecinos de Sorvilán o de otros pueblos de la zona podrían haber escrito un
libro al respecto).
Desde que la
filoxera destruyó las viñas están pasando por las horcas caudinas, luchando con
el resultado negativo que ofrecen las vides americanas, con la sequía, la poca
fertilidad de esta tierra y la falta de trabajo, los más de ellos se aburrieron
y cansaron de tan desigual batalla y emigraron a extraños países. Los que
quedan siguen en la brecha, pero con mengua de sus estómagos y pasando mil
penalidades. Hay muchos que no prueban el pan meses enteros, alimentándose de
algunas legumbres, hinojos (este sí que merecería ser denominado plato
alpujarreño) y otras hierbas cocidas y aderezadas con muy poco aceite y
acostándose al anochecer por no tener con qué alimentar el candil ni con qué
calentar el hogar. En el vestir sufren también las consecuencias de su escasez,
y gracias que la benignidad del clima les permite ir siempre con poca ropa y
mal trajeados.
No obstante,
esa carencia de medios materiales, que en otras partes induce al hombre-
impulsado por el hambre- a la comisión de delitos penados por la ley, la
criminalidad es, por fortuna, tan escasa, que en este Partido Judicial no
llegan a ciento las causas que conoce el Juzgado de Instrucción. (Tampoco esta
zona es la Arcadia de Sannazaro con su locus
amoenus, en el que todo discurriera tranquilo: problemas de lindes,
discusiones insustanciales, apropiación de lo ajeno, la misma falta de
instrucción, derivan a veces en brotes de violencia y crímenes que salpican las
páginas de la prensa provincial y nacional. Quizás este porcentaje del que
habla Juan Rivas se nos antoja maquillado y con afeites, al no tener en consideración
que ya Albuñol no cuenta con la Audiencia de lo Criminal, y los delitos más
espinosos no se juzgan en sus salas).
Si no
estuvieran agobiados por múltiples cargas, podrían irse rehabilitando, aunque
de manera lenta y trabajosa. Pero como no hay ni remota esperanza de que venga ese alivio, los pobres
cortijeros seguirán siendo- como todos
los demás- el pellejo de aceite de los Ministros de Hacienda, hasta que apurada
la última gota de aquel líquido y cargados de gases deletéreos, estallen con
horrible estampido, arrasando cuanto se oponga a su omnipotente fuerza
expansiva”.
Tal vez va
siendo hora de mirar a esta gallarda moza alpujarreña con otros ojos. Porque la
hermana pequeña ya ha crecido y ahora hasta tiene su aquel; ella es una mujer
con dos amantes prendidos de su talle: el mar y la sierra, que andan locos por
sus huesos, aunque ninguno quiere que el otro le ronde sus calles. Ladrones del
amor, que por tinaos, esquinas, terraos y azoteas la requiebran: ¡y esa novia pela
la pava con los dos! Y a los dos los enamora, con sus hechuras,
perdidamente, los enamora.
Uno, marengo ladino, con su jábega, me la invita entre las olas con
guajiras y milongas para declararle su amor delirante y me la vuelve medio
loca...Carraspea ahora el otro, serreño trovero, desafiante, para echar a su oponente,
mientras que a ella la embauca con repentinas quintillas de arrope y meloja....Y
se pelean los dos, por amor; por su novia estos dos canallas se me pelean: que
son la sierra y el mar dos hombres que a Contraviesa cortejan...
La está arullando la mar y a la sierra le da celos: en cualquier momento uno de ellos va a saltar sobre el otro. ¡Ay!, que son de amores estos duelos. Pero Contraviesa los quiere a los dos: cosas de la vida, pues la niña está que bebe los vientos por sus dos galanes.