GERMÁN ACOSTA ESTÉVEZ
Mañana, Viernes de Dolores, abandonamos definitivamente la
permisividad de las carnestolendas y, tras las cenizas de estos días sobre las
frentes de los fieles católicos, damos paso al antruejo o cuaresma con sus
oficios religiosos, el olor de azahar que se confunde con el incienso de las cofradías
y sus procesiones. Y, para enjugar las emociones provocadas por los pasos y
reponer esas sales minerales perdidas tan necesarias para nuestra existencia, una
buena ración de abstinencia a base de buñuelos, pestiños, roscos y otras
fruslerías. ¿Qué dirían los antiguos si levantaran la cabeza? ¿Qué dirían
aquellos varones alpujarreños uncidos de obispos? Posiblemente se echarían las
manos a la cabeza y clamarían al cielo, e incluso alguno de ellos amenazaría
con la excomunión. Pero no se trata de eso hoy: déjenme que les haga un pequeño
recorrido por la vida de uno de los cuatro prelados nacidos bajo el techo de
nuestra madre tierra.
Nació el 24 de Septiembre de 1799 en el pueblecito de mi
amigo Manuel, Jorairátar, ese pueblo del que Pedro Antonio de Alarcón dijera
que “…está metido en los mismísimos infiernos. Allí se arremolinan, antes de
espirar al pie de Sierra Nevada, las últimas estribaciones de La Contraviesa y
del Cerrajón de Murtas, formando una especie de reducto de agrias y rotas
peñas, cuyo aspecto tiene algo de terremoto en acción. Hondas grietas, negros
tajos, quebrantados riscos, desgajados peñones, todo se ve allí confundido,
dislocado, acumulado, superpuesto, como en una derruida obra de titanes.- ¡Nada
más terrible y majestuoso!”.
Hijo de labradores, ingresó en el Seminario de Granada y,
como quiera que el hambre aprieta y agudiza el ingenio, parece ser que el
muchacho resultó ser muy aplicado, recibiendo el título de Bachiller y Maestro
de Artes en abril de 1820, para recibir el grado de Doctor en el mes de
noviembre por nuestra vieja Universidad; también en Granada fue ordenado
sacerdote en 1824. Al año siguiente lo hallamos ejerciendo su doctorado como
enseñante de Teología en el Seminario y en la Universidad.
Fue curiosamente párroco de San Gabriel en Loja durante 37
años. En 1837 llegó a ser Magistral del Cabildo de Córdoba y, como al parecer,
le iba la marcha de la política, se presentó y salió elegido Diputado
Provincial de Loja y su partido, calmando con buen talante la incipiente
subversión de Motril, siendo despojado de este cargo en1840 por la Junta
Revolucionaria de Granada, aunque repuesto en 1844. Y es que, a los alpujarreños, el politiqueo nos
“gusta más que a un tonto una “volaera”: así, arreglamos los males del país con
cuatro golpes de puño sobre la barra de una taberna, o sacamos la inquina y
mala baba contra el que piensa diferente en el anonimato del whatsapp u otras redes
sociales, rememorando continua y tristemente aquellas dos Españas que
afligieran tanto a D. Antonio Machado.
Menos mal que, al año siguiente, Isabel II nombraría
predicador de Su Majestad al murteño D. Tomás Roda, pues siendo como era, a D.
Esteban le hubieran llevado los demonios escuchar las confesiones de la ligereza
de cascos de la que hablaba Valle-Inclán sobre aquella soberana que regentaba La corte de los milagros.
En 1847 lo nombran predicador de la Capilla Real, en 1850
canónigo de la Catedral de Toledo y en 1857 arcediano de la Catedral de
Granada, pasando a desempeñar el cargo de deán en 1860. En 1865 fue reconocido
como Caballero Comendador de las Órdenes de Carlos III y de Isabel la Católica
y ese mismo año es designado como Obispo de la Diócesis de Coria-Cáceres. En
1868 es nombrado obispo de Málaga por el papa Pío IX, y el 23 de febrero de
1869, hizo su entrada en dicha capital.
Llegó a Málaga en tiempos difíciles, pues el país entero sufría
una profunda catarsis política: la influencia de la masonería, las dificultades
económicas, los motines callejeros, las nuevas tendencias políticas y el nuevo
rol que se le asignaba a la Iglesia en el nuevo texto constitucional. Tanto progresismo
y libertinaje no podían ser buenos para D. Esteban. Por ello, sin poder
aguantarse lo que se cocía en sus adentros, a finales de Marzo de 1869,
aprovechando que el Guadalfeo pasa por Órgiva y su amistad con el también
jorairateño Ricardo Martínez Pérez, Diputado por Motril en las constituyentes
de ese año, envía un documento a las Cortes Generales en defensa de la unidad
de fe, donde se discutía un proyecto de Constitución Española en el que
figuraba la libertad religiosa. Lo que preocupaba a Su Excelencia Reverendísima
era que las nuevas Cortes garantizasen el ejercicio público o privado de cualquier
otro culto, no sólo a todos los extranjeros residentes en España, sino también
a nuestros conciudadanos, como así terminó sucediendo. También temía D. Esteban
que el Estado no se hiciese cargo de la manutención de las iglesias y su
personal, aunque al final se acordase que la Nación se obligaba a mantener el
culto y los ministros de la religión católica. Sin embargo, el obispo Esteban,
gracias a ese talante y gracejo tan de nuestra tierra, supo moverse bien y
granjearse las simpatías de partidos políticos y ciudadanos.
Ese mismo año rinde visita a su pueblo natal para honrar
los restos de sus padres que estaban enterrados allí y realiza en la iglesia
parroquial y en su ermita varias exequias por su eterno descanso. Tal vez allí
pidiera también por el alma de los mártires de su pueblo: el beneficiado Francisco de Navarrete, el sacristán Jerónimo
Martínez y todas aquellas mujeres cristianoviejas degolladas el segundo día de
Pascua de aquella Navidad de sangre de 1568 durante la rebelión de los
moriscos.
En 1869 también asiste
en Roma al Concilio Vaticano I, donde
destacó por su elocuencia y profundidad de discurso -parece ser que, del agua
de esa hermosa fuente de ocho caños que tenéis en el pueblo, os viene a los de
Jorairátar esa labia que Dios os ha dado-, provocando la admiración del mismo
Papa quien le nombró, en 1870, Prelado Doméstico de Su Santidad. A su regreso,
luchó denodadamente por exponer la doctrina católica con sus pastorales,
destacando la defensa del sacramento del matrimonio, la advertencia de los
brotes de protestantismo y sectas llegadas de Gibraltar, y, sobre todo,
combatiendo enérgicamente a la masonería.
Proclamada el 11 de Febrero de 1873 la primera República
Española, estallan en muchos lugares de España, incluido Málaga,
levantamientos, motines y desórdenes públicos de todo tipo. El obispo, haciendo
gala de esa tozudez tan propia nuestra, en todo momento se mantuvo firme,
aunque intentaron echarlo a la fuerza del palacio episcopal para dedicarlo a
escuelas; la Junta Revolucionaria llega incluso a proponer, en junio de ese
año, la demolición de los Conventos del Císter, de Capuchinos y el del Ángel. Tampoco
aceptó el prelado jorairateño de buen grado que el proyecto de la Constitución
de la República Democrática Federal Española de 1873 hurgase tanto en lo
referente a la participación de la Iglesia enseñanza del país. Pese a tan
convulsa situación en su diócesis, en el mes de julio decide de nuevo girar
visita a sus paisanos de Jorairátar y descansar unos días de tanta agitación.
En el 16 de Enero de 1874 fue preconizado Arzobispo de
Tarragona, pero él, por motivos de salud, solicitó del Papa su reposición como
Obispo de Málaga. Aunque se intentó por tres veces sustituirlo (una con Fray
Gabriel González y Díaz de Muñón en 1874, dominico, obispo electo, pero al no
aceptarlo Fray Gabriel, se le traslada a Córdoba), pero el alpujarreño se
repuso de su salud en Loja y regresó a Málaga donde, para remediar la miseria
reinante, erigió el Centro de San Carlos y Santa María Magdalena para dar
enseñanza gratuita a más de 300 niñas; creó un asilo para huérfanos en
Antequera, fomentó el Seminario que
llegó a tener más de 100 alumnos, y aprobó la fundación de la “Congregación
Religiosa de las Hermanas Mercedarias de la Caridad”.
Seguramente que no comulgaría nuestro obispo con el
Ayuntamiento de Jorairátar y la deuda de quince meses de paga que mantenía con
sus maestros en 1875 y que ponía en riesgo su subsistencia; menos aún con las lamentables declaraciones
que hizo un periodista de la época: "Háganse toreros, que es buen oficio, y
podrán no sólo comer y andar holgados, sino celebrar banquetes con duques y
marqueses”.
Falleció repentinamente el 27 de Octubre de 1878 y fue
sepultado en la Catedral de Málaga. Afortunadamente murió unos años antes de
que su paisano y amigo Narciso Roda, el que fuese Diputado Provincial y
falleciese por las puñaladas que le dio un demente al que tenía alquilado su
molino harinero. Tampoco le dio tiempo a escuchar aquella surrealista historia
protagonizada unos años más tarde por una vecina del lugar apodada “la
Berenjena”, quien anduvo buscando gente, como a jornal, para que la acompañasen
a cierto pago del municipio y le ayudasen a pronunciar ciertos conjuros e
invocaciones que le había revelado un venerable anciano que se le había
aparecido. Con dichos conjuros hechos en la media noche y con luna llena,
esperaba la buena mujer que dos guardianes negros le señalasen el lugar exacto
donde se encontraban unas tinajas llenas de zequíes que allí guardara una “Dama
Blanca” en tiempos de la Rebelión.
Sin duda, su testamento constituye un documento de primer
orden en el que, amén de otras cosas, resalta la generosidad para con los
necesitados y obras pías a quienes lega unas cantidades considerables de su
nada despreciable pegujar. Así, deja:
-1.000 misas rezada por su alma a 10 reales cada una, a
repartir entre canónigos y beneficiados de la catedral malagueña.
-Otras 900 a 8 reales, a repartir entre todas las
parroquias de la ciudad.
-Manda que, el día de su funeral, se repartan 100 limosnas
de 20 reales cada una a las viudas pobres y naturales de Málaga; otras 100
limosnas de 20 reales para los huérfanos pobres.
-También ordena que se repartan 4.000 reales en limosnas de
a 4 a los pobres más necesitados de la ciudad.
-Deja 1.000 reales a cada una de las nueve comunidades
religiosas de dicha capital y 500 reales
a cada una de las trece que existen en el resto de la diócesis.
-5.000 reales a las Hermanitas
de los Pobres.
-30.000 reales al Asilo
de los Niños Pobres de San Bartolomé.
-1.000 reales a la Comunidad
de Capuchinos de Granada y otros 1.000 al Convento de Santa Paula de dicha ciudad.
10.000 reales para repartir entre los pobres de Jorairátar,
4.000 para los pobres de Loja y 30.000 para la reparación de la iglesia de
Jorairátar y finalización de su pila bautismal.
Salvo error de suma o
pluma, la nada despreciable cantidad de 121.700 reales del ala o 34.425 de las
pesetas de entonces. Todo un personaje tu paisano, Manuel. No tendréis queja de
cómo se portó con el pueblo.
Amenazo con dar un wikipediazo sobre Jorairátar, pero eso será otro día, que hoy es tiempo de recogimiento y sólo quería desearles unas felices y merecidas vacaciones, deo gratias.