Germán Acosta Estévez
negreando por los parrones,
así negrean tus ojos
golpeando los corazones ...!"
Arturo Gatica
Los pueblos,
aldeas y cortijadas de la Alpujarra son siempre una aventura por descubrir: sus
calles, sus fuentes, sus paisajes, la gente y su intrahistoria constituyen una
singularidad irrepetible e impagable. Sorvilán es uno de esos pueblos que no
deja indiferente al caminante: con su abigarrado caserío blanco que quiere
precipitarse entre almendros y viñedos, lo mismo que se precipitó la diáspora
morisca derramando capullos de seda por las lomas, su pasaporte que, desde esa
nueva frontera,” la costa de los piratas”, habría de llevarles en una galeota berberisca
a un eterno exilio africano; un lugar, donde sus gentes humildes y laboriosas
son amantes de lo cotidiano y de la tertulia cercana. Pero, sobre todo,
Sorvilán es vino, o como lo siente mi amigo “Ozé”*: ” ese turbio líquido formado por el
zumo de la uva, mezclado con el sudor de sus creadores, acompañado por el olor
a membrillo, albaricoque y frutos silvestres que aún no se han descubierto, y
con unas pocas de hierbas afrodisiacas que despiertan cuando la luna sueña y
que de sus efectos sólo sabe ella…El ser que ha nacido con el hechizo de la luna
de octubre es salvaje pero dócil, difícil de enjaular, imposible de controlar,
valiente, sin temor al desprecio; fuerte pero dulce, cruel pero compasivo,
implacable pero flexible, sádico pero piadoso, angelical pero demoniaco…Pero
vendrán más lunas que lo seguirán embrujando aún más si cabe”. Y, para ser preso de tan incomparable disfrute, nada más auténtico
que sus bodegas tradicionales, de sabios autores, entre la que destaca (permitidme
la osadía) la regentada por la familia Viñolo Moreno: una institución por su
autenticidad y porque allí el vino sabe realmente a Alpujarra.
Es abril, y un viejo mulero ha abandonado
momentáneamente la larga besana. Mientras la yunta apura el pienso de la sarrieta,
él se afana en una pequeña olla desconchada llena de migas de pan un tanto
revenidas, observando de forma distraída el verde mantel que forman los
almendros con sus numerosos bodoques de allozas:” hogaño, el rabo en el puchero
de San Antón ha dado buenos frutos”. A lo lejos, apenas se atisba la Rambla del
Valenciano y las hoces que forman sus angosturas, en cuya antesala dormita
caído el castillejo islámico; más cerca, entre los viñedos, un trance otrora
sembrado de avena o cebada para las bestias le hace musitar para sus adentros:
“ los niños de Sorvilán ya no guardarán más los pájaros”. Sabe bien que, muy
pronto, por mayo, el pueblo olerá a choto y la plaza se llenará de armonía y
regocijo compartido y, buscando en la memoria**, se avivará el recuerdo de
aquellas fiestas y parrandas de antaño con sus dichos y chascarrillos, y
aquellas coplas templadas por la guitarra de su poeta Manuel Jiménez. Por San
Cayetano volverán los hijos del pueblo y lo harán despertar del letargo de un
largo invierno, y se sucederán los abrazos y los saludos durante los paseos vespertinos
desde la Plazuela al empalme de la carretera a Albuñol, o se llevará a los
chiquillos al Mirador de la Cruz para que contemplen el mar. Y entre farolillos de papel y banderitas
multicolores la gente asomará a la plaza con sus mejores galas para el comienzo
de la procesión; después, la banda de música se arrancará con un conocido pasodoble
que las parejas más veteranas bailarán con auténtico y rancio temple antiguo. Días
después, la niebla agostiza de la antigua pesquería moruna de Melicena, suave y
azulada, se encarama por la Rambla de Santa Catalina y se abre como en una copa entre el Barranco
de los Álamos y el de Las Dehesillas hasta absorber los 343 años del rojo
ladrillo de la torre de la iglesia, al tiempo que hace saltar las costuras del
tafetán de los higos: mañana, con la fresca, vendrán recostados en el cenacho
de esparto y arropados por su propia hoja.
Pero
Sorvilán es también pueblo de noticias curiosas protagonizadas por sus vecinos,
de diferente tono y estilo, que han ido salpicando las páginas de la prensa
provincial durante más de dos siglos. Así, en abril de 1886(1), el antojo de una señora en estado de preñez le llevó a
ofrecer dos mil duros a quien le
entregase un melón, rayado por fuera y verde por dentro. Algunos aspirantes al
premio le respondieron de forma socarrona que no presentarían el melón hasta
que no viesen las diez mil pesetas.
Este mismo vecindario será el que se amotine durante varios días del mes de julio de 1894(2) ante la visita de los cobradores de arbitrios, a los que acorralaron dos noches a fuego y pólvora, hasta reducirlos y llevarlos a la cárcel local. Dos de ellos resultaron apaleados y los insurgentes recuperaron las 650 pesetas de los que habían pagado de forma voluntaria. Pretendían los recaudadores cobrar de golpe las gavelas del año en curso, (cuyo reparto se había hecho, como de costumbre, de forma arbitraria por el alcalde y los caciques locales) así como los tres ejercicios fiscales pendientes, paralizados a causa del expediente en marcha para el estudio de la bajada de la base imponible al filoxerarse los viñedos de la Alpujarra. El suceso terminó el día 25 de dicha fecha cuando la guardia civil los rescata y conduce a la cabeza del Partido Judicial; dos años más tarde(3), ante una ligera alteración del orden público por el abuso del impuesto de consumos y ante los rumores de que los sorvilaneros pretendían quemar el edificio dedicado al cobro de impuestos, el Gobernador Civil hizo desplazar al pueblo a la Guardia Civil de los puestos de Órgiva, Albuñol y Cádiar.- Cuando la justicia pierde el norte de la razón, aparece el diálogo de las armas.-
Este mismo vecindario será el que se amotine durante varios días del mes de julio de 1894(2) ante la visita de los cobradores de arbitrios, a los que acorralaron dos noches a fuego y pólvora, hasta reducirlos y llevarlos a la cárcel local. Dos de ellos resultaron apaleados y los insurgentes recuperaron las 650 pesetas de los que habían pagado de forma voluntaria. Pretendían los recaudadores cobrar de golpe las gavelas del año en curso, (cuyo reparto se había hecho, como de costumbre, de forma arbitraria por el alcalde y los caciques locales) así como los tres ejercicios fiscales pendientes, paralizados a causa del expediente en marcha para el estudio de la bajada de la base imponible al filoxerarse los viñedos de la Alpujarra. El suceso terminó el día 25 de dicha fecha cuando la guardia civil los rescata y conduce a la cabeza del Partido Judicial; dos años más tarde(3), ante una ligera alteración del orden público por el abuso del impuesto de consumos y ante los rumores de que los sorvilaneros pretendían quemar el edificio dedicado al cobro de impuestos, el Gobernador Civil hizo desplazar al pueblo a la Guardia Civil de los puestos de Órgiva, Albuñol y Cádiar.- Cuando la justicia pierde el norte de la razón, aparece el diálogo de las armas.-
También la celebración de la llegada del siglo XX lleva a
los sorvilaneros a seguir a su párroco, José Fernández Gómez, en una maratón
religiosa y en la erección de una cruz de piedra en el sitio conocido entonces
por la “Higuera del Moro”, que a partir de ese instante pasaba a denominarse
“Loma de la Santa Cruz”(4). -Siempre es buen
momento para dominar las conciencias y sacralizar los espacios.-
De sorprendente cabe, al
menos, calificar el pleno municipal extraordinario (5)
convocado por su alcalde el 17 de enero de 1925.Ante la denostada imagen de
Alfonso XIII, entre otros motivos, por la connivencia con la Dictadura Militar
impuesta por Primo de Rivera, el “monterilla” de turno tuvo la genial
ocurrencia de nombrar alcaldes honorarios al monarca y su esposa Victoria
Eugenia. Y no satisfecho con esto, para el
engrandecimiento y desarrollo de la comarca alpujarreña, propone suplicar al
rey que el sucesor al trono llevase en lo sucesivo el título de “Príncipe de la
Alpujarra”. ¿Se imaginan una hipotética visita del Jefe del Estado actual a
Sorvilán diciendo aquello de: “me llena de orgullo y satisfacción…”? -En la Zalona las risas habrían sido
hilarantes y descontroladas.
Ahora que
tanto se estilan las Ferias de Muestras
y Exposiciones como mecanismo de atracción turística y motor de venta de
productos típicos comarcales, recordar que fue este municipio durante las
fiestas patronales de 1934 el que organizó
la primera exposición de productos alpujarreños(6) entre los que figuraban, cómo no, los renombrados vinos de
este pueblo.
Y así, hasta que el 14 de junio de este mismo año el
Patronato de la Alhambra daba cuenta de un hallazgo curioso y casi la totalidad
de la prensa nacional se hacía eco dos
meses después de esa carta de amor de 1921 olvidada entre los restos de un
artesonado mudéjar (7). Algunos vieron en la
misiva de Pepe a su amada Emilia un episodio gracioso, comentado con cierto
asombro y sorna; tan sólo llegaron a ver la simpleza y poco romanticismo de un
tipo rústico de otra época; otros han especulado incluso con la posibilidad de
que se tratase de activistas del anarquismo de la época. – No se habían
enterado de nada. En realidad, nunca se enteran. El racimo de uvas que envía
Pepe a su Emilia no es la contraseña que evitará cualquier sobresalto
inesperado para poder continuar manteniendo ese romance oculto (hoy sabemos
que ambos contrajeron matrimonio más tarde y que Pepe trabajó como conserje en la
Casa de Castril, sede del Museo Arqueológico de la ciudad , donde estuvo custodiado el artesonado).-Habrá que buscar nuevas hipótesis-. Desde otra vertiente, con el
racimo de uvas, el amante novio le ofrecía lo mejor que podía darle en ese
momento del año: lo poco y lo más escogido de su exigua fortuna para su dama.
Porque entre las gentes de estos lares de la Alpujarra es costumbre ancestral
la ofrenda de lo mejor que da la tierra, en tiempo de recolecta, a la familia,
a los compromisos: esos que el sorvilanero y el alpujarreño adquieren consigo
mismos de por vida, e incluso se puede analizar como una muestra de humildad
extrema, de apocamiento o de mansedumbre hacia los miembros más destacados de
la comunidad: el maestro, el médico,…Ese racimito de uvas (seguramente dulces “tempranas”
o “montúas”) son las que, en el vecino Rubite, se seleccionan en la propia viña
y se les lleva a casa a los venerables de la familia, los mayores, como símbolo
de cariño y respeto. Por eso, la próxima vez que vaya a verte no habrá flores.
Como Pepe el de Sorvilán, te agasajaré con un racimito de uvas.
*Agradezco a Juan José Viñolo el haberme permitido leer su reflexión sobre la crisis y la luna de octubre, así como el facilitarme otros datos de interés para este trabajo.
** Florentina Fernández Merlo y Andrés
Viñolo Moreno: Buscando en la Memoria. Ayuntamiento
de Sorvilán, 1999.
Fuentes:
(1)
Defensor de Granada 7-4-1886, p.1
(2)
Defensor de Granada 26-8-1894, pp.2 y
3
(3)
La Publicidad 14-7-1896, p.2
(4)
Defensor de Granada 29-12-1900, p.1 y
4-1-1901, p.1
(5)
Defensor de Granada 12-2-1925, p.1
(6)
Defensor de Granada 24-7-1934
(7)
EFE/ El Mundo 29-8-2013
Con tu permiso, Germán, un racimillo de uvas de Sorvilán para todo alpujarreño que lea este precioso artículo.
ResponderEliminarmaravillas que da la tierra
ResponderEliminarel autor, el pueblo, el tema y sobre todo la dulzura a la hora de contarlo
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