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sábado, 16 de noviembre de 2013

Desde Sorvilán, con un racimo de uvas


Germán Acosta Estévez
                
                                                                                    " ¡Qué tintada está la uvita,
                                                                                    negreando por los parrones,
                                                                                    así negrean tus ojos
                                                                                    golpeando los corazones ...!"

                                                                                                         Arturo Gatica


Los pueblos, aldeas y cortijadas de la Alpujarra son siempre una aventura por descubrir: sus calles, sus fuentes, sus paisajes, la gente y su intrahistoria constituyen una singularidad irrepetible e impagable. Sorvilán es uno de esos pueblos que no deja indiferente al caminante: con su abigarrado caserío blanco que quiere precipitarse entre almendros y viñedos, lo mismo que se precipitó la diáspora morisca derramando capullos de seda por las lomas, su pasaporte que, desde esa nueva frontera,” la costa de los piratas”, habría de llevarles en una galeota berberisca a un eterno exilio africano; un lugar, donde sus gentes humildes y laboriosas son amantes de lo cotidiano y de la tertulia cercana. Pero, sobre todo, Sorvilán es vino, o como lo siente mi amigo “Ozé”*: ” ese turbio líquido formado por el zumo de la uva, mezclado con el sudor de sus creadores, acompañado por el olor a membrillo, albaricoque y frutos silvestres que aún no se han descubierto, y con unas pocas de hierbas afrodisiacas que despiertan cuando la luna sueña y que de sus efectos sólo sabe ella…El ser que ha nacido con el hechizo de la luna de octubre es salvaje pero dócil, difícil de enjaular, imposible de controlar, valiente, sin temor al desprecio; fuerte pero dulce, cruel pero compasivo, implacable pero flexible, sádico pero piadoso, angelical pero demoniaco…Pero vendrán más lunas que lo seguirán embrujando aún más si cabe”. Y, para ser preso de tan incomparable disfrute, nada más auténtico que sus bodegas tradicionales, de sabios autores, entre la que destaca (permitidme la osadía) la regentada por la familia Viñolo Moreno: una institución por su autenticidad y porque allí el vino sabe realmente a Alpujarra.
   Es abril, y un viejo mulero ha abandonado momentáneamente la larga besana. Mientras la yunta apura el pienso de la sarrieta, él se afana en una pequeña olla desconchada llena de migas de pan un tanto revenidas, observando de forma distraída el verde mantel que forman los almendros con sus numerosos bodoques de allozas:” hogaño, el rabo en el puchero de San Antón ha dado buenos frutos”. A lo lejos, apenas se atisba la Rambla del Valenciano y las hoces que forman sus angosturas, en cuya antesala dormita caído el castillejo islámico; más cerca, entre los viñedos, un trance otrora sembrado de avena o cebada para las bestias le hace musitar para sus adentros: “ los niños de Sorvilán ya no guardarán más los pájaros”. Sabe bien que, muy pronto, por mayo, el pueblo olerá a choto y la plaza se llenará de armonía y regocijo compartido y, buscando en la memoria**, se avivará el recuerdo de aquellas fiestas y parrandas de antaño con sus dichos y chascarrillos, y aquellas coplas templadas por la guitarra de su poeta Manuel Jiménez. Por San Cayetano volverán los hijos del pueblo y lo harán despertar del letargo de un largo invierno, y se sucederán los abrazos y los saludos durante los paseos vespertinos desde la Plazuela al empalme de la carretera a Albuñol, o se llevará a los chiquillos al Mirador de la Cruz para que contemplen el mar. Y  entre farolillos de papel y banderitas multicolores la gente asomará a la plaza con sus mejores galas para el comienzo de la procesión; después, la banda de música se arrancará con un conocido pasodoble que las parejas más veteranas bailarán con auténtico y rancio temple antiguo. Días después, la niebla agostiza de la antigua pesquería moruna de Melicena, suave y azulada, se encarama por la Rambla de Santa Catalina  y se abre como en una copa entre el Barranco de los Álamos y el de Las Dehesillas hasta absorber los 343 años del rojo ladrillo de la torre de la iglesia, al tiempo que hace saltar las costuras del tafetán de los higos: mañana, con la fresca, vendrán recostados en el cenacho de esparto y arropados por su propia hoja.
Pero Sorvilán es también pueblo de noticias curiosas protagonizadas por sus vecinos, de diferente tono y estilo, que han ido salpicando las páginas de la prensa provincial durante más de dos siglos. Así, en abril de 1886(1), el antojo de una señora en estado de preñez le llevó a ofrecer dos mil  duros a quien le entregase un melón, rayado por fuera y verde por dentro. Algunos aspirantes al premio le respondieron de forma socarrona que no presentarían el melón hasta que no viesen las diez mil pesetas.                      
Este mismo vecindario será el que se amotine durante varios días del mes de julio de 1894(2) ante la visita de los cobradores de arbitrios, a los que acorralaron dos noches a fuego y pólvora, hasta reducirlos  y llevarlos a la cárcel local. Dos de ellos resultaron apaleados y los insurgentes recuperaron las 650 pesetas de los que habían pagado de forma voluntaria. Pretendían los recaudadores cobrar de golpe las gavelas del año en curso, (cuyo reparto se había hecho, como de costumbre, de forma arbitraria por el alcalde y los caciques locales) así como los tres ejercicios fiscales pendientes, paralizados a causa del expediente en marcha para el estudio de la bajada de la base imponible al filoxerarse los viñedos de la Alpujarra. El suceso terminó el día 25 de dicha fecha cuando la guardia civil los rescata y conduce a la cabeza del Partido Judicial; dos años más tarde(3), ante una ligera alteración del orden público por el abuso del impuesto de consumos y ante los rumores de que los sorvilaneros pretendían quemar el edificio dedicado al cobro de impuestos, el Gobernador Civil hizo desplazar al pueblo a la Guardia Civil de los puestos de Órgiva, Albuñol y Cádiar.- Cuando la justicia pierde el norte de la razón, aparece el diálogo de las armas.-
También la celebración de la llegada del siglo XX lleva a los sorvilaneros a seguir a su párroco, José Fernández Gómez, en una maratón religiosa y en la erección de una cruz de piedra en el sitio conocido entonces por la “Higuera del Moro”, que a partir de ese instante pasaba a denominarse “Loma de la Santa Cruz”(4). -Siempre es buen momento para dominar las conciencias y sacralizar los espacios.-
De sorprendente cabe, al  menos, calificar el pleno municipal extraordinario (5) convocado por su alcalde el 17 de enero de 1925.Ante la denostada imagen de Alfonso XIII, entre otros motivos, por la connivencia con la Dictadura Militar impuesta por Primo de Rivera, el “monterilla” de turno tuvo la genial ocurrencia de nombrar alcaldes honorarios al monarca y su esposa Victoria Eugenia.  Y  no satisfecho con esto, para el engrandecimiento y desarrollo de la comarca alpujarreña, propone suplicar al rey que el sucesor al trono llevase en lo sucesivo el título de “Príncipe de la Alpujarra”. ¿Se imaginan una hipotética visita del Jefe del Estado actual a Sorvilán diciendo aquello de: “me llena de orgullo y satisfacción…”? -En la Zalona las risas habrían sido hilarantes y descontroladas.
Ahora que tanto se estilan las Ferias de Muestras  y Exposiciones como mecanismo de atracción turística y motor de venta de productos típicos comarcales, recordar que fue este municipio durante las fiestas patronales de 1934 el que organizó  la primera exposición de productos alpujarreños(6) entre los que figuraban, cómo no, los renombrados vinos de este pueblo.
Y así, hasta que el 14 de junio de este mismo año el Patronato de la Alhambra daba cuenta de un hallazgo curioso y casi la totalidad de la  prensa nacional se hacía eco dos meses después de esa carta de amor de 1921 olvidada entre los restos de un artesonado mudéjar (7). Algunos vieron en la misiva de Pepe a su amada Emilia un episodio gracioso, comentado con cierto asombro y sorna; tan sólo llegaron a ver la simpleza y poco romanticismo de un tipo rústico de otra época; otros han especulado incluso con la posibilidad de que se tratase de activistas del anarquismo de la época. – No se habían enterado de nada. En realidad, nunca se enteran. El racimo de uvas que envía Pepe a su Emilia no es la contraseña que evitará cualquier sobresalto inesperado para poder continuar manteniendo ese romance oculto (hoy sabemos que ambos contrajeron matrimonio más tarde y que Pepe trabajó como conserje en la Casa de Castril, sede del Museo Arqueológico de la ciudad , donde estuvo custodiado el artesonado).-Habrá que buscar nuevas hipótesis-. Desde otra vertiente, con el racimo de uvas, el amante novio le ofrecía lo mejor que podía darle en ese momento del año: lo poco y lo más escogido de su exigua fortuna para su dama. Porque entre las gentes de estos lares de la Alpujarra es costumbre ancestral la ofrenda de lo mejor que da la tierra, en tiempo de recolecta, a la familia, a los compromisos: esos que el sorvilanero y el alpujarreño adquieren consigo mismos de por vida, e incluso se puede analizar como una muestra de humildad extrema, de apocamiento o de mansedumbre hacia los miembros más destacados de la comunidad: el maestro, el médico,…Ese racimito de uvas (seguramente dulces “tempranas” o “montúas”) son las que, en el vecino Rubite, se seleccionan en la propia viña y se les lleva a casa a los venerables de la familia, los mayores, como símbolo de cariño y respeto. Por eso, la próxima vez que vaya a verte no habrá flores. Como Pepe el de Sorvilán, te agasajaré con un racimito de uvas.




*Agradezco a Juan José Viñolo el haberme permitido leer su reflexión sobre la crisis y la luna de octubre, así como el facilitarme otros datos de interés para este trabajo.
**  Florentina Fernández Merlo y Andrés Viñolo Moreno: Buscando en la Memoria. Ayuntamiento de Sorvilán, 1999.
Fuentes:                                                                                                                                                                                                   
(1)                  Defensor de Granada 7-4-1886, p.1
(2)                  Defensor de Granada 26-8-1894, pp.2 y 3
(3)                  La Publicidad 14-7-1896, p.2
(4)                  Defensor de Granada 29-12-1900, p.1 y 4-1-1901, p.1
(5)                  Defensor de Granada 12-2-1925, p.1
(6)                  Defensor de Granada 24-7-1934
(7)                  EFE/ El Mundo 29-8-2013

3 comentarios:

  1. Con tu permiso, Germán, un racimillo de uvas de Sorvilán para todo alpujarreño que lea este precioso artículo.

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  2. el autor, el pueblo, el tema y sobre todo la dulzura a la hora de contarlo

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