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martes, 18 de febrero de 2014

¡MOROS EN LA COSTA!



Del dicho.
Quién no ha oído o dicho alguna vez: “Cuidado; que hay moros en la costa”. Una frase que expresa desconfianza por si nos oyen. Una actitud de elemental prudencia nos lleva a pronunciarla en muchas ocasiones de nuestra vida. Si estamos con un amigo en la calle parados, en franca conversación sobre los innumerables asuntos que solamente a nosotros nos atañen o que pueden ofender a terceros; miramos de reojo, y si vemos que se aproxima alguien del que estamos hablando, no precisamente bien, entonces advertimos. “Cuidado, que hay moros en la costa”. En un local público, donde según costumbre muy española hablamos a voces, no está de más que miremos a nuestro alrededor y aconsejemos: “Cuidado, que hay moros en la costa”. No es prudente hablar con descuido sin antes cerciorarnos de que no nos oyen ni nos pueden oír nuestros adversarios en ideas o los de la competencia. También cuando queremos dar una sorpresa agradable o gastar una broma y no queremos que se entere el destinatario. En todos los casos la popular frase viene a cuento.
Es evidente que trasciende su literalidad. No hablamos para nada de moros ni de ninguna costa. Este es precisamente el valor de los dichos; que han quedado gramaticalizados y ya no designan el suceso que le dio vida. Ahora sirven para describir situaciones u orientar conductas.
En la segunda parte de este artículo intentaremos buscar el origen y las circunstancias que lo hicieron posible.



Al hecho.
La relación entre ambas orillas del Mediterráneo, la africana y la europea, ha sido intensa durante la vieja historia de los pueblos asentados en sus playas y territorios cercanos. Moros o bereberes (de Berbería) formaron el grueso del ejército que pasó el Estrecho de Gibraltar al mando de árabes (de Arabia).
Con la cultura islámica enseñoreándose de ambas orillas en los siglos medievales, continuó el intercambio económico y cultural. Pero fue tras la conquista de Granada por los Reyes Católicos cuando surgió el popular dicho. Trasladada la “frontera interior” con el mundo musulmán a la costa, había que defenderse del enemigo que venía del mar. El problema se agudizó desde el momento en que Boabdil embarcó con su séquito en el puerto de Adra, aquel otoño de 1493; se hizo dramático durante el periodo morisco, prácticamente todo el XVI, y se prolongaron las incursiones de piratas en el XVII y aun el XVIII.
Durante más de un siglo la costa quedó poblada de baluartes defensivos: erigiendo castillos y restaurando torres vigías, las almenaras, desde donde se avisaban entre sí y con el interior por medio de humo o fuego. El grito de ¡Moros en la costa! saltaba de torre en torre y corría como la pólvora por barrancos y lomas hasta llegar a los más lejanos rincones de la comarca. Aún hoy se pueden contemplar los restos de aquella lucha secular: la costa alpujarreña fue una de las más castigadas. Desde el cabo Sacratif hasta Punta Entinas, considerados comúnmente como los límites costeros de la comarca, pueden rastrearse recintos fortificados o alcazabas: Castell de Ferro, Castillo de Baños, La Rábita, Adra, Guardias (Guardas) Viejas… y atalayas: La Mamola (o de Cautor), Melicena, Punta Negra (o del Puntalón), La Rábita, Huarea, Guainos…
La bibliografía es cuantiosa, pormenorizada. Citemos un caso entre cientos. En 1565, a las puertas de la rebelión morisca, Órgiva sufrió una incursión de piratas: saquearon el pueblo, se llevaron cautivos a 20 cristianos viejos, y 54 moriscos, paisanos del lugar, aprovecharon la ocasión para marchar con sus pertenencias allende el mar. Está documentado que, en muchos casos, los cristianos nuevos, o sea los moriscos, hacían de quinta columna pasando información al enemigo. De ahí el recelo entre habitantes de un mismo pueblo y el temor al moro, tomada esta palabra en sentido amplio. Y no sólo en la costa, sino también en el interior: Albuñol, Dalías, Lucainena… pasaron por idéntico o peor trance. “¡Cuidado! Que hay moros en la costa” fue el grito angustiado que se oyó, o susurró, en cualquier lugar. Hasta las paredes podían escuchar. Para nuestros antepasados alpujarreños, los de usted y los míos, la frase tuvo un sentido rigurosamente literal, con todo el dramatismo de aquellos tiempos inseguros.
Adra, por su puerto y situación estratégica, fue la población más castigada. En 1620 sufrió un saqueo devastador de los turcos. No quedó una casa libre, ni en el mismo recinto amurallado. De ahí que algún soldado con destino en el castillo prefiriera tener a su familia en la vecina Berja, lugar algo más seguro aunque no del todo.

Es posible que más de uno me censure el uso de la palabra “moro”. Aceptado la reconvención, permítaseme recordar al menos que “moro” designaba en su origen al habitante de la Mauretania Tingitana y la Mauretania Caesariense (norte de los actuales Marruecos y Argelia respectivamente), provincias del Imperio Romano, igual que “bético” al natural de la Bética, otra provincia romana; unas en África y otra en Hispania; a ambas orillas del Mare Nostrum Occidental. “Moro” procede de “mauro” (plural mauri), habitante de las Mauritanias andes dichas (paso de “au” a “o” en los idiomas romances; como “tauro”-“toro”). En terminología algo más culta, se habla de maurofilia y maurofobia, o de maurófilos y maurófobos. Y en esas andamos.
Así pues, había moros con anterioridad a las culturas cristiana y musulmana. Difícil lo van a tener los que quieran suprimir la popular (“polémica” dirían algunos) palabra que cuenta con unos dos mil años de vida, la cual anda a sus anchas por la literatura, la historia, el habla popular…
Procuraré eludirla, queridos paisanos. Aunque, qué quieren que les diga, me resulta un tanto violento pedir en el bar “un pincho magrebí”. Por supuesto, halal y que no sea de animal inmundo.
-Pues pida uno de tortilla española.
-Es que… a lo mejor… eso de “tortilla española” tampoco está bien dicho. ¿Usted no cree más adecuado “tortilla estatal”? Yo lo decía mayormente por no molestar. Y si es por escrito también me asaltan las dudas: ¿pincho o pintxo?, ¿española o espagnola?
-Mejor que se quede en casa, y allí, en la intimidad del hogar, se prepare lo que le apetezca. Eso sí: sea discreto, cierre las ventanas y hable quedo. Nunca se sabe. ¡Cuidado! Que puede haber moros en la costa.

                                                                                                 Francisco Alcázar


Nota: A este artículo, si es acogido aceptablemente por los amables lectores de la Casa de la Alpujarra, podría seguirle alguno más de parecidas características. Dichos que tuvieron su origen en nuestra tierra. O de fuera, pero tan bien aclimatados al terruño que merecen nuestra atención. El saber popular plasmado en sentencias es un camino, entre otros, de acercarnos a la realidad de un pueblo, en este caso de nuestra comarca.

1 comentario:

  1. Será siempre un placer disfrutar de las cosas de nuestra tierra fundamentadas y con elegancia.Eso es lo que necesitamos y queremos en este espacio. Gracias, Paco. Ojalá tengamos más regalos como este.

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