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lunes, 2 de marzo de 2015

Henri Bosco







Francisco Gil Craviotto


Henri Bosco, el escritor francés, está emparentado con el fundador de los salesianos, San Juan Bosco. Nuestro escritor, hijo del tenor Bosco, nace en Avignon en 1888. Tras una juventud marcada por la I Guerra Mundial, se dedicó a la enseñanza, comenzando sus publicaciones en los años veinte. Falleció en 1976. Tenía 88 años.

De la numerosa producción de Henri Bosco -más de treinta títulos, he tomado el libro “L ́enfant et la rivière”. (El niño y el río). Una mezcla de recuerdos de infancia, canto a la naturaleza y continuado lirismo. Una auténtica joya para los gustadores de este tipo de literatura. Los vagabundeos de un niño por las inmediaciones de un río nos van abriendo la puerta de un escondido paraíso. Con inteligencia el autor calla el nombre del río, con lo cual este canto se convierte en el homenaje y canto a todos los ríos. Desde el comienzo la llamada de la naturaleza, a través de la insinuante vereda, seduce y atrapa al lector. Traduzco:
“Los pequeños caminos me atraían especialmente. “¡Ven! ¿Me dejas que te lleve algunos pasos más allá? La primera curva no queda muy lejos. Te puedes parar junto aquellos majuelos”. Estas llamadas me hacían perder la cabeza. Una vez lanzado por estos senderos que serpenteaban entre setos cargados de pájaros y
bayas azules, ¿podía yo pararme? “

El camino lleva al río y el río, con todo su acompañamiento –árboles, pájaros, insectos flores y, al anochecer, estrellas--, desde el comienzo, se convierte en la encarnación de todo lo bello y cargado de misterio. Un instante de escalofrío recorre el libro:
“Sentí miedo. El lugar estaba solitario y salvaje. Se oía el rugir de las aguas. ¿Quién andaba en la ensenada oculta, en esta playa secreta? En frente, la isla continuaba silenciosa. Su aspecto parecía amenazante. Yo me sentía solo, débil, expuesto. Pero no podía marcharme. Una fuerza misteriosa me retenía en esta soledad...”

¿Habrá necesidad de algo más para atrapar al lector? Gracias a una barca abandonada el protagonista logra llegar hasta la isla. Pero, ay, la falta de pericia del niño hace que ésta termine destrozada. ¿Tendrá que quedarse para siempre en la isla?
“Salté a tierra y lloré. Fue entonces cuando comprendí mi situación: doscientos metros de agua profunda me separaban de mi ribera, la ribera de las tierras habitadas,”

Pasan las horas y llega la noche. Una noche inmensa que se refleja misteriosa en la profundidad de las aguas. El niño encuentra a otro niño y ambos, comienzan a vivir la aventura más importante de sus vidas. Tras la noche, luce la aurora de
un nuevo día. Ninguno de los dos sabe las sorpresas que el amanecer les va a traer.
“Cuando abrí los ojos la aurora se insinuaba. Primero vi el cielo. Un cielo gris y malva y sólo sobre el filo de una nube muy alta, aparecía un poco rosa. El viento tejía, más arriba aún, otras nubes...

Una hermosa descripción del río en el inicio de la mañana, cuando con las primeras luces del amanecer, se va despertando toda la naturaleza: flores, pájaros, ranas, insectos... Páginas cargadas de amor a la tierra y a todos sus pobladores. Hay momentos que el relato rezuma un panteísmo que recuerda a
nuestro Juan Ramón Jiménez.

Me quedo con este delicioso nocturno.
“Multitud de ranas croaban salvajemente. No lejos de nosotros, cantaba una dulce tribu de sapos. Por todas partes, plantas y aguas, ríos y árboles, a la caída de la noche, se animaban de una vida confusa y misteriosa. Un pato chapoteaba entre los juncos; una lechuza maullaba en un álamo negro; un tejón excavaba en
un matorral..."

Un mundo maravilloso vedado al hombre del asfalto. Honor y gloria al escritor que ha sabido cantarlo como nadie. Lamentable que no esté traducido al español.


Este artículo se ha publicado en el "Faro de Ceuta", el pasado día 22 de febrero.

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