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viernes, 26 de agosto de 2016

Dios habita en la izquierda



Yo siempre he oído que Díos está en todas partes. Sin embargo acabo de leer el comentario que uno de nuestros periodícos nacionales hace de un libro de V. S. Ramachandra en el que dice que Dios “vive” en el lobulo temporal izquierdo de nuestro cerebro, un poco por encima de la oreja izquierda. Por lo que entiendo de este artículo lo que quiere decir el autor en su obra (Phantoms in the brain. Ediciones William Morrow. Nueva York) es que en esa masa blanducha, grasienta y grisácea de nuestro cerebro, en ese grumo de materia semejante al queso de untar es donde reside la idea de Dios.
Así me explico yo los dos extremos, lo de los místicos y los indiferentes. Idea débil en estos, tal vez porque su cerebro dormita, y fuerte en los primeros dónde la divinidad palpita con virulenta actividad. Y entre ellos el resto de los mortales donde la medimos en una escala continua, en la que nuestra posición está en función de la actividad cerebral de nuestra parte izquierda, en relación a las manchas verdes que tiene nuestro queso cerebral.
Esto se afima sobre la base de unos estudios neurológicos que se vienen desarrollando desde hace años. Como ejemplo, cita como algo incuestionable que en determinados casos de epilepsia, los ataques se originan justo en ese lado del cerebro, y que pueden, en determinados casos, esperimentar visiones místicas durante sus crisis. Deslumbramientos divinos como muchos lo han considerado al hablar de los mismo. Sugiere, que esas sacudidas electrodivinas pueden cambiar el comportamiento del individuo de por vida, hasta el punto de que se habla de la “personalidad del lóbulo temporal” en esos enfermos, que consistiría, más o menos, en la falta del sentido de humor, exhacerbación de las emociones, tendencia a otorgarle un sentido cósmico a las cosas, incluso a las más menudas de las nimiedades, egolatría y obsesivo interés por los temas filosóficos, religiosos y morales.
Por supuesto este diagnóstico difiere mucho en diferentes pacientes, pero en sus grados más altos no cabe duda de que es el retrato de un fanático. Pensando en esto me imagíno a ciertos individuos que no quiero nombrar con sus cabezas iluminadas por el resplandor que produce, en las noches de verano, ese chisporroteo de las tormentas neuronales debido a la fermentación incesante de su lóbulo temporal.
Con el mismo argumento pienso en esa gente maravillosa que la iglesia se ha encargado de mostrarnos, como Santa Teresa o San Pablo, porque el cerebro es una máquina prodigiosa que lo mismo que es capaz de producir monstruos, realiza divinidades y ensueños. Todos hemos leído que estos dos santos, como tantos otros, vieron la luz divina que todo lo ilumina, Santa Teresa en su enfermedad, y San Pablo cuando se cayó del mulo, momento en el que seguramente se atizó un golpetazo en la sien izquierda que le llevó a su conversión tras esa repentina visión. En el santoral podemos encontrar numerosos ejemplos de Santos donde el punto de inflexión de sus vidas viene motivado por visiones repentinas más o menos comprensibles, pero entre ellos destacan claramente los místicos que serían los campeones de estas ensoñaciones que sólo con la fe se entienden.
En este estudio, una de la pruebas realizada es la presentación de diversas imágenes como fotos familiares, imágenes de objetos neutros como una silla, fotos eróticas, escenas de gran violencia, imágenes sagradas. Las peronas no afectadas “normales” se activaban emocionalmente con las fotos familiares y eróticas y se disparaban o alteraban con las imágenes de violencia. Los pacientes sólo monstraban emoción ante los símbolos sagrados. Así que me lleva a pensar que algunos “santones” pueden haber sido enfermos cerebrales capaces de ignorar el dolor del ser humano, pero que se ponen a levitar con la simple visión de una cruz.
Puede que el Mal sea ese dios enfermo y lesionado que llevamos en el interior de nuestro cráneo. Esa enorme mancha verde de queso con la que untamos nuestro pensamiento.

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