En 1977, en mi primer año de trabajo, hice el COU por la noche en el "Jorge Manrique" de Palencia; hoy, precisamente hoy que pensaba recordarlo de alguna manera, me he tropezado con un largo trabajo que hice sobre el poeta que me ha sorprendido al recordarlo.
Debajo pongo un comentario sobre la Casida de los ramos, parte del trabajo, que habla sobre la muerte, cuestión que preocupaba al poeta en los comienzos de ese triste verano del 36 y que, a pesar de mi juventud, también me preocupa. Añado una imagen sobre el nacionalismo sacada de la red, otra cuestión que me mueve, y no quisiera que así fuese.
En la "Casida de los ramos", escrita en los días de la persecución, muy pocos antes de su muerte, expresa la sensación de quien se haya en estado de declive psicofísico que preludia el fatal desenlace:
Por las arboledas del Tamarit
han venido los perros de plomo
a esperar que se caigan los ramos,
a esperar que se quiebren ellos solos.
El Tamarit tiene un manzano
con una manzana de sollozos.
un ruiseñor apaga los suspiros,
y un faisán los ahuyenta por el polvo.
Pero los ramos son alegres,
pero los ramos son como nosotros.
No piensan en la lluvia y se han dormido,
como si fueran árboles, de pronto.
Sentados con el agua en las rodillas
dos valles aguardaban al Otoño.
La penumbra con paso de elefante
empujaba las ramas y los troncos.
Por las arboledas del Tamarit
hay muchos niños de velado rostro
a esperar que se caigan mis ramos,
a esperar que se quiebren ellos solos.
En la huerta del Tamarit el poeta vive el final de un verano que comenzó brillante y que se torna muy negro, el otoño se adelanta. Las umbrías arboledas se encuentran expuestas al fuerte viento y a las lluvias torrenciales que traerán la llegada del otoño. Estos presagios se materializan en "unos perros de plomo" y después en un grupo muy numeroso de niños anónimos e impasibles ("niños de velado rostro"). Una manzana que pende del manzano -símbolo de la vida enamorada- contiene en su carne prieta todo un futuro de sollozos. Un ruiseñor -ave del amor- reúne para perpetuarlos los suspiros del enamorado, pero un faisán -representación del desdén vanidoso- los va relegando al olvido ("los ahuyenta por el polvo"). En todo el ambiente se respira un presagio de muerte. Incluso los valles ("con el agua en las rodillas") aguardan las inundaciones que producirán los aguaceros otoñales. Bastará un viento ligero para que "se caigan los ramos". No pensando en su fragilidad se han dormido "como si fueran árboles", esto es, como si fueran lo bastante fuertes como para no quebrarse a la menor embestida. El elefante -atinada concreción de lo gigantesco en cuanto antítesis de todo lo frágil y diminuto- es introducido para designar metafóricamente el avance arrollador de las sombras a la caída del sol. Ahora no es ya la indefensión de los ramos vegetales cuya caída está próxima lo que congrega y atrae las miradas de los seres hostiles (perros y niños) que andan al acecho. Esta debilidad que amenaza ruina es la del propio poeta. Imperceptiblemente se ha trasladado a su cuerpo y a su alma la amenaza que se cierne sobre la fragilidad del mundo que le rodea.
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