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jueves, 12 de febrero de 2015

María República, de Gómez Arcos

FRANCISCO GIL CRAVIOTTO

María República, de Gómez Arcos.

Gómez Arcos sitúa su novela en España, hacia finales de los años cincuenta del pasado siglo.



      Entre las diversas novelas que el escritor almeriense Agustín Gómez Arcos (Enix, Almería, 1933; París, 1996) nos ha dejado, ocupa un lugar importante “María República”, publicada en francés en 1976 por la editorial Stock de París y traducida al español, treinta y ocho años después por Adoración Elvira Rodríguez para la editorial Cabaret Voltaire de Barcelona que la publicó en 2014. La edición que yo tengo y voy a comentar es la francesa de la editorial Seuil de 1983. Antes de entrar en la novela llama la atención la dedicatoria: “A la tercera República española, que nacerá un día incluso si tiene que nacer del fuego”.
      María República es la historia de una puta y un convento de monjas, contada por un escritor que, dada su condición de homosexual y ateo, no debió visitar demasiado ni a las putas ni a las monjas. Pero estas deficiencias en el conocimiento de los conventos, las suple muy bien nuestro autor echando mano a los grandes hallazgos literarios del pasado siglo: surrealismo, realismo mágico y esperpento. A estos elementos habría que añadir un abundante reguero de ironía, especialmente volteriana, presente en muchas páginas del libro. El resultado de tal amalgama es una obra iconoclasta, demoledora, subversiva, atea e imposible de clasificar. También una auténtica delicia para los gustadores de una literatura “engagé” y fuera de los caminos trillados. Pero estas virtudes literarias no nos permiten omitir un defecto que también aparece en otras obras de Agustín Gómez Arcos: a veces, lleva la situación tan al límite, que roza lo inverosímil. Valga de ejemplo, en este caso cuando, después de decirnos que la madre superiora del convento vive rodeada del más exquisito lujo, y, poco después, añade que a su reverencia no le queda ni un solo diente y en la cocina del convento tienen que prepararle todos los días comidas que no necesiten masticación. En seguida surge en el lector la pregunta: ¿Cómo a una señora con tantos medios a su alcance, no se le ha ocurrido ir al dentista y que le implanten una dentadura postiza? La explicación es que nuestro autor necesitaba rizar el rizo del esperpento y, para eso, la vieja iba mejor desdentada que con dientes. No es el único caso que encontrará el lector en el libro.
      Gómez Arcos sitúa su novela en España, hacia finales de los años cincuenta del pasado siglo. Corresponde a la cúspide del llamado nacionalcatolicismo, en el que tanto el régimen franquista como la Iglesia, siempre en íntima connivencia, hicieron todo cuanto estuvo en sus manos para aplastar todas las libertades que en sus breves cinco años de existencia había instaurado la Segunda República en España. Agustín Gómez Arcos conocía todos los entresijos de la época porque fue una de las víctimas de la represión de aquel régimen nefando, nacido de un golpe de Estado que derivó en guerra civil y, por último, en cruel dictadura. Precisamente, si la mayor parte de la obra literaria de Gómez Arcos está en lengua francesa, se debe a que, en 1966, hostigado por el régimen, especialmente por el ministro Fraga Iribarne, tuvo que marcharse de España y, tras unos  meses en Londres, se instaló en París.
      La novela arranca con la entrada de María en el convento un día de agosto de uno de aquellos años de triunfalismo, clerecía y hambre. No se nos dice la fecha, pero el escritor sí precisa que es a raíz de la ley franquista que prohíbe el ejercicio de la prostitución en España, cuando María, ante las dificultades para ejercer su profesión, decidió cambiar la cama por el convento. Llama poderosamente la atención en estas primeras páginas de la novela el sistema de presentación de los personajes que llegan en coche al convento: el chófer, anónimo, doña Eloísa, burguesa, don Modesto, cura, y María, puta. Ha bastado la indicación de la profesión o condición social de cada personaje para que el lector quede informado de quiénes son los que llegan. Poco después conoceremos a otros personajes –la novicia Rosa y la superiora del convento-, y a dos animales que también tienen su importancia en el drama que se nos anuncia: el canario enjaulado que canta y el gato persa que vaga por los sillones de la reverenda madre superiora del convento, antigua duquesa metida a monja. ¿No simbolizará el primero la ausencia de libertad y el segundo el lujo y la molicie? Es páginas adelante cuando vamos conociendo el convento por dentro y también todas sus lacras y mezquindades. A María le han encomendado la tarea menos grata de todo el convento: la limpieza de todos los excusados y bacinas de la casa. Sólo hay una excepción: las habitaciones que ocupa la reverendísima madre superiora, que corren a cargo de la novicia Rosa. Pero la tisis que padece Rosa un día se agrava –morirá algunas páginas después- y María tiene que limpiar también las habitaciones de la duquesa-monja. Fue así como María descubrió que la reverendísima madre superiora estaba tomando las mismas pastillas rojas que a ella le había recetado el médico para la sífilis. Dicho con otras palabras: las dos eran sifilíticas. Sin embargo, había una gran diferencia entre ambas sífilis: la de María era fruto del pecado y la de la madre superiora procedía de sus deberes de esposa, la triste herencia que, antes de morir, le había dejado el señor duque.
      Enredado a todo esto el lector va conociendo el pasado de María República: la detención de sus padres a raíz de la victoria de los fascistas, el fusilamiento de ambos por rojos y come curas en octubre de 1939, su infancia de hambre y piojos, su intento de salvar a su hermano Modesto, entonces un bebé, que al fin terminó en manos de su tía Eloísa que, como buena beata, lo entregó a la Iglesia y ahora es un joven sacerdote, su violación por el alguacil pregonero municipal cuando apenas tenía doce años y, para que nada falte, su bautismo forzado en la iglesia del pueblo. El autor se lo recuerda así a María. Traduzco:
     Un día el alcalde ordenará que te arrastren cogida por el cuello hasta la iglesia donde, en presencia del secretario del ayuntamiento y de otros diez testigos fascistas y católicos, el cura te bautiza María Gómez Arcos. Tú, que por la voluntad revolucionaria de tus padres, aún te llamabas ayer María República Gómez Arcos. En la tumba de tu cabeza, donde dos incendiarios de iglesias reposan, ahora entierras un nuevo cadáver: República.
      Es en este momento, al contemplar el bautizo forzado de María República, convertida por la voluntad del alcalde, del cura y diez testigos fascistas en María a secas, pero con los mismos apellidos del escritor, cuando comprendemos en toda su magnitud el asombroso calado de la obra que, sobrepasando los límites de la simple novela, se convierte a los ojos del lector en relato de vida y muerte contemplado por los ojos atónitos de un niño que quedaría marcado para siempre. También es ahora, al avanzar en la lectura, cuando conocemos un poco mejor el pasado de la reverenda duquesa madre superiora, y empezamos a tener conciencia del drama que se avecina. La noble señora, aunque no sabe qué mujer fue la que le trasmitió a su esposo la sífilis, que a su vez él le contagió a ella la noche de bodas, tiene el sentimiento que fue una puta y esta simple sospecha hace que, desde ese día, sienta hacia ellas un exacerbado odio imposible de contener. Ahora tiene a su alcance a una puta, roja para mayor inquina, y sobre ella van a caer todos los dardos de su refinada y santa venganza. Pero María, tras veinte años de ejercicio de la prostitución, llega curtida en el odio. Su especialidad había sido precisamente trasmitir la sífilis que ella padecía y no quiso curar a todos los jerarcas del régimen que pasaban por el prostíbulo y hacían escala en su cama.
      El horror que nos va describiendo Agustín Gómez Arcos, en el que no faltan los fusilamientos al comienzo de la mañana, no le impide a nuestro autor, aquí y allá, dejarnos un grano  de humor. Tal es el caso, por ejemplo, cuando María, al rememorar su pasado en el burdel, recuerda a cierta colega, amante de un canónigo de la catedral. La buena mujer se quedó en cinta y tuvo la suerte de parir la noche del 24 de diciembre. Esta coincidencia la llevó a pensar que su hijo era una nueva encarnación de Jesús. Pero es en el uso y acaso abuso de la ironía donde el escritor almeriense nos deja sus mejores páginas. Las dos confesiones de María, indispensables para iniciar su vida de novicia, son obras maestras del género. El retrato de los personajes es también todo un modelo de literatura esperpéntica. Valga de ejemplo éste de la madre superiora del convento. Traduzco:
      La madre superiora, iceberg reumático, espera rígida delante del altar, la boca aún sucia de champán y fresas, con una aureola de moscas y microbios, recogidos en el pasadizo secreto que lleva de sus habitaciones a la capilla, dédalo jalonado de antiguas tumbas de monjas aristocráticas. 
      Al final, el drama que ya se veía venir, tiene lugar, pero no vamos a contar aquí lo que sucede. Es algo que el futuro lector debe descubrir por sí mismo. Lo único que sí voy a adelantar es que, antes de poner el punto final, Agustín Gómez Arcos tuvo tiempo de dar libertad al personaje más pequeño y simbólico de toda la novela: el canario que, después de abandonar la jaula, toma vuelo por encima de los tejados del convento. Todo un símbolo, sobre todo si tenemos en cuenta la época en la que transcurre la novela.

1 comentario:

  1. Sinopsis de María República.
    María, la hermosa, la audaz María República, perdió a sus padres, fusilados en 1939. La guerra civil puso fin a toda una vida de esperanza, empujándola a ejercer la prostitución en un burdel barcelonés. Su tía, doña Eloísa-burguesa, amparándose en la ley de rehabilitación social, la encierra en un convento de clausura para regenerarla. Convento delirante, fruto de la magistral imaginación del autor, donde gobierna una jerarquía esperpéntica y terrorífica. La Madre Superiora, una hedionda duquesa artrítica está empeñada en hacer de María su digna sucesora.
    Novela dura, en la que imperan la sordidez y la repulsión; pero la poesía de Gómez Arcos, latente en toda la obra, consigue el milagro de equilibrar tanta violencia y horror.

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