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jueves, 4 de febrero de 2016

¿Quién le ha dicho a Carmena que Calvo Sotelo era franquista?


Una de las primeras medidas del Ayuntamiento Madrid ha sido la de cambiar el nombre franquista de treinta calles de la capital. No soy un erudito de la historia, simplemente he leído algunos libros que por aficción a nuestro pasado han caido en mis manos. He de añadir que antes de avivar el enfrentamiento de las dos españas estoy por eso tan ñoño de la reconciliación. Admito que se pueden realizar algunos cambios en aquellos personajes que por sus hechos se significaron de una forma especialmente violenta y sólo justificable desde la optica del odio y la guerra. Ahora, en febrero de 2016, lo que me ha sorprendido es ver que en el moderno y progresista Ayuntamiento de Madrid, consideran a José Calvo Sotelo un franquista.
Calvo Sotelo es claramente un político de derechas, pero lo era antes que franco fuese conocido y le asesinaron días antes de que Franco cruzara el estrecho, cuando éste era un militar preocupado por su carrera que nadaba entre dos aguas, tanto que, en esos días, concretamente el 23 de junio, unos veinte días antes del asesinato, escribe al Presidente del Gobierno con calculada ambigüedad, ofreciendose para calmar «el grave estado de inquietud» del ejército, que crecía día a día debido a malentendidos y desencuentros con el gobierno.
Calvo Sotelo murió asesinado el 13 de julio de 1936, antes del alzamiento, por lo tanto no pudo ser Franquista.

 Así relata el historiador Juan Eslava Galán, en “Una historia de España que no va a gustar a nadie”, lo sucedido alquel fatíco mes de junio del 36:

“En la calle de Augusto Figueroa, el teniente de la Guardia de Asalto José Castillo se despide de su mujer, Consuelo Morales, y sale de su domicilio para dirigirse al cuartel de Pontejos, junto a la Puerta del Sol, donde instruye a las jóvenes milicias socialistas. Cuando Castillo alcanza la esquina de la calle de Fuencarral alguien dice a su espalda: «¡Ese es...!» El pistolero falangista Alfonso Gómez Cobián dispara sobre el teniente su pistola ametralladora. Herido de muerte, Castillo se agarra al transeúnte Fernando Cruz y lo arrastra en su caída. Mientras Cruz busca a tientas las gafas que ha perdido escucha murmurar a Castillo: «¡Mi mujer! ¡Llevadme con mi mujer!» En un taxi trasladan a Castillo al equipo quirúrgico de la calle de la Ternera, donde certifican su muerte. Una de las balas se le ha alojado en el corazón.
La capilla ardiente del teniente se instala en la Dirección General de Seguridad. Al pie de féretro, la joven viuda llora desconsoladamente. No hacía ni dos meses que se habían casado.A escasos metros, en el cuarto de banderas del cuartel de Pontejos, algunos compañeros y correligionarios del finado se conjuran para asesinar a algún significado derechista esa misma noche. A las órdenes de Fernando Condes, capitán de la Guardia que viste de paisano, sacan del garaje la camioneta número 17. El guardia Orencio Bayo la conduce a través de las calles animadas de paseantes. La víctima designada es el líder monárquico Goicoechea, pero no lo encuentran en su casa. Entonces se dirigen al domicilio del líder derechista Gil-Robles. También está ausente.
Cuando transitan por la calle de Velázquez, uno de los guardias recuerda que allí cerca vive Calvo Sotelo. Aparcan la camioneta junto a la acera, en el número 89. En el portal, una pareja de policías monta guardia. En, el cuarto piso viven Calvo Sotelo, su mujer, Enriqueta Grondona, sus hijos, dos chicos y dos chicas de edades comprendidas entre los nueve y los catorce años, la institutriz francesa Renée Pelus, la cocinera, la doncella y un mandadero. Después de escuchar la retransmisión radiofónica de La Bohéme, Calvo Sotelo y su esposa se han retirado a su alcoba. El capitán Condes se identifica ante los guardias del portal.
—Sin novedad en el servicio, mi capitán —saluda el guardia más viejo. Condes y sus acompañantes, los guardias José del Rey, Victoriano Cuenca y otros dos de uniforme, suben al piso del político. Condes pulsa el timbre. La doncella abre la puerta.
—¿El diputado Calvo Sotelo?
—El señor está durmiendo.
—Pues despiértele. Venimos a hacer un registro de parte de la Dirección
General de Seguridad.
Las criadas lo despiertan. Calvo Sotelo se pone un batín negro sobre el pijama y sale al recibidor. El capitán Condes le muestra el carnet que lo acredita como capitán de la Guardia Civil.
—¿Un registro a estas horas? —se extraña el político—. En fin, permítanme que prevenga a mi mujer para que no se alarme. Calvo Sotelo se asoma al balcón del comedor y pregunta a los guardias de la calle si realmente es la policía la que está a su puerta. Los guardias se lo confirman. Ve, además, la camioneta de la Guardia de Asalto. Los guardias registran someramente el piso.
—Tiene que acompañarnos a la Dirección General de Seguridad —le advierte Condes.
—Eso ya no —se resiste Calvo Sotelo—. Ningún ciudadano puede ser detenido sin una orden de la autoridad competente; pero yo, además, gozo de inmunidad parlamentaria como diputado. Para detenerme es necesario que un juez pida un suplicatorio a las Cortes y que éstas lo concedan. Calvo Sotelo intenta utilizar el teléfono, pero un guardia arranca el cable de un tirón. Se terminaron las contemplaciones. Calvo Sotelo comprende. Se deja conducir al dormitorio y se pone ropa de calle. A todo trance quiere alejar a aquella gente de su familia.
Escoltado por los guardias, el diputado sale a la calle. Antes de subir a la camioneta dice adiós con la mano a su esposa, que presencia la escena desde un balcón. Después se sienta donde le indican, en el tercer banco del vehículo, entre dos guardias. Condes se acomoda junto al conductor y le ordena:
—¡A la Dirección General de Seguridad!
En el cruce de la calle de Ayala, el pistolero Victoriano Cuenca, que se ha situado detrás de Calvo Sotelo, empuña su pistola Astra del 9 largo y le descerraja un tiro en la nuca. Cae Calvo Sotelo hacia la derecha. El pistolero se inclina sobre él y le dispara una segunda bala.
—¿Eso ha sido un tiro? —inquiere el conductor.
Los otros guardan silencio.
—Ahora, al cementerio del Este —ordena Condes.
En el camposanto, los asesinos entregan el cadáver a dos vigilantes del cementerio.
—Lo hemos encontrado en la calle.
Mientras tanto, la familia del secuestrado está telefoneando a amigos y correligionarios para denunciar la detención del líder. En la Dirección General de Seguridad niegan haber enviado a un piquete de guardias para detenerlo. Pasan todavía unas horas antes de que se esclarezca lo ocurrido. Finalmente se divulga la noticia: han asesinado a Calvo Sotelo.
—Este atentado significa la guerra —comenta desolado Martínez Barrio.”

Paul Preston, en su libro “El holocausto español” comenta lo siguiente referido a este episodio:

“Tras el asesinato de Faraudo, la petición de las represalias se había acallado, pero cuando mataron a Castillo, varios guardias de asalto del cuartel de Pontejos, ubicado justo detrás de la Dirección General de Seguridad, se mostraron decididos a vengar a su compañero. Los acompañó quien fuera amigo íntimo tanto de Faraudo como de Castillo, el capitán Francisco Condés García, uno de los pocos socialistas que había en el cuerpo de la Guardia Civil. Calvo Sotelo fue detenido en su domicilio. A pesar de que la intención de Condés era llevar al líder monárquico a la Dirección General de Seguridad, poco después de que subiera a la camioneta, uno de los guardias de asalto le disparó. Llevaron su cuerpo al cementerio municipal, donde no sería descubierto hasta la mañana siguiente. La muerte causó gran consternación entre los dirigentes republicanos y socialistas, y las autoridades emprendieron inmediatamente una investigación a fondo. Para la derecha, sin embargo, fue la oportunidad de poner en marcha los preparativos para el tanto tiempo acariciado golpe de Estado.”

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