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sábado, 24 de octubre de 2015

Puentedura por Francisco Gil Craviotto



Hay preguntas que merecen pasar a la Historia y la del concejal de IU, Francisco Puentedura, al alcalde de Granada, don José Torres Hurtado, es una de ellas. Pero, antes de traer a la palestra la pregunta del concejal, me parece indispensable poner al lector al corriente del tema. Se trata de un viejo rito o ceremonia que, desde tiempos inmemoriales, -trescientos treinta y cinco años, precisa el periódico Ideal del pasado día 3 de octubre-, se viene repitiendo en Granada: todos los años, con la excepción del paréntesis de la República, el alcalde, rodeado de la corporación municipal, renueva el voto de la ciudad al Cristo de San Agustín y, posteriormente, ya en diciembre, a la Virgen de las Angustias para que entre ambos libren a Granada de terremotos e incendios. La última rememoración de tal voto tuvo lugar el pasado 14 de septiembre y la prensa del día siguiente dio cumplida información de acto. Ha sido precisamente a raíz de esta solemne ceremonia cuando ha surgido la pregunta del concejal Puentedura. Dice así:

«¿Qué datos técnicos tiene el Ayuntamiento de Granada de reducción de movimientos sísmicos e incendios en la ciudad desde que, todos los años, la corporación municipal renueva su voto con el Cristo de San Agustín para que nos proteja de los incendios y con la Virgen de las Angustias para que nos proteja de los terremotos?».

Imagino que, mientras yo escribo este artículo, los servicios técnicos del Ayuntamiento de Granada estarán redactando un descomunal y sesudo informe en el que nos darán cuenta de todos los terremotos e incendios que, gracias a las mencionadas imágenes, han pasado de largo por nuestra querida ciudad sin herirla ni mancillarla. Puentedura se va a quedar de piedra cuando le entreguen
y lea el informe de los técnicos municipales que ahora estarán preparando. Seguro que se va a encontrar frases como ésta o incluso más contundentes que ésta: “En la fecha tal, del año tal, Granada habría sufrido un descomunal terremoto de equis grados en la escala Richter, de no haber sido por la oportuna y rápida intervención del Cristo de San Agustín y de la Virgen de las Angustias, que tuvieron el acierto de enviar el terremoto a una zona deshabitada o habitada por no creyentes”. Tres líneas más abajo encontrará todos los pormenores de un terrible incendio que iba a tener lugar en Granada y, gracias a la intervención divina, se fue con la música a otra parte. Así páginas y páginas hasta el final del informe.

Pero no queda ahí la intervención del Cristo de San Agustín y de la Virgen de las Angustias. Puedo dar fe de otro caso de auxilio de la Virgen de las Angustias tan sorprendente como todos los anteriores, acaso más. Hace cuestión de quince o veinte días asistí en la Escuela Superior de Arquitectura de nuestra ciudad a un acto pseudocultural que organizaba la asociación “Granada siempre”, en el que hubo entrega de premios, pregones -dos pregones-, canciones y reunión de la élite más distinguida y fervorosa de Granada. La verdad es que, ante tan devota y selecta gente, yo me sentía algo peor que gallo en corral ajeno; pero, cuando quise darme cuenta de la situación, vi que, para escapar, habría tenido que levantar a media fila de butacas. Decidí echarle valor al toro y aguantar discursos, sermones, arengas, ditirambos y lo que me echaran sobre las espaldas. Fue así como me tragué los dos sermones o pregones de dos eminentes lumbreras de las letras granadinas, cuyos nombres lamento haber olvidado. Creo que fue en el segundo pregón-sermón cuando oí la frase que jamás podré olvidar y que reproduzco a continuación: “Si el Granada aún continúa en primera se lo debe a la Virgen de las Angustias, que a finales de la pasada temporada, tuvo que echarle una mano para que no pasara a segunda”
. Así de claro y contundente, amigo lector. No vi a mi alrededor ninguna risa ni sonrisa y tuve que hacer grandes esfuerzos para ahogar mi movimiento de labios que, a pesar de la solemnidad del acto, querían irónicamente sonreír. Fue de esta original manera cómo supe que la Virgen de las Angustias, además de librarnos de incendios y terremotos, también protege al Granada C. F. y, gracias
a su enorme poder, evita que descienda a segunda. Un detalle que toda la afición granadina debería agradecer. A mí el fútbol ni fu ni fa -ni siquiera he ido a un solo partido y opino que el honor de cualquier ciudad no está en las botas de sus futboleros-, así que dejo la meditación sobre el tema a los expertos en la materia.

La memoria me llevó a otro acto parecido ocurrido muchos años atrás, tantos que yo era niño. En este caso la protagonista era la Virgen de Fátima que, en un largo periplo por la Alpujarra, visitaba aquel verano mi pueblo. Todos los vecinos de la aldea fuimos hasta el límite del término municipal y allí esperamos que llegara la Virgen procedente del pueblo vecino, que había visitado el día antes. En cuanto apareció -venía en un camión cubierto de hiedras y flores- el cacique de mi pueblo subió a una terrera y desde allí nos endilgó un florido discurso sobre la envidia que los extranjeros sienten hacia España. Era un tema que ya lo había sacado a relucir en otras ocasiones, -“Nos envidian porque ellos, ¡pobrecillos!, no tienen ni Cruzada, ni Caudillo, ni Falange”-, pero esta vez esgrimió a los cuatro vientos un argumento nuevo y convincente: “¡Ni Virgen de Fátima!”. Un nutrido aplauso puso final a sus palabras, pero a mi vera oí a un cortijero que le decía a otro: “Se le ha olvidado mentar las cartillas de racionamiento y el estraperlo”. Las últimas palabras del cortijero casi nadie las oyó porque, justo en ese preciso momento, el coro de beatas había comenzado a
cantar:

“El trece de mayo en Cuova de Iría, radiante aparece la Virgen María ”

Todo esto, que he intentado resumir en las breves líneas de un artículo, forma parte de un conglomerado de anhelos, milagros y prodigios que va del altar al campo de fútbol, pasando por las barretas del Corpus y las tortas de la Virgen. El concejal Puentedura de IU no sabe o no quiere ver la transcendencia que alienta y engalana todos estos actos que son savia y tradición de un pasado glorioso, al que sólo le faltan las hogueras inquisitoriales en las que morían entre alaridos de dolor los no creyentes. ¡Ay, como deben echarlas de menos más de uno! Suerte que tenemos un alcalde y una corporación municipal, incluida la oposición, que sabe ver la transcendencia de estos actos que, aunque no nos libran del alcalde Torres Hurtado, nos evitan incendios y terremotos y que el Granada descienda a segunda. Puentedura es la excepción. Pero, ¿qué importancia puede tener uno solo frente a todo el resto de la corporación municipal, incluida la oposición? Tampoco tiene la menor importancia que sea el único que tiene razón.


Francisco   Gil    Craviotto 
Publicado en Wadi-as  24 DE Oct. DE 2015

Cerveza y cordero, una buena pareja de baile

Cerveza y cordero, una buena pareja de baile

jueves, 22 de octubre de 2015

Carolina Molina, por Francisco Gil Craviotto

Carolina Molina
La escritora Carolina Molina (Madrid, 1963) cuenta en su página web que, cuando vino por primera vez a Granada, ya conocía el nombre de sus  principales calles y plazas: Zacatín, Elvira, Alcaicería, Bibarrambla, Mesones, etc. Las conocía a través de las lecturas que habían llenado su infan cia y adolescencia. Unas lecturas que, en su caso, van del romancero medieval a García Lorca, pasando por los románticos y todos los viajeros que han hecho parada y fonda en nuestra ciudad. Después, ya adulta y escritora, de las cinco novelas que hasta ahora tiene publicadas, cuatro se las ha dedicado a Granada “La luna sobre la Sabika”, “Guardianes de la Alhambra” , “Sueños del Albaicín” y “Noches de Bib-Rambla” y una a su Madrid natal.

Este amor de Carolina a Granada es algo que, desde que conozco su obra literaria, me viene martilleando la mente. Cierto que tiene precedentes, pero no por eso deja de ser menos impactante. Los casos más llamativos para mí son los de Merimé y Manuel de Falla. Don Próspero, sin conocer aún nada de España, sólo la conocía por las referencias de los hermanos Hugo, sobre todo Abel que fue paje de José I, situó en Granada el primero de los relatos que integran su libro primerizo “El teatro de Clara Gazul”: una deliciosa historia de amor entre un inquisidor y una gitana -indudable precedente de Carmen-, que termina con el triunfo del amor sobre el fanatismo inquisitorial. No podía ser de otra manera en un romántico. Falla -todo el mundo lo sabe- creó su obra musical “Noches en los jardines de España”, pensando especialmente en los jardines de Granada, que sólo conocía por las referencias de María Lejárraga y Martínez Sierra. Cuando al fin la conoció decidió quedarse a vivir para siempre en Granada. Aquí hubiese permanecido hasta el día de su muerte si las atrocidades de la guerra y los crímenes fascistas no lo hubieran animado a hacer la maleta y largarse.

Carolina es otro caso de amor parecido. Nacemos donde el azar dispone, pero después amamos la tierra que nosotros elegimos. Ella ha elegido Granada para escenario de sus novelas y lo más curioso es que, como en los casos precedentes, antes de conocerla ya la tenía elegida. Otra curiosidad es que esa Granada que ella llama “mi referencia y refugio”, no se parece en nada o en casi nada a la Granada actual. Era más bella, más exótica y arbórea que la actual, cada día más anodina y ramplona. Federico García Lorca, que la vivió y pateó antes de que promotores y munícipes entraran a saco en ella, la definió así: “Granada tiene dos ríos, ochenta campanarios, cuatro mil acequias, cincuenta fuentes, mil y un surtidores y cien mil habitantes”. Esta Granada, que ya no existe más que en los libros y en la mente de algún viejo centenario, es la que ha enamorado a Carolina. Por ella y para ella ha echado a volar su imaginación y su pluma. Novelas históricas, pues, pero también novelas de lo cotidiano, de lo que fue y ya no es; unas veces con la mirada puesta en el lejano medievo; otras, como es el caso de “Los guardianes”, en los románticos. La primera de estas novelas, “La luna sobre la Sabika”, publicada en primera edición en Madrid hace cuestión de siete u ocho años, ha sido reeditada en segunda edición por la muy granadina editorial Zumaya de Mari Luz Escribano. Fue presentada hace ya unos meses en Granada. Entre ambas ediciones hay dos diferencias que, antes de entrar en otros pormenores, conviene señalar: en esta última edición Carolina Molina ha añadido un epílogo que nos cuenta el final de los amores entre Hamid y Maryem, protagonistas de la novela, que, en la edición anterior, todo lector debía imaginar y concluir a su gusto y antojo. A esta novedad la autora ha añadido otra: la reducción al mínimo de algo más de trescientas notas a pie de página, que más estorbaban que aclaraban. Con ellas la escritora trataba de dar fe histórica de cada episodio novelado, algo imprescindible en un ensayo o una tesis doctoral, pero completamente superfluo en un relato o una novela, donde el lector tan sólo pide que, lo que se le cuente, sea verosímil y, en algunos casos, -surrealismo o realismo mágico- ni siquiera eso. Era también qué duda cabe una evidente señal de primitivismo novelesco y falta de entrenamiento que, afortunadamente, en la nueva edición ha desaparecido. Es indudable que la novela ha ganado. Lo mismo que, con la nueva portada, también ha ganado en presentación y calidad editorial.

Hora es de entrar en la novela. “La luna sobre la Sabika” está localizada en la Granada del siglo XIII -entonces, Garnata-, y sus protagonistas son Hamid, un joven cocinero del cadí -todo un prodigio en el uso de especias y creación de platos y manjares- y una concubina del mismo, la bella e inteligente Maryem. Ambos son jóvenes y se aman. Amores clandestinos, por supuesto. Junto a ellos pululan por la novela otros muchos personajes de diversa condición y laya que dan diversidad y amenidad al relato: el ya mencionado cadí, un médico judío cuyas intervenciones rozan lo inverosímil, un caballero cristiano que en la parte final de la novela alcanza cierto protagonismo, el padre y la esposa de Hamid, el viejo y sufrido filósofo de la Asociación sin Nombre, esclavos, negociantes, criados, eunucos, etc. etc. Todo un cosmos de creación y recreación que aquí es imposible enumerar. El lector asiste maravillado a todos los acontecimientos de la época: bodas, banquetes, entierros, juicios, batallas, persecuciones, venta de niños...Y, para que nada falte, incluso hay un temblor de tierra que deja en la calle a una buena parte de los presos de las mazmorras. Pero es indudable que el núcleo principal de la obra son los amores de Hamid y Maryem. Amores clandestinos y llenos de peligros, esenciales para la trama de la novela, que dejamos al lector el placer de descubrir y gozar. Son éstas las páginas más cuidadas de la obra y, a través de ellas, vamos conociendo la psicología de los protagonistas, sobre todo la de Maryem, una feminista “avant la lettre”, que, huelga añadirlo, encarna los ideales de libertad y tolerancia de la autora.

El estilo completa los atractivos del libro. Carolina escribe en un español claro y  diáfano que hace la novela asequible a todo tipo de lector.

jueves, 1 de octubre de 2015

La libertad de jurar la Bandera


El Ejército lleva años fomentando y facilitando que cualquier español pueda jurar ante la Bandera su compromiso con la defensa de España.

En esa línea, el Regimiento de Transmisiones Estratégicas 22 de Prado del Rey, vecino de RTVE, en el que yo estuve catorce años de mi vida profesional después de hacer el curso de “Microondas y guerra electrónica” en el año 1977, cuando solo una alambrada nos separaba de TVE, el pasado día 26 de septiembre cursó a sus vecinos, invitación, que no es la primera, para que el personal que lo desee pueda participar en el acto de juramento o promesa de la Bandera que se celebrará en el acuartelamiento el próximo día 31 de octubre.

Algo tan sencillo, tan normal en Francia, Italia, Reino Unido y no digamos en los EEUU, donde, igual que aquí, se hace de manera voluntaria, y que en España responde al mandato constitucional, artículo 30.1: ‹‹los españoles tienen el derecho y el deber de defender a España››, ha tenido una reacción incalificable. Los sindicatos Comisiones Obreras y UGT han puesto el grito en el cielo recurriendo a un lenguaje inaceptable para la libertad y el patriotismo:
‹‹El patriotismo es el último refugio de los canallas››, dice Comisiones Obreras y
‹‹¿También nos invitan a rezar?›› se pregunta UGT.

No las voy a comentar, solo decirle que a mí, siendo yo quien soy, me han dolido. Juzguen ustedes.

El acto de invitar es tan libre como el acto de renunciar a la invitación, pero al acto de ofender no tiene otra respuesta democrática y civilizada que la de enseñar y educar.

Empecemos por ahí. Estoy de acuerdo en que nadie es quién para exigir patriotismo a nadie, aunque siempre pensé que un diputado de España debería ser un patriota. Está claro que estaba equivocado. De lo que no tengo la menor duda es del derecho de libertad que tenemos para asistir a cualquier acto democrático. El jurar o prometer ante la Bandera es uno de ellos.

¿Qué quieren decir recurriendo a la frasecita de Samuel Jhonson :‹‹El patriotismo es el último refugio de los canallas››? ¿La entienden ellos?, creo que no. Yo que ahora me siento patriota (quiero decir que siento la necesidad de decir que soy español y de defender esta idea) estoy dispuesto a poner mis cartas boca arriba junto a quien defienda esa frase tan oportuna cuando se dijo en las trincheras de la Francia invadida, como desafortunada aquí. El Coronel Dax, en “Senderos de gloria”, se la dice a su jefe cuando lo envía a una misión perdida de antemano que, a pesar de todo, cumple.

Eso es lo que le pediría yo a los sindicatos, que cumplan su misión de luchar por el empleo digno, y que respeten las decisiones individuales de los trabajadores. Como se lo diría a Trueba, también les diría que, en los días que vivimos, no les den alas a los malos, a los que se saltan la ley, a esos que apoyados en su delirio acosan y adoctrinan a su propio pueblo.

En nuestra línea de apartidismo, por lo instutucional del acto, creo que sería oportuno organizar una Jura de Bandera para los socios de La Casa de la Alpujarra. Voluntaria por supuesto