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jueves, 6 de abril de 2017

SEMBLANTE DE UN CURIOSO OBISPO ALPUJARREÑO

GERMÁN ACOSTA ESTÉVEZ


Mañana, Viernes de Dolores, abandonamos definitivamente la permisividad de las carnestolendas y, tras las cenizas de estos días sobre las frentes de los fieles católicos, damos paso al antruejo o cuaresma con sus oficios religiosos, el olor de azahar que se confunde con el incienso de las cofradías y sus procesiones. Y, para enjugar las emociones provocadas por los pasos y reponer esas sales minerales perdidas tan necesarias para nuestra existencia, una buena ración de abstinencia a base de buñuelos, pestiños, roscos y otras fruslerías. ¿Qué dirían los antiguos si levantaran la cabeza? ¿Qué dirían aquellos varones alpujarreños uncidos de obispos? Posiblemente se echarían las manos a la cabeza y clamarían al cielo, e incluso alguno de ellos amenazaría con la excomunión. Pero no se trata de eso hoy: déjenme que les haga un pequeño recorrido por la vida de uno de los cuatro prelados nacidos bajo el techo de nuestra madre tierra.
    
Nació el 24 de Septiembre de 1799 en el pueblecito de mi amigo Manuel, Jorairátar, ese pueblo del que Pedro Antonio de Alarcón dijera que “…está metido en los mismísimos infiernos. Allí se arremolinan, antes de espirar al pie de Sierra Nevada, las últimas estribaciones de La Contraviesa y del Cerrajón de Murtas, formando una especie de reducto de agrias y rotas peñas, cuyo aspecto tiene algo de terremoto en acción. Hondas grietas, negros tajos, quebrantados riscos, desgajados peñones, todo se ve allí confundido, dislocado, acumulado, superpuesto, como en una derruida obra de titanes.- ¡Nada más terrible y majestuoso!”.  

Hijo de labradores, ingresó en el Seminario de Granada y, como quiera que el hambre aprieta y agudiza el ingenio, parece ser que el muchacho resultó ser muy aplicado, recibiendo el título de Bachiller y Maestro de Artes en abril de 1820, para recibir el grado de Doctor en el mes de noviembre por nuestra vieja Universidad; también en Granada fue ordenado sacerdote en 1824. Al año siguiente lo hallamos ejerciendo su doctorado como enseñante de Teología en el Seminario y en la Universidad.
Fue curiosamente párroco de San Gabriel en Loja durante 37 años. En 1837 llegó a ser Magistral del Cabildo de Córdoba y, como al parecer, le iba la marcha de la política, se presentó y salió elegido Diputado Provincial de Loja y su partido, calmando con buen talante la incipiente subversión de Motril, siendo despojado de este cargo en1840 por la Junta Revolucionaria de Granada, aunque repuesto en 1844.  Y es que, a los alpujarreños, el politiqueo nos “gusta más que a un tonto una “volaera”: así, arreglamos los males del país con cuatro golpes de puño sobre la barra de una taberna, o sacamos la inquina y mala baba contra el que piensa diferente en el anonimato del whatsapp u otras redes sociales, rememorando continua y tristemente aquellas dos Españas que afligieran tanto a D. Antonio Machado.
Menos mal que, al año siguiente, Isabel II nombraría predicador de Su Majestad al murteño D. Tomás Roda, pues siendo como era, a D. Esteban le hubieran llevado los demonios escuchar las confesiones de la ligereza de cascos de la que hablaba Valle-Inclán sobre aquella soberana que regentaba La corte de los milagros.
En 1847 lo nombran predicador de la Capilla Real, en 1850 canónigo de la Catedral de Toledo y en 1857 arcediano de la Catedral de Granada, pasando a desempeñar el cargo de deán en 1860. En 1865 fue reconocido como Caballero Comendador de las Órdenes de Carlos III y de Isabel la Católica y ese mismo año es designado como Obispo de la Diócesis de Coria-Cáceres. En 1868 es nombrado obispo de Málaga por el papa Pío IX, y el 23 de febrero de 1869, hizo su entrada en dicha capital.
Llegó a Málaga en tiempos difíciles, pues el país entero sufría una profunda catarsis política: la influencia de la masonería, las dificultades económicas, los motines callejeros, las nuevas tendencias políticas y el nuevo rol que se le asignaba a la Iglesia en el nuevo texto constitucional. Tanto progresismo y libertinaje no podían ser buenos para D. Esteban. Por ello, sin poder aguantarse lo que se cocía en sus adentros, a finales de Marzo de 1869, aprovechando que el Guadalfeo pasa por Órgiva y su amistad con el también jorairateño Ricardo Martínez Pérez, Diputado por Motril en las constituyentes de ese año, envía un documento a las Cortes Generales en defensa de la unidad de fe, donde se discutía un proyecto de Constitución Española en el que figuraba la libertad religiosa. Lo que preocupaba a Su Excelencia Reverendísima era que las nuevas Cortes garantizasen el ejercicio público o privado de cualquier otro culto, no sólo a todos los extranjeros residentes en España, sino también a nuestros conciudadanos, como así terminó sucediendo. También temía D. Esteban que el Estado no se hiciese cargo de la manutención de las iglesias y su personal, aunque al final se acordase que la Nación se obligaba a mantener el culto y los ministros de la religión católica. Sin embargo, el obispo Esteban, gracias a ese talante y gracejo tan de nuestra tierra, supo moverse bien y granjearse las simpatías de partidos políticos y ciudadanos.
Ese mismo año rinde visita a su pueblo natal para honrar los restos de sus padres que estaban enterrados allí y realiza en la iglesia parroquial y en su ermita varias exequias por su eterno descanso. Tal vez allí pidiera también por el alma de los mártires de su pueblo: el beneficiado  Francisco de Navarrete, el sacristán Jerónimo Martínez y todas aquellas mujeres cristianoviejas degolladas el segundo día de Pascua de aquella Navidad de sangre de 1568 durante la rebelión de los moriscos.
 En 1869 también asiste en Roma al Concilio Vaticano I, donde destacó por su elocuencia y profundidad de discurso -parece ser que, del agua de esa hermosa fuente de ocho caños que tenéis en el pueblo, os viene a los de Jorairátar esa labia que Dios os ha dado-, provocando la admiración del mismo Papa quien le nombró, en 1870, Prelado Doméstico de Su Santidad. A su regreso, luchó denodadamente por exponer la doctrina católica con sus pastorales, destacando la defensa del sacramento del matrimonio, la advertencia de los brotes de protestantismo y sectas llegadas de Gibraltar, y, sobre todo, combatiendo enérgicamente a la masonería.
Proclamada el 11 de Febrero de 1873 la primera República Española, estallan en muchos lugares de España, incluido Málaga, levantamientos, motines y desórdenes públicos de todo tipo. El obispo, haciendo gala de esa tozudez tan propia nuestra, en todo momento se mantuvo firme, aunque intentaron echarlo a la fuerza del palacio episcopal para dedicarlo a escuelas; la Junta Revolucionaria llega incluso a proponer, en junio de ese año, la demolición de los Conventos del Císter, de Capuchinos y el del Ángel. Tampoco aceptó el prelado jorairateño de buen grado que el proyecto de la Constitución de la República Democrática Federal Española de 1873 hurgase tanto en lo referente a la participación de la Iglesia enseñanza del país. Pese a tan convulsa situación en su diócesis, en el mes de julio decide de nuevo girar visita a sus paisanos de Jorairátar y descansar unos días de tanta agitación.
En el 16 de Enero de 1874 fue preconizado Arzobispo de Tarragona, pero él, por motivos de salud, solicitó del Papa su reposición como Obispo de Málaga. Aunque se intentó por tres veces sustituirlo (una con Fray Gabriel González y Díaz de Muñón en 1874, dominico, obispo electo, pero al no aceptarlo Fray Gabriel, se le traslada a Córdoba), pero el alpujarreño se repuso de su salud en Loja y regresó a Málaga donde, para remediar la miseria reinante, erigió el Centro de San Carlos y Santa María Magdalena para dar enseñanza gratuita a más de 300 niñas; creó un asilo para huérfanos en Antequera,  fomentó el Seminario que llegó a tener más de 100 alumnos, y aprobó la fundación de la “Congregación Religiosa de las Hermanas Mercedarias de la Caridad”.
Seguramente que no comulgaría nuestro obispo con el Ayuntamiento de Jorairátar y la deuda de quince meses de paga que mantenía con sus maestros en 1875 y que ponía en riesgo su subsistencia;  menos aún con las lamentables declaraciones que hizo un periodista de la época: "Háganse toreros, que es buen oficio, y podrán no sólo comer y andar holgados, sino celebrar banquetes con duques y marqueses”.
Falleció repentinamente el 27 de Octubre de 1878 y fue sepultado en la Catedral de Málaga. Afortunadamente murió unos años antes de que su paisano y amigo Narciso Roda, el que fuese Diputado Provincial y falleciese por las puñaladas que le dio un demente al que tenía alquilado su molino harinero. Tampoco le dio tiempo a escuchar aquella surrealista historia protagonizada unos años más tarde por una vecina del lugar apodada “la Berenjena”, quien anduvo buscando gente, como a jornal, para que la acompañasen a cierto pago del municipio y le ayudasen a pronunciar ciertos conjuros e invocaciones que le había revelado un venerable anciano que se le había aparecido. Con dichos conjuros hechos en la media noche y con luna llena, esperaba la buena mujer que dos guardianes negros le señalasen el lugar exacto donde se encontraban unas tinajas llenas de zequíes que allí guardara una “Dama Blanca” en tiempos de la Rebelión.
Sin duda, su testamento constituye un documento de primer orden en el que, amén de otras cosas, resalta la generosidad para con los necesitados y obras pías a quienes lega unas cantidades considerables de su nada despreciable pegujar. Así, deja:
-1.000 misas rezada por su alma a 10 reales cada una, a repartir entre canónigos y beneficiados de la catedral malagueña.
-Otras 900 a 8 reales, a repartir entre todas las parroquias de la ciudad.
-Manda que, el día de su funeral, se repartan 100 limosnas de 20 reales cada una a las viudas pobres y naturales de Málaga; otras 100 limosnas de 20 reales para los huérfanos pobres.
-También ordena que se repartan 4.000 reales en limosnas de a 4 a los pobres más necesitados de la ciudad.
-Deja 1.000 reales a cada una de las nueve comunidades religiosas  de dicha capital y 500 reales a cada una de las trece que existen en el resto de la diócesis.
-5.000 reales a las Hermanitas de los Pobres.
-30.000 reales al Asilo de los Niños Pobres de San Bartolomé.
-1.000 reales a la Comunidad de Capuchinos de Granada y otros 1.000 al Convento de Santa Paula de dicha ciudad.
10.000 reales para repartir entre los pobres de Jorairátar, 4.000 para los pobres de Loja y 30.000 para la reparación de la iglesia de Jorairátar y finalización de su pila bautismal.
Salvo error de suma o pluma, la nada despreciable cantidad de 121.700 reales del ala o 34.425 de las pesetas de entonces. Todo un personaje tu paisano, Manuel. No tendréis queja de cómo se portó con el pueblo.
Amenazo con dar un wikipediazo sobre Jorairátar, pero eso será otro día, que hoy es tiempo de recogimiento y sólo quería desearles unas felices y merecidas vacaciones, deo gratias.                                   






1 comentario:

  1. Magnifico documento sobre el ilustre paisano de Manolo, también de Pepe. Atinada reflexión sobre el gusto de la política de los alpujarreños. Aunque si profundizamos, lo que nos gusta es la crítica, la conspiración pasiva, esa que no va a ningún lado, pero que cuando se nos calienta la boca tenemos solución para todo. Eso es lo nuestro. Luego lo de arrimar el hombro ya es otra cosa. Atinada igualmente la visión de ese señorito, precursor de turista moderno, que se hospedó en las mejores casas de cada pueblo y escribió sobre nuestra tierra; tenía que dejar contento al cacique de turno que le había acogido, y así una crónica sobre el pueblo que comienza sintiéndose en los infiernos acaba siendo algo terrible pero magestuoso.

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