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domingo, 8 de mayo de 2016

El Papa enamorado por Francisco Gil Craviotto


La verdad es que no ganamos para sorpresas. La última nos viene del Palmar de  Troya, sede de la secta católica del mismo nombre: su máximo dirigente, el “papa” Gregorio XVIII, acaba de colgar tiara y sotana. Razón aportada por el desde ahora expapa: ha perdido la fe. Pero a esta razón, puramente religiosa, hay que añadir otra sentimental: el papa Gregorio ha encontrado su media naranja. La agraciada es una granadina, se llama Nieves Triviño y es natural de Monachil, pueblo de las estribaciones de Sierra Nevada, a muy pocos kilómetros de la capital, donde ejerce como “animadora sociocultural” del pueblo. La prensa ya ha adelantado que tendremos boda en agosto o septiembre. Toda una mina para las revistas del corazón. Seguro que más de una la calificará de la boda del siglo.

La secta del Palmar de Troya ya se hizo famosa hace algunos años por su peregrina decisión de elevar a los altares a las dos figuras cumbres del fascismo español, Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera. Ahora, cuando sus adeptos posiblemente esperaban la santificación de Pinochet y Videla, acaso también la de Hitler y Mussolini, se han encontrado de pronto con este inesperado jarro de agua fría: no es la incorporación de un nuevo santo a los sangrantes altares eclesiásticos lo que nos ofrece la secta, sino la irrevocable renuncia de su jefe indiscutible, el papa Gregorio XVIII, a supuesto supremo.

La decisión del expapa Gregorio, es tan insólita, que merece toda nuestra atención. No conocemos ningún caso parecido ni en la Iglesia de Roma ni en la novísima del Palmar de Troya. Amores papales claro que ha habido en la Iglesia de Roma, pero jamás produjeron el cese de ningún papa. El más prolífero en amoríos fue sin duda Alejandro VI, más conocido por el Papa Borgia, que durante toda su edificante y ejemplar vida fue repartiendo con la misma generosidad semen y santos venenos, pero jamás se le pasó por la cabeza renunciar a su cargo por ninguna mujer. En la literatura sí encontramos un caso parecido, aunque el protagonista no llega a la categoría de papa. Nos lo ofrece Merimée en una obrita, “El Teatro de Clara Gazul”, integrada por varios relatos cortos cuyas acciones transcurren en distintas ciudades de España. El primero de estos cuentos lo sitúa Merimée en Granada en los comienzos del siglo XVIII. Una gitana ha sido denunciada a la Inquisición por brujería y peligra ser quemada en solemne auto de fe. Pero ocurre que la gitana es de una belleza perturbadora y el inquisidor mayor de la ciudad cae locamente enamorado de ella. Una noche de insomnio y pecado el inquisidor cuelga la sotana, baja a las mazmorras inquisitoriales, libera a la gitana y ambos huyen a caballo desde Granada a Gibraltar, recién conquistada por los ingleses, donde la pareja encuentra refugio. El amor ha triunfado sobre el fanatismo –no podía ser de otra manera en un escritor romántico- y el inquisidor, gozoso y enamorado, ha sacrificado su puesto y dignidad social por una mujer. Pero, en el caso de Merimée, sólo se trata de un cuento. Un cuento que el autor ha enfocado como mejor le ha parecido, sin que nadie pueda asegurar cómo habría terminado esta historia si se hubiese dado en la realidad. En cambio, en el recién estrenado culebrón del papa Gregorio, se trata de personajes reales, tan reales que podemos visitarlos, hablar con ellos y verlos casi a diario en la tele, y el resultado es el mismo: el amor ha triunfado sobre el fanatismo. ¡Extraordinario y admirable triunfo de Cupido que, aunque lo pintan ciego, parece que a veces atina con sus flechas!

Pero hay otro aspecto en la declaración del expapa Gregorio que también merece meditación. Es el relativo a la fe. El papa dice que ha perdido la fe. Seguro que no es el primer caso de persona vinculada a una creencia religiosa que termina dándose cuenta que todo no es más que una sarta de mentiras, pero que, una vez en la cúspide, ese descubrimiento le aparte del sillón al que ha llegado, es rarísimo. En literatura conozco dos casos de curas que han perdido la fe, son decididamente ateos, pero siguen ejerciendo de curas hasta su muerte. El primer caso es “L ́Abbé Jules” de Octave Mirbeau y el segundo, “San Manuel Bueno y mártir” de Miguel de Unamuno. Dos novelas de extraordinaria calidad literaria. En ambos casos los curas han perdido la fe, pero siguen impertérritos en sus puestos hasta que la muerte se los lleva. El papa Gregorio es más consecuente con sus ideas y prefiere colgar sotana y tiara y apuntarse al paro. Seguro que ya hay más de uno deseoso de ocupar su puesto y, antes o después, los vecinos del Palmar de Troya, (también conocido por “el Vaticano español”), verán la fumata blanca, señal inequívoca de que la secta tiene un nuevo papa.

Mientras tanto el expapa Gregorio, ahora Ginés Jesús Hernández a secas, sin sotana ni tiara, pero con una hermosa mujer en la cama, habrá comenzado a disfrutar del amor y hasta es posible que, con un poco de suerte, haya encontrado un trabajo que le permita vivir feliz al lado de su compañera. Si hubo un rey de Francia que hizo famosa aquella memorable frase de “París bien vale una misa”, también, en contraposición, puede haber desde ahora otra mucho mejor: “Renuncio al papado por una mujer”. ¿Habrá mejor homenaje al amor?

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