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sábado, 5 de diciembre de 2015

Franco y el Santo Grial, por Francisco Gil Craviotto

La prestigiosa revista “Historia y Arqueología” ha publicado un extenso artículo titulado “El Caudillo bebió del Santo Grial para hacerse inmortal”. Ilustran el artículo varias fotos del dictador; en la más significativa aparece de rodillas ante un cardenal que le da a beber, en el santo Grial el vino consagrado que si, aceptamos la fe de la Iglesia, se ha convertido en la sangre de Cristo. La suma de estas dos peregrinas circunstancias -santo Grial y vino convertido en sangre de Cristo-, serían las que, según la leyenda, produciría la inmortalidad. Para estar más seguro de esta inmortalidad, según el mencionado artículo, la noche antes de tal evento durmió Franco con el brazo incorrupto de santa Teresa a la vera de la cama y, al comenzar el acto litúrgico, besó el lignus crucis (fragmento
de la cruz en que murió Cristo) de la catedral de León. Después de esta larga y un tanto medieval ceremonia, Franco se sintió inmortal y apto para seguir eliminando a todo enemigo o amigo sospechoso que se cruzara en su camino. Detalle curioso: el artículo no nos dice si la esposa del dictador, Carmen Polo, más conocida por La Collares, bebió también en el santo Grial el licor inmortal.

Ahora, observando las distintas fotos que ilustran el reportaje, se diría que el caballero, arrodillado ante el imponente cardenal de León, jamás había roto un plato; también llama la atención la particularidad de que en todas las fotos sólo se vean sotanas y uniformes militares. A fin de cuentas es algo normal: fueron los que, tras el golpe de Estado que degeneró en guerra civil, ganaron la guerra.
Los otros dos vencedores -Hitler y Mussolini- en esa fecha ya habían perdido su propia guerra y, sin creerse ni una tilde de la inmortalidad de nuestro dictador, se hallaban en el otro mundo esperando la llegada del pedáneo Francisco Franco.

Que tal leyenda era un descarado timo debió comprenderlo en los días que precedieron su fallecimiento, cuando toda una cohorte de médicos se esforzaba en alargarle hasta lo imposible la vida, mientras su familia, por lo que pudiera suceder, se afanaba en llevar a buen recaudo todo cuanto él y la Collares, a la calla callando, habían logrado robar durante su larga y sangrienta dictadura de casi cuarenta años. Fue una prolongada y cruel agonía de más de un mes. Yo viví el culebrón en París y recuerdo que las noticias de la tele francesa siempre comenzaban con la misma cantinela: “Le Codillo, très malade”. Me hacía gracia que la rutilante palabra española Caudillo, al pasarla al francés, se convirtiera en Codillo, que tanto recordaba el exquisito codillo de cerdo. También recuerdo
que en la colonia española, integrada por los refugiados de la guerra civil y los emigrantes que la penuria de la dictadura había producido, la frase que más se oía era ésta: “¿Tienes ya la botella de champagne?” Como la agonía fue tan larga todo el mundo tuvo tiempo suficiente para comprar su botella de champagne y guardarla en la nevera. Al fin el veinte de noviembre, sin que sirviera para nada el vino consagrado del santo Grial, el lignus crucis, ni el brazo incorrupto de santa Teresa, el hombre que más españoles había matado, -muchos más que todos los generales de Napoleón y el almirante Nelson juntos-, dejaba este mundo. En la colonia española, ampliada por una multitud de amigos franceses, fue un incesante descorchar de botellas. No se me va de la memoria la visión de dos españoles que, cogidos del brazo, iban por las inmediaciones del metro Saint Fargeau cantando “Asturias, patria querida.”

--¿Son asturianos?-Les pregunté.
--No, somos andaluces.
--Entonces, ¿por qué cantan lo de Asturias?
--Porque es lo que cantan los borrachos.

Se perdieron, haciendo eses, por la avenida Gambeta. Algún tiempo después leí en la prensa que en noviembre del 75 se había vendido en Francia un veinte por ciento más de champagne que en ese mismo mes del año anterior. El periodista lo relacionaba con la muerte del Caudillo y, con cierto humor, terminaba su información diciendo que aquella había sido la última hazaña del caudillo Franco.


De todo esto hace ahora cuarenta años. No está mal recordarlo. La revista “Historia y Arqueología” hace muy bien en sacar a la luz esta olvidada historia del santo Grial que, además de evidenciar que todos somos mortales y que contra la muerte no hay truco que valga, de soslayo, también pone al descubierto la calidad
cultural del dictador de España.

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